Amanecer

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Nací de una unión que podría haberse transformado en una familia, pero no fue así.
Terminó con los sueños a la mitad de una joven adolescente que comenzaba a ser mujer de forma obligada y temprana. Con mucha gente que la miraba sobre el hombro y murmuraba sobre su intimidad y tildaba el embarazo de "no deseado" sin preguntarle o charlar con ella.
Le agradezco que me haya cuidado siempre, con el amor máximo que una situación así le podía llegar a hacer sentir.

El lugar que vio mi amanecer fue una clínica de una pequeña cuidad al sur de Argentina.

Dato: Actualmente el lugar está clausurado y cancelado por no declarar ganancias y tener un galpón privado con insumos para la venta.

Una bebé pequeña de un peso apenas suficiente para las 37 semanas. Era un día frío y la nieve iba empañando poco a poco los vidrios de la camioneta que llevaba a una adolescente a la clínica, al mediodía, con una falsa alarma y un llamado real pocos minutos más tarde.

Como a muchos bebés, mis nombres fueron elegidos por mis padres en reconocimiento a personas agradables que pasaron por sus vidas, por la abreviación del nombre o por que les parecía pintoresco.

La verdad es que no encuentro nada pintoresco en mi segundo nombre (sólo motivos de burla) y nadie me llama por la abreviación que a mi mamá le hubiera gustado, ni siquiera ella.

Desde pequeña tuve una gran motivación para llamar la atención: primera nieta de parte de la hija menor de una familia "tipo" conservadora al extremo, con una abuela preocupada por las apariencias y bien posicionada en la clase social, una tía estudiando medicina, un tío técnico en computación, programador de los sistemas más importantes del gobierno de un pueblo que pasará desapercibido. Y mi madre, la hija rebelde, no por decisión propia, que crece como puede, sin lograr provocar la mirada de orgullo de su familia y se refugia en sus amigas. Amistades que son frágiles como las que puede encontrar en el status que su madre implementa.

Así es que el centro se volvió un lugar especial para mí, como a mi mamá, me importaba llamar la atención pero de una forma diferente. Mi comienzo fue una pequeña guardería privada, la dueña era, como no podía ser de otra forma, amiga de mi abuela. Era un lugar lindo, donde pasé mis primeros años, mientras mi mamá estudiaba una carrera en una pequeña sede de una universidad local. Ahí tuve mis primeras amistades e incorporé mis primeros valores fuera de casa. Seguro muchas personas están en contra, yo todavía no puedo estarlo del todo. Déjenme llevarlos ahí.

Recuerdo estar llegando, caminando a la guardería, mi mamá me lleva de la mano, tengo un guardapolvo rojo con volados y botones blancos, hecho por mi abuela paterna y mi acompañante rezonga que me guste un poco más que el que ella me compró. Como es normal, llevo dos coletas de caballo a los lados de la cabeza, tomadas con cintas rojas con blanco estilo escocesas a juego con el uniforme. Soy muy metida y todos me conocen, por más que voy unas pocas veces a la semana, algunos no con mucho amor, aunque seamos niños menores de 4 años, los bandos son claros, y el centro de atención también. Mi competencia me mira por el vidrio, lleva un guardapolvo azul desalineado, el cabello rubio con rizos torcidos, pantalones con rodillas sucias y me mira amenazante, pero no me importa, por que siento corear a mis amigas mi nombre y las veo acercarse veloces a la puerta para saludarme. Les sonrío feliz y mi mamá me mira asombrada.

Como mi pequeña monarquía establecida merita, me siento en el lugar de la cabecera a la hora de tomar el té, yo elijo las galletitas primero y mi taza es la del payaso de la televisión que voy a ver todas las funciones. Le sonrío a mi competencia, está sentado en el medio de la mesa, peleando por una galletita sin sabor y a punto de volcar todo. Termino y me levanto para llevar las cosas a lavar. Soy buena a pesar de pelear mucho.

Cuando es casi la hora de salir, la hermana de una de mis amigas, se esconde en la cocina, donde está la entrada alternativa, y cuando vamos pasando nos toca y grita para asustarnos , es uno de los juegos más divertidos para mí. Todas corremos a esconderlos debajo de una mesa, que es demasiado alta, todas entramos paradas bajo ésta. El peor escondite de todos, aún así siento mi pecho latir, se hace silencio, todos los pasos nos poner alerta, hasta que ella se asoma y corremos a escondernos en otro lugar.

Mientras corro buscando refugio no lo veo, y el me toma de la mano, la lleva a su boca y me muerde fuerte. Adolorida lo empujo, haciendo que se golpee la cabeza y me de tiempo de correr. La mujer a cargo de nosotros ve la escena, nos llama y me dice "No dejes que te haga eso. Tomale de la mano." Confusa, hago caso y la sostengo, está sucia y me da asco. "Mordelo así el ve que duele" Me asqueo aún más, pero se que va a insistir hasta que esté conforme y ambos aprendamos la lección. Lo he visto antes. El me mira y hace una mueca, desafiándome, pero dejo mi frente en alto. Lo acerco, huele aún peor de lo que se siente al tacto, es horrible, pegajoso, pienso como será el sabor en mi boca, no respiro. Rápido y sin pensar lo muerdo, dejando todos mis dientes marcados en su asquerosa piel. Intento no lamer mis dientes, fue desagradable. Aún está fresco en mi memoria.

Ese lugar también conoció mi interés por los escenarios. A fin de año se realizaba una fiesta de disfraces, evento que aprovechaba para maquillarme con todo lo que encontraba. Mi favorito siempre fueron los brillos, que, por supuesto, combinaban con un soberbio disfraz de mariposa blanca, con plumas y aún más brillos. Mi cabello lacio lucía un gran cambio que llevaba con mucha honra provocado por una buclera, que a mí me hacían sentir adolescente y bonita.
Todavía me siento bonita cuando llevo bucles.
La fiesta consistía en bailar canciones infantiles y comer golosinas hasta quedar ciegos de diabetes, pero para mi es un recuerdo especial, que me hace sonreír y reconocer actitudes que tengo a diario.

Cómo creer - Wattys 2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora