Aquella última parte de su perorata fue la que finalmente consiguió captar mi atención, y por la mirada de complicidad que me lanzó supe que esa era la reacción que había esperado de mí y que, además, sabía lo que aquello significaba para mí.

Al instante, sentí ese sordo dolor palpitarme con fuerza en el pecho, tanto que hasta me costó respirar, como si me hubiesen clavado flecha tras flecha en el corazón y estuviese sangrando copiosamente. Mi garganta pareció cerrarse y las manos me temblaron casi imperceptiblemente. No obstante, mis barreras se pusieron en marcha al instante, protegiéndome de todo dolor y volviendo a embadurnarme con aquella máscara que tanto me había costado crear, lo suficiente como para que mi voz sonase desenfadada de una forma más o menos convincente:

-Sí, ¿y?

La doctora soltó un leve suspiro.

-Mira, Caledonia...

-Callie, si no le importa. – La interrumpí, de forma lo más respetuosa posible.

La doctora esbozó una sonrisa de aceptación e inclinó levemente la cabeza.

-Callie. Cuando tu madre vino a verme para hablarme de ti, me contó que... que tu padre, Andrew, también padeció diabetes mellitus 1 y que... murió por una inesperada hiperglucemia provocada por una gripe... – Sentí cómo todo mi cuerpo se estremecía ante la mera mención de mi padre. – Y sería totalmente normal que, incluso después de diez años, sientas que aún no has superado su muerte...

Oh, no. Por ahí sí que no iba a ir. Cualquier cosa menos usar la muerte de mi padre contra mí.

Me puse en tensión al instante; tanto, que me daba la sensación de que un poco más y mis músculos podrían quebrarse como simples témpanos de hielo. Sentí la ira bullir en mis venas, provocando que me hirviese la sangre hasta que el calor me subió a las mejillas. Apreté los puños con fuerza por debajo de la mesa y traté de calmarme todo lo posible antes de decir:

-Preferiría no hablar de mi padre, doctora. Si realmente piensa que tengo depresión, de acuerdo, hágame pruebas, pregúnteme cosas, analíceme o lo que quiera, pero... mi padre no tiene nada que ver con esto. Si no le importa, preferiría dejarle descansar en paz. – Entonces, tomé una rápida decisión. De forma atropellada, añadí: - En realidad, si no es mucha molestia, preferiría que dejásemos la... sesión en este punto. Le agradezco su preocupación, pero, créame, doctora, no tengo ningún problema. – No sabía si con aquellas palabras estaba tratando de convencerla a ella o a mí misma, aunque supongo que tampoco importaba mucho.

Ni si quiera entiendo cómo conseguí que mi voz sonase tan equilibrada cuando dije aquellas palabras, sobretodo teniendo en cuenta el fuego que estaba desatándose en ese momento en mi interior, pero sinceramente lo agradecí. A diferencia de mi hermana, a mí no me gustaba montar numeritos. Ni si quiera cuando el tema de la muerte de mi padre, aquél que aún constituía una herida en carne viva en mi pecho, salía a relucir.

Aunque juro que estuve a punto de romper ese sosiego con el que me había cubierto al completo cuando la doctora se me quedó mirando nuevamente con expresión indescifrable. Entonces carraspeó, dejó su tablilla sobre la mesa y adoptó una posición mucho más relajada, apoyando las manos sobre la mesa.

-La Psicología es una de las carreras profesionales más estigmatizadas. – Comenzó, imperturbablemente seria. No tenía ni idea de qué tenía que ver aquello conmigo, pero decidí permanecer callada. - Cuando le dices a alguien que eres Psicólogo, al instante puede pensar que lo que haces es atender a gente con serios problemas mentales. Como si trabajases en un psiquiátrico y tratases a personas que llevan camisas de fuerza. Y, por la parte contraria, muchos de mis pacientes sienten vergüenza de decirles a sus conocidos, amigos o incluso familia que vienen a verme, por temor a que dichas personas puedan pensar que tienen un grave problema. Pero, sinceramente, no podría discrepar más de ello. En mi opinión, creo que no estaría mal que todos acudiésemos de vez en cuando a un Psicólogo; al igual que se recomienda hacerse chequeos anuales con el resto de doctores, ¿por qué no un chequeo con un Psicólogo? Puede que una persona crea que no lo necesita, que su vida no tiene ningún tipo de complicaciones y que es una persona mentalmente sana. Y puede que sea así. – Entonces soltó un leve suspiro y añadió, con tono más suave: - Pero te voy a decir algo, Callie: todos tenemos nuestros demonios internos. Todos. En eso ninguno nos diferenciamos de los demás. La diferencia radica entre aquellos que son capaces de reconocerlo y los que no. Aquellos lo suficientemente valientes como para plantarles cara y aquellos que simplemente fingen que no existen. Por mi experiencia tras veinte años de profesión, te puedo asegurar que es mejor enfrentarse a ellos. Mucho mejor. Y a veces, un Psicólogo nos puede ayudar a ello. – Volvió a reclinarse en la silla y continuó hablando: - Hace diez años, más o menos, vino a mi consulta una persona que tenía incluso más rabia que tú, Callie. – Sus ojos se tiñeron con el velo del pasado cuando recordó aquella época. – Creo que ese fue el caso más difícil de toda mi carrera. Dios, ese chico tenía tanto, tanto odio dentro de él y estaba tan ahogado por el sufrimiento... era como si tuviese un fuego en su interior que le estaba consumiendo cada vez más. Y no quiero colgarme medallitas, pero si su madre no hubiese acudido a mí antes de que fuese demasiado tarde, creo que ese fuego le habría consumido al completo, hasta que no quedase nada de él. Y sí, durante el proceso en el que se atrevió a encararse a sus demonios tuvo recaídas, duras recaídas, pero al final, tras mucho esfuerzo, consiguió salir adelante. Y ahora es una de las personas más felices que conozco, Callie. – Soltó un profundo suspiro. - Mira, tienes dos caminos que puedes seguir: el camino corto y más fácil, aquél en el que sientes alivio al volver a esconder a tus demonios tras una barrera defensiva que, aparentemente, te inmuniza ante el dolor externo, pero que, a largo plazo, no podrá protegerte del peor dolor de todos: el que llevamos en nuestro interior. Y el camino más largo y arduo, uno en el que puede que sufras y en el que seguro que tienes recaídas, pero que, con mucho esfuerzo, puede darte esa paz espiritual que creo que necesitas. Ahora es decisión tuya cuál escoger. – Muda como hacía tiempo que no lo estaba, no pude decir nada. Simplemente me la quedé mirando, convertida repentinamente en una estatua de hielo. Entonces, la doctora Clemmens miró su reloj de muñeca y dijo: - Ahora tengo que atender a otro joven, pero aquí tienes mi tarjeta. – Me tendió un trozo de cartón que tenía sobre una pila sobre el escritorio. Entonces, ambas nos levantamos (yo, como en una especie de repentina ensoñación) y me acompañó hasta la puerta. – Si quieres volver a visitarme, llama a mi secretaria y concertaremos una cita. Pero no te voy a obligar a ello, Callie. Nadie debería. Tiene que venir de ti misma. – Esbozó una dulce sonrisa que hizo rejuvenecer su pálido rostro y abrió la puerta. – Un Psicólogo puede ayudar mucho, pero solo si se acude a él con voluntad. Forzando las cosas no se conseguirá solucionar nada. Puede que incluso se empeore. Ten eso en cuenta.

Warrior | l. t. |Where stories live. Discover now