13: Declaración

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La fiebre ha vuelto a subir, ya no sé qué hacer, me preocupa demasiado. ¿Debería despertarlo? Creo que le hará mal. Quizás si se da una ducha de agua fría... ¡Alto! Pensar eso me hace sentir pervertida. Miro a un lado y a otro. Una agenda, podría llamar a alguien, un médico, por ejemplo. ¿Pero con qué teléfono? ¡Ah, su celular!, ¿dónde está? Abro el cajón de la mesita de luz. ¡Bingo! Y pensar que hace tan poco esto lo hubiera usado como medio de escape, pero esa idea ha desaparecido por completo. No es como si tuviera a dónde ir, ni siquiera sé dónde estoy. Además, Hermes me necesita, no puedo abandonarlo. Agarro el celular, soy detenida por una mano, me sobresalto y este se me cae.

―¿Qué haces? ―exclama el afiebrado de mi demonio.

―Necesitas ayuda ―pronuncio nerviosa.

―¿No entendiste nada de lo que te dije antes? Cuando es nadie, es nadie puede enterarse de mi estado. Es más fácil que me muera por una bala, que por esta estúpida fiebre.

―Pero...

―No es no ―expresa determinado en su idea. Suelta mi mano y pierdo el bello tacto que tanto anhelo. Se agarra la cabeza, bufa―. Maldita sea, ¿cuánto dormí?

―Y... unas horas. ¡Ah, ya sé! ―exclamo lo último animada―. Te haré una sopa, así tienes algo en el estómago y tampoco te deshidratas.

―No necesitas hacer eso ―dice en seco.

―¿Por qué no? ―Hago puchero―. ¿Piensas que no lo sé hacer? Admito que no soy buena en la cocina, ¿pero quién no sabe hacer una sopa?

―No me refería a eso. No tienes por qué atenderme. ―Apoya la cabeza en la almohada.

―¿Eh? ¿Por qué no? Alguien tiene que cuidarte. No seas terco.

―Siempre me he cuidado solo, no necesito la ayuda de nadie más.

―Pero yo quiero ayudarte ―insisto.

―No tiene sentido.

―¿Sabes lo que es el afecto Hermes? ―Me sonrojo al preguntar, pero quiero dejarle claro que es lo que tiene importancia justo en este momento.

―El afecto es un sentimiento innecesario que hace débiles a las personas, también es el culpable de los errores de muchos, además de algo que ya no está incorporado en mi sistema, ni para dar ni para recibir, por tanto, ahórrate un discurso absurdo ―explica tajante.

Quedo paralizada por su respuesta.

―Pero... ―No puedo rendirme ahora―. Es que... si no tienes a alguien que te estime, estás solo, y no hablo nada más del afecto sentimental por una pareja, puede ser un familiar, un amigo, ¡cualquier cosa! ―digo en alto.

―¿Esto es una clase de psicología? Yo no voy a cambiar de idea, me moldearon para ese pensamiento y voy a seguir pensando así. Por lo tanto, deja de intentar cuidarme y ya vete ―ordena.

―No me voy a ir. ―Me cruzo de brazos.

―Haz lo que quieras. ―Se da vuelta, poniéndose de espaldas hacia mí, noto como cierra los ojos para volver a dormir.

¡Qué terco!

Las horas siguen pasando, se hace la tarde, la fiebre continúa allí y ya no sé me ocurren ideas. Al menos ya no me ha vuelto a pedir que me vaya. Voy a buscarle una botella de agua a la cocina, y cuando regreso, no lo veo en la cama, oigo el botón del baño.

―¿Te sientes mejor? ―pregunto desde el otro lado de la puerta―. Hermes... ―No me contesta―. ¡Hey! ―Pues yo entro, abro y me lo encuentro de frente―. ¿Es...? ¿Estás mejor? ―pregunto nerviosa al tenerlo cerca.

No responde, me mira a los ojos, se nota mareado.

―Yo... ―Se agarra la cabeza y sin poderse sostener, de repente se cae sobre mí. Me choco con el suelo, entonces siento el peso de su cuerpo por completo.

¡Ay cielos!, los niveles de temperatura se me han subido a tope, ¡y no soy yo la enferma!

―He... Hermes... ―exclamo nerviosa.

Hace un sonido, confundido y levanta un poco la cabeza, nuestras miradas se cruzan, hace calor. ¡Uf! Eso hermosos ojos azules me hechizan, pero ahora mucho más.

―¿Malya? ―pronuncia mi nombre de manera confusa. ¿Qué le pasa?―. El afecto... el afecto te hace débil ―habla de nuestra conversación anterior, creo que está perdido en el tiempo y el espacio.

Trago saliva.

―Hermes, estás... estás sobre mí ―le aclaro.

―¿Sobre ti? ―pregunta, pero creo entendió menos―. No tiene sentido... ―Nuestras narices se rozan―. ¿Por qué estamos tan cerca?

―Porque estás volando de fiebre y no te puedes mantener en pie, también parece que alucinas ―explico respirando agitada, esto es más cerca de lo que puedo soportar.

―No deberías estar aquí, morirás.

―Sí, alucinas ―repito.

―¿Sabes lo que pienso de ti? ―de repente pregunta y me sobresalto.

―Eh... ¿De mí? ―Mi corazón se acelera y no es solo porque su sexy cuerpo esté sobre mí, realmente me gustaría saber qué piensa de mí.

―Eres una niña caprichosa.

―Eso ya lo sabía ―me quejo.

―Tienes agallas y me agrada. ―Me sonrojo al oír eso, le agrado―. No me tienes miedo ―aclara y me sobresalto―. ¿Por qué?

―No lo sé ―digo avergonzada―. Supongo que es porque me gustas.

¡Cielos! ¡Me acabo de declarar! Aunque él ya sabía eso.

―¿Sabes que eso es peligroso?

―¿Por qué? ¿Vas a hacerme daño? ―Siento mis mejillas arder.

Se forma un silencio eterno mientras me mira, puedo sentir su respiración, la conversación se ha detenido y oigo el latir de mi corazón por los nervios.

Me observa detenidamente hasta que responde.

―No... ―Noto como baja más a mi boca―. No podría.

¡Esperen un segundo! Esto... esto es... ¡Esto es un beso! Siento el roce de sus labios con los míos, el tiempo se detiene por un instante y noto un calor que sube desde el fondo de mi ser. Un tacto suave y despacio que me eriza la piel, las mariposas en mi estómago revolotean como locas, no entiendo lo que está pasando. Necesito saber en qué está pensando, no puedo preguntar, solo me dedico a corresponderle y me dejo llevar por las sensaciones. 

Perversa Oscuridad: Imperio [#2]Where stories live. Discover now