—Estaré ocupada —contesto y es verdad, pero además quiero parecer muy indignada.

Él parece comprender que no conseguirá más de mí.

—Vamos a salir a correr —explica sin que le preguntara—. Hemos descubierto un gimnasio cerca, pero no abre los domingos.

—Deberías acompañarnos —dice Minerva—. Creo que te hace falta un poco de ejercicio.

¿Quién inventó los domingos?

Sosteniéndole la mirada a la tapatía, abro el congelador y saco un recipiente de helado napolitano que dejo sobre la mesa.

—Estoy bien, gracias.

Minerva ríe y encoge los hombros cuando Dimas la observa con aparente molestia. Ella sale del departamento, con su contoneo de caderas exagerado, y mi ex novio permanece un instante más adentro. Decido ignorarlo, le doy la espalda concentrándome en lavar un plato hasta que lo escucho cerrar la puerta al irse.

Me froto la cara, he perdido el poco apetito que tenía, y al consultar el reloj descubro que casi es mediodía; si no me apresuro llegare tarde al almuerzo más odiado de la semana.

Es asombrosa mi habilidad para complicar una vida tan sencilla como la mía.

☆★☆

Mi cabeza es un desastre colosal y termino tomando la calle en donde viven los padres de Marina. Me percato demasiado tarde y no puedo meter reversa porque hay otro automóvil detrás de mí...

Un taxi del aeropuerto...

El corazón galopa en mi pecho cuando lo veo detenerse frente a la casa de Marina, en el espejo retrovisor descubro una mata de cabello castaño claro despeinado sobre una de las puertas que acaba de abrirse.

—No, no, no... —repito incansablemente.

Piso el acelerador hasta el fondo y doblo en la esquina sin percatarme de que otro auto viene sobre la calle. Escucho el chillido de las llantas sobre el asfalto y acelero más intentando escapar del casi inminente golpe; cuando lo consigo, me estaciono una calle después y escucho todos los insultos de la mujer que iba en el automóvil con el que estuve a punto de estrellarme.

Las manos tiemblan sobre mi regazo y no puedo pensar con claridad. Mi garganta se seca y un sudor frío cubre mi frente. Es él, es León y sé que reconoció mi automóvil. Sacudo la cabeza, puede interpretarlo de mil formas y ninguna de ellas sería la correcta... ¡Fue un error! ¡Una vuelta equivocada por estar pensando en otras cosas y todo se fue al demonio!

No puedo hablar con él. Llevamos más de tres meses sin hablar... ¡Es mucho tiempo...! ¿O no...? Dejo caer la frente contra el volante y suelto un quejido lastimero... ¡Claro que no! ¡Tres meses son nada!

¿No pudo voltearse su góndola y morir ahogado?

Soy la peor persona del mundo por pensar eso, pero no sé de qué otra forma conseguir que mi cuerpo no quiera regresar hasta él como si fuera un imán diseñado para cada parte de mí. Hay una enorme brecha de dolor entre nosotros, una grandísima y que comprendió demasiadas cosas sobre nuestras vidas.

A veces, creo que soy adicta al dolor. No uno físico, pero sí a uno emocional y que sin éste no consigo subsistir. Estoy jodida.

☆★☆

Mi hermana está embarazada, de nuevo. Es la mejor noticia del mundo mundial para todos, menos para mí; me recuerda mi abrumadora soledad. No obstante, no quiero arruinar la celebración con mi cara larga y logro sonreír de manera automática durante la larga reunión que se extiende hasta la tarde. Por otro lado, la noticia ha hecho que nadie sienta ni la más mínima curiosidad sobre mi vida, me alegra porque no sé cómo tomaría mi madre que ahora trabaje en un bar así sea uno como Arabella.

La Melodía de Aura 1 - PreludioWhere stories live. Discover now