Tiempos.

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Desperté, pero de nuevo, esta no era mi época ni mi cuerpo. Por favor, sólo pido que nada malo suceda esta vez.

Por favor.

La mujer, de la que todavía no sé su nombre, nos levantó de la cama entre adormilada y alerta; por la oscuridad que veía, debía ser pasada la media noche o madrugada. Podía escuchar un llanto suave, proveniente de algún lugar de esta enorme casa.

Ella nos llevó fuera de la habitación, dirigiéndonos hacia aquel llanto sin temor alguno, pero si fuese yo, a esta hora, en esta casa y con ese llanto, me hago del uno sin pensarlo dos veces. Sin contar el hecho de que me tiraría al suelo, esperando que me asustaran o algo parecido.

Al estar frente a la puerta de donde provenía aquel llanto, de color café con unas que otras rayas negras, abrimos con cuidado, entrando a la habitación sin vacilar. Pude apreciar los colores que reinaban en el lugar debido a la luz de luna que se colaba a través de la ventana: de un color azul, ni muy claro ni muy oscuro que lo hacía ver perfecto; podía ver que estaba llena de juguetes y ositos de peluche de la época.

Cerca a la ventana, se encontraba la cuna del bebé que lloraba: su color era blanco pero se veía beige, ¿o era beige y se veía blanco? No importa.

Negué en silencio y nos acercamos a la cuna, observando al pequeño que sollozaba, dejándome sin aliento al estar cerca de él.

Sus facciones eran las mismas del rostro de Thomas, sólo que en una versión infantil. Era en estos momentos en los que anhelaba mirarme frente a un espejo, pero por algún extraño motivo, sabía que no podría hacerlo. No todavía.

Ella levantó al niño en nuestros brazos, acunándolo, meciéndolo de un lado a otro mientras tarareaba alguna melodía desconocida para mí; sonreí al ver que, enseguida, su llanto comenzaba a disminuir, dándole paz. Ella nos llevó a una mecedora café que había cerca a la ventana y nos sentó con el bebé entre brazos, cerrando sus ojos.

Pero no todo puede ser paz y felicidad en esta vida, ¿verdad?

Fruncí mi ceño al sentir sobre nuestra piel el tacto de una mano gélida, y algo ¿huesuda?

Abrí los ojos con sorpresa e impresión, viendo al mismo hombre de la última vez, frente a nosotros. Sentí el jadeo en mi garganta, queriendo escapar sin poder dejarlo salir mientras mis ojos intentaban salirse de sus cuencas.

- ¿Q-qué quieres? - El hombre me miraba, nos miraba, como sea, con sorna.

- De ti, nada; ¿de él? Todo. - Miró al pequeño bebé que dormía plácidamente entre mis brazos, queriendo tocarlo.

Lo sostuve contra mi pecho, no queriendo que él rozara sus sucias manos sobre mi bebé.

- ¿Por qué? - Sentía el pánico escapar a través de mi voz.

- Su sangre. - Su sonrisa siniestra hizo que mi instinto protector se despertara.

- Aléjate de mi bebé. - Mi voz había salido sin miedo, y en un tono amenazante, que sólo le causó gracia. Rió por lo bajo, pero con una risa tan gutural, que me heló la sangre.

- Él lleva sangre pura corriendo a través de sus venas, la diferencia es que no es como yo. - Me miró con enojo y sorna. - Y, eso, se puede arreglar.

En un segundo, todo el panorama había cambiado: él sostenía a mi bebé, quién comenzó a llorar en los brazos de aquel desconocido. Gritos de desesperación escapaban de mi garganta y poco me importaba lastimarla. Intentaba acercarme a él, pero cada vez que lo hacía, él reía y empujaba mi cuerpo contra las paredes de la habitación, aturdiendo mi visión.

En La Oscuridad (Completa Y Corregida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora