XIII

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Cuando todo termina, asqueada, consumada por lo que acababa de ver, Sandra, con las piernas débiles, bilis en la garganta y mucha torpeza, se levantó del viejo sillón de cuero, sosteniéndose del escritorio, sin dejar de respirar profundo.

Caminó temblorosa y adolorida por haber pasado sentada por mucho tiempo, se dirigió a una pared y allí se dejó recaer, caminando con desgano, y tratando de no pensar en el aturdimiento de sus piernas, salió de la habitación, se dirigió, entre puerta y puerta, a aquella donde se encontraba la cafetera. Llegó allí a duras penas, se dirigió a la cafetera y la cogió, sin embargo, se dio cuenta de que está estaba vacía, cuando al servirse, no cayó gota alguna. Con un suspiro de angustia y cansancio mezclados, llenó con agua la cafetera y espero a que la bebida se prepare. Se dispuso a estirarse un poco, estaba muy cansada, y cada vez más se le dificultaba mantenerse despierta.

Cuando vio que el café estaba listo, casi de un salto se lo sirvió; mientras lo hacía se preguntaba donde se entraría el doctor en aquellos momentos, y de pronto, la preocupación la invadió.

Terminó el café por completo, sintiéndose un poco mejor y despierta. Se quedó un momento allí, con el jarro en mano, con la vista perdida y la mente en las nubes.

Empezó a recordar de aquellos momentos en los que estudió psicología, y en ese momento en el que conoció a Javed Roosevelt aquel magnate de la época, el doctor que pasaba en la boca y mente de todos.

No sabría explicar, ni aunque sea en ese momento el por qué a ella le atrojo tanto aquel imbécil: era egoísta, ególatra, oportunista, presumido, manipulador y sobre todo drogadicto. Pero había algo en él, que hacía que todo aquello quedara bajo y que no tenga importancia, pues, para Sandra, el gran ingenio que se le otorgó era algo impresionante.

Regresó de nuevo al presente, cuando el jarro se deslizó por sus manos y cayó al piso, rompiéndose.

Un fuerte dolor invadió su cabeza haciendo que el ruido provocado por la caída sea más estruendoso de lo que en realidad era; cerró los ojos fuertemente, respiró hondo un par de veces, se dio un masaje en las sienes y se dispuso a recoger los pedazos del piso.

Cuando terminó, decidió dar una pequeña revisión a la edificación. Los zapatos de tacón resonaban fuertemente en los pasillos vacíos y fríos, produciendo un eco. De vez en cuando, al dar un paso, un escalofrío le recorría la espalda, provocando en ella desconfianza, como si alguien la estuviese espiando, sin embargo, le dio muy poca importancia y siguió caminando.

Cada que se encontraba con una puerta, la abría, algunas estaban totalmente vacías y otras cerradas con seguro. Tras haberlo hecho varias veces, encontró un pasillo oscuro, iluminado por la luz del espacio anterior, donde no podía ver mucho, a pesar de eso se aventuró y siguió caminando por él, una pequeña línea de luz cerca del suelo, hizo que se diese cuenta de que había una puerta, se acercó más y se puso al frente de la misma, la tanteó hasta encontrar la perilla, pero antes de que la girara para abrirla, alguien desde adentro lo hizo.

Experimento FOBIA ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant