20. El Puerto Negro

10.8K 1K 403
                                    

La tormenta había espantado a los vendedores del mercado callejero de Tarkana

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La tormenta había espantado a los vendedores del mercado callejero de Tarkana. A su paso, Elliot encontraba telas y palos de madera esparcidos por el suelo, arrancados y destrozados por la furia del temporal. La calle empedrada estaba cubierta de fruta, pescado, piezas de cuero y todo tipo de mercancía cuyos propietarios no habían podido rescatar.

Tarkana era la capital de Annelia y una ciudad costera desde la que partían barcos mercantes para llevar los productos a los ducados del norte. Bordeaban la costa oeste de Svetlïa y comerciaban en cada puerto. Desde allí, los mercaderes partían para llevar sus artículos a las tierras interiores.

Pero lo que movía más dinero en Tarkana era el Puerto Negro donde había contrabando de alcohol, droga, esclavos y quién sabía qué más. Y eso no era nada comparado con lo que se encontraría en La Mandíbula, rodeado de piratas sin escrúpulos.

Era tarde para buscar el camino al Puerto Negro desde donde partiría su barco; lo mejor sería refugiarse en una posada para intentarlo mañana.

Pasó por delante de varias tabernas donde los marineros, habiendo terminado su jornada, disfrutaban de la comida y la bebida en su interior. Escogió una que no estaba abarrotada a pesar de que con ello se arriesgaba a una cena de dudosa calidad y dormir en un camastro.

Habló con el mozo de cuadra para que se ocupara de Ratza-Mûn y le diera un buen montón de heno a cambio de cinco bikas de cobre.

El caballo no parecía muy satisfecho con el lugar en el que iba a dormir. Ya habían transcurrido casi dos semanas desde que partieron, pero aún parecía recordar los amplios establos de Isley donde tenía a varios sirvientes atendiendo todos sus caprichos.

Elliot entró en la posada y supo de inmediato que algo había salido mal en altamar al ver los rostros graves de los marineros. No había música, solo conversaciones susurradas.

Se dirigió a la barra. A su paso, los marineros se volvían a mirarlo, pero pronto retomaron sus charlas.

—Buenas noches —saludó al posadero—. Quiero una habitación y algo de cenar —dijo mientras hurgaba en su bolsa de monedas y sacaba una runa de plata que el posadero tomó con rapidez.

—Sentaos, en seguida seréis atendido.

Escogió el rincón más alejado y oscuro de la sala. Una camarera le dejó un cuenco de sopa, un mendrugo de pan, cubiertos y un vaso de marardiente. Elliot tomó el primer bocado y tuvo que reprimir una mueca. Era sopa de pescado, fría y cartilaginosa; y el mendrugo estaba duro, pero podía ablandarlo en el caldo. La bebida era lo único decente de esa cena.

Suspiró. Debía dejar a un lado sus remilgos de noble.

Mientras terminaba su cena, un hombre irrumpió en la posada. Borracho como una cuba, comenzó a gritar:

—¡¿Dónde está ese desgraciado?! ¡Voy a matarlo por tocar a mi mujer! —añadió tambaleándose de lado a lado, golpeándose con mesas y sillas sin distinción.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora