A partir de ese día, a mi vida no le faltó variedad; salía mucho, con el total consentimiento de
madame Beck, que aprobaba el nivel social de mis amistades. Aquella encomiable directora me había
tratado siempre con respeto, y, cuando descubrió que yo era invitada con frecuencia a un château o a
una mansión, el respeto aumentó y se convirtió en distinción.
No es que se mostrara servil u obsequiosa: madame, una mujer de mundo, jamás mostraba
debilidad; había en ella medida y sensatez cuando perseguía con la mayor vehemencia sus propios
intereses, calma y consideración cuando una presa caía en sus garras; sin exponerse a mi desdén por
oportunista y aduladora, me hizo saber con mucho tacto que le gustaba que las personas relacionadas
con su establecimiento frecuentaran esa clase de amistades que perfeccionan y elevan, y no aquellas
que perjudican y degradan. Nunca nos elogiaba a mí o a mis amigos; sólo lo hizo una vez en que,
sentada al sol en el jardín, con una taza de café al lado y la Gazette en las manos, con aire de estar en
la gloria, yo me acerqué a ella para pedirle que me permitiera salir por la tarde; me contestó con
enorme gentileza:
—Oui, oui, ma bonne amie: je vous donne la permission de coeur et de gré. Votre travail dans ma
maison a toujours été admirable, rempli de zèle et de discrétion: vous avez bien le droit de vous
amuser. Sortez donc tant que vous voudrez. Quant à votre choix de connaissances, j'en suis contente; c'est sage, digne, louable.
(Sí, sí, querida amiga, le doy permiso de corazón y de buen grado. Su trabajo en mi casa ha sido
siempre admirable, lleno de celo y discreción: tiene derecho a divertirse. Salga cuanto quiera. En
cuanto a la elección de sus amistades, estoy encantada con ella; es sensata, digna, loable.)
Cerró los labios y continuó la lectura de la Gazette.
El lector no debe juzgar con demasiada severidad el hecho insignificante de que por aquellos días
el triplemente escondido paquete de cinco cartas desapareciera temporalmente de mi escritorio. Como
es natural, sentí una gran consternación al descubrirlo; pero en seguida recobré el ánimo.
«¡Paciencia! —susurré para mí—. Guarda silencio y espera tranquilamente; las cartas volverán a
aparecer.»
Y así fue: se habían limitado a hacer una pequeña visita al cuarto de madame; y, tras superar con
éxito su inspección, regresaron a su debido tiempo: al día siguiente estaban en su sitio.
Me gustaría saber qué pensaba de mi correspondencia. ¿Qué impresión le causaban las cartas del
doctor John Bretton? ¿Qué le parecían las ideas a menudo claras y concisas, las opiniones
generalmente lógicas y a veces originales, expuestas sin pretensiones con un estilo enérgico y fluido?
¿Le gustaba la vena medio humorística que tanto me complacía? ¿Qué pensaba de esas palabras
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VILLETTE
RandomLucy Snowe, sin familia, sin dinero, sin posición, entra a trabajar en un internado en una ciudad extranjera, Villette. No ser advertida, ni recordada, ni apreciada constituye su presente y, según cree, su destino. Madame Beck, la directora, la suje...