¿He dicho que me preguntaba tristemente? No; una nueva influencia empezó a cambiar mi vida,
poniendo freno a la tristeza durante algún tiempo. Imagina, lector, una profunda hondonada, envuelta
en nieblas y penumbras, en el rincón más secreto del bosque; su hierba es húmeda, y su vegetación
pálida y fría. Una tormenta o un hacha abre un surco de gran anchura entre los robles; la brisa penetra
en él; el sol lo calienta con sus rayos; la triste y fría hondonada se transforma en una copa profunda y
brillante; el verano derrama sobre ella el esplendor azul y la luz dorada de su hermoso cielo, que la
hambrienta depresión del terreno no ha visto jamás.
Abracé un nuevo credo... la fe en la felicidad.
Habían pasado tres semanas desde la aventura del desván, y yo guardaba en la cajita, el pequeño
cofre y el cajón del piso superior cuatro compañeras de esa primera carta, escritas con la misma
pluma, selladas con el mismo lacre, llenas del mismo aliento vital; o eso me parecía entonces. He
vuelto a leerlas años después; eran cartas risueñas y amables, pues las había escrito una persona
alegre; en las dos últimas, había tres o cuatro líneas de despedida medio festivas, medio tiernas,
«teñidas, pero no dominadas, por el sentimiento». El tiempo, querido lector, acabó convirtiéndolas en esa dulce bebida, pero cuando probé por primera vez su elixir, recién salido de un manantial tan
venerado, me pareció el zumo de una cosecha divina: un néctar que Hebe podría servir, y los
mismos dioses ensalzar.
Recordando lo escrito algunas páginas atrás, ¿le interesa saber al lector cómo respondí a esas
cartas: bajo el seco e implacable control de la Razón u obedeciendo al vívido y generoso impulso del
Sentimiento?
A decir verdad, compaginé ambos; serví a dos amos: me postré en el templo de Rimón, y sentí
cómo mi corazón se enardecía ante un altar diferente. Escribí dos respuestas a esas cartas: una para
desahogarme, otra para que Graham la leyera.
En primer lugar, el Sentimiento y yo expulsábamos a la Razón, y cerrábamos a cal y canto la
puerta de mi corazón. Luego nos sentábamos, extendíamos el papel, mojábamos la impaciente pluma
en el tintero y, con enorme placer, dejábamos que mi corazón se sincerase. Cuando terminábamos de
hacerlo... cuando llenábamos dos hojas con palabras desbordantes de cariño y gratitud (de una vez
para siempre, quisiera negar en este paréntesis, con el mayor desdén, cualquier malévola sospecha de
lo que llaman «sentimientos apasionados»: las mujeres no albergan esa clase de sentimientos cuando,
desde el comienzo, y a lo largo de una amistad, han tenido siempre el convencimiento de que hacerlo
sería cometer un terrible disparate; nadie se arroja en brazos del Amor hasta que ha visto, o ha soñado
ver, la estrella de la Esperanza elevándose por encima de las turbulentas aguas del Amor), cuando,
como iba diciendo, había expresado mi afecto incondicional y profundamente respetuoso —un afecto
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VILLETTE
RandomLucy Snowe, sin familia, sin dinero, sin posición, entra a trabajar en un internado en una ciudad extranjera, Villette. No ser advertida, ni recordada, ni apreciada constituye su presente y, según cree, su destino. Madame Beck, la directora, la suje...