Capítulo 18: Haces cosas terribles y eres una persona peor.

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Máquinas enormes, máscaras que parecen ser de gas, trajes epidemiológicos, jeringas de todos los tamaños, rayos X...

Éste lugar parece ser un cuarto de tortura. Y no me da esa impresión precisamente por los equipos que tiene a grandes rasgos, sino por las estadísticas y las fotos que están en las paredes detrás de ellos. La habitación está dividida en dos y en cada lado hay un título escrito con marcador. A la izquierda, se puede leer Fracasos. Y a la derecha, Éxitos. En ambos, hay fotos de chicos, desde pequeños de tres años hasta hombres de treinta.

Del lado derecho, predominan los niños menores de veinte años. Lo sé porque debajo de cada foto está escrita la edad y un número cuyo significado desconozco. Hay asiáticos, afroamericanos, morenos, rubios, castaños... Todos se ven saludables, saliendo serios frente a la cámara mientras sostienen una tableta electrónica que dice: Primera prueba exitosa; Segunda prueba exitosa; Tercera prueba exitosa... Y así sucesivamente. Algunos salen más de una vez, pues van creciendo.

Por ejemplo, un niño asiático llamado Christopher, con el número 136 sale tres veces: una con dos años, otra con cuatro y otra con seis. En todas se ve bien, saludable. Sin embargo solo llega hasta la tercera prueba. No como otros niños, que llegan hasta la décima.

Al lado de todas las fotografías hay una pizarra inteligente, con un polígono de frecuencias dibujada en ella. Del lado de las frecuencias (el eje vertical) está el promedio de éxitos, expresados en porcentajes. Y del lado de las marcas de clase (el eje horizontal) están las edades, desde los dos hasta los treinta años. Sin embargo, la curva no llega hasta los treinta años. Llega hasta un promedio del dos por ciento de éxito a los veinte años. Es decir, las pruebas no logran ser exitosas después de los veinte años.

Temiendo lo peor por esos niños, volteo hacia la izquierda, donde están los fracasos. Aquí hay de todas las edades, pero la mayoría son de los dieciocho para arriba.  Y a diferencia de los niños, estos chicos se ven terribles. Lucen pálidos, débiles, con los ojos apagados... Dios, esto es horrible. No todos se ven iguales, sin embargo. Hay algunos que parecen estar a punto de desmayarse, casi inconscientes. Y hay otros, que tienen los ojos saltones, desorbitados... hasta causa escalofríos. Parece que algo desenchufó en su cerebro. Su mirada parece expresar tanto y a la vez nada.

No soy idiota, ya no me queda ninguna duda. Estos chicos son utilizados como ratas de laboratorio.

Hay otra pizarra inteligente, en la cual hay otro polígono de frecuencias con el mismo diseño que el anterior. Solo que esta vez se lee Promedio de fracasos en el eje vertical. Y los resultados son sorprendentes.

A diferencia de la gráfica de éxitos, ésta tiene resultados mucho más numerosos. Conforme avanza la edad, la curva asciende. Sobre todo, como ya había mencionado, después de los dieciocho años. Pero lo más aterrador de todo, es que éstas estadísticas tampoco llegan a los treinta años. Llegan a los veintidós, con un promedio de fracaso del noventa y siete por ciento.

Noventa y siete por cierto. Santo Jesús, eso es mucho.

¿Qué es lo que esto quiere decir? ¿Qué sucede después de los veintidós años?

—Lo digo en serio, Kathery. Será mejor que te vayas —habla Nicolás, sacándome de mis pensamientos e indagaciones.

— ¿Qué pasa después de los veintidós años? ¿Por qué ya no hay resultados en ninguna de las gráficas? —cuestiono antes de poder evitarlo.

—Te vas a meter en problemas más grandes de los que puedes soportar, niña —murmura Kyle, tomándome por sorpresa. Con su actitud de <<odio a Kathery, que se vaya al buklot>>.

Kathery y el Único Chico de la Tierra.Onde as histórias ganham vida. Descobre agora