Prólogo: Funeral.

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A las seis de la tarde, le di la última calada al cigarrillo y arrojé la colilla al asfalto, para pisarla con la suela de mis botas de cuero. Me alisé las arrugas invisibles de la chaqueta y me crucé de piernas. Escuché los pasos acelerados y torpes de mi madre y suspiré hondo.

Yaneth, aminoró su marcha conforme se acercaba y se detuvo completamente a unos dos metros. Abarcó una gran cantidad de aire y titubeó antes de hablar.

- ¿Puedes entrar, por favor?-Preguntó finalmente. Me giré y le sostuve la mirada. Ella se resguardó el pecho con los brazos y agregó: -Lo prometiste.

Tragué saliva, hastiada y me puse de pie para posteriormente seguirla por la calle. El edificio de cuatro plantas, ocupaba unos treinta metros de la calle y llamaba la atención que fuera elegante y negro. Había dos tipos en la entrada de la estancia. Uno de ellos fumando y el otro, limitándose a mirarme. Me sentí intimidada por su penetrante mirada, pero lo ignoré entrando detrás de mi madre.

Unas escaleras de baldosa blanca, era lo primero que podía verse al entrar. Yaneth comenzó a ascender por ellas y yo dediqué una mirada de soslayo a los hombres en la puerta. Ellos estaban hablando entre sí, y el bulto justo en la pretina de sus Jeans, me daba una idea de lo que llevaban.

En el segundo piso, estaban concentrados todos. Habían asistido un par de tíos, primos lejanos de cuya existencia no tenía conocimiento y una mujer con un vestido extremadamente largo, de esbelta figura y facciones finas, llorando contra un pañuelo blanco. Dos chicas, de unos catorce y quince años, estaban junto a ella y lloraban también.

El ataúd estaba cerca de la ventana cerrada, que dejaba ver parte del resto de la ciudad. Era de una madera, visualmente fina y tenía un sin número de coronas de flores y mensajes ridículos, a los lados. Algo dentro de mí se removió cuando vi a Jorge allí, con las manos cruzadas y los ojos cerrados para siempre. Era consciente de que no iba a llorar, pero estaba segura que la mirada de todos, descansaba sobre mí, expectantes a mi reacción.

La viuda, de hermosa figura, detuvo su llanto cuando una de mis hermanastras le dijo algo al oído. Ellas me miraron, de pies a cabeza de manera descarada y yo apreté mis labios para no decir nada. Yaneth, a mi lado, repiqueteaba su pie. Alcé una ceja hacia la mujer y ella levantó el mentón y posó su mirada en un hombre que acababa de entrar.

-Vanesa. -Comenzó mi mamá. -Cariño, ¿No puedes aunque sea, fingir que te duele la muerte de tu padre.

-Él no era mi padre-Escupí con irritación. Me jodía que me dijeran que ese tipo dentro de ese ataúd había sido mi padre. Yo no había tenido nunca un padre.

Me percaté que las miradas de todos se habían puesto sobre el hombre de aura oscura que acababa de entrar. Su saco largo y vinotinto, su sombrero italiano y su porte friolento, no me hizo sentir bien. Él me miró y sonrió, pero yo puse mis ojos sobre mi madre.

-Claro que era tu padre-Presionó ella y prosiguió; -Siempre se preocupaba por ti, llamaba todo el tiempo. Y también, ahora que lo noto, debes dejar de ver así a la mujer de Jorge y a sus hijas.

Estreché los ojos, incrédula de haber oído eso y ella respiró hondo, mirando hacia otra parte. Era el colmo de los colmos, que ella me pidiera eso. Es decir, Jorge la había dejado por esa mujer ¿Cómo podía defenderla?

Ella soltó un bufido y el hombre misterioso avanzó por la sala, hasta el cajón de Jorge. Tres o cuatro hombres más, entraron detrás de él, vestidos de traje negro y con zapatos oscuros. Se hicieron alrededor del primer sujeto y entendí que eras sus escoltas. Me pregunté quién era ese sujeto.

-Enviar dinero cada mes, que por cierto es algo legal y obligatorio, no lo convertían en un padre. -Comenté, queriendo hacer entrar en razón a mamá.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETAWhere stories live. Discover now