18. Todo el mundo...

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A veces, aunque ni siquiera yo lo notase, me costaba seguir aguantando. Pero la esperanza de salir adelante me daba fuerzas.

"Saldremos de aquí", pensé. "Sólo son unos meses más. Con eso tendremos todo el dinero que necesitamos. Y Fee podrá tener una vida normal. Yo..."

Levanté la cabeza. En el fondo sabía que nunca escaparía de mi pasado. Y es que Fee es inocente. Aunque ella haya sufrido mucho más que una niña de su edad, ella no ha hecho nada. Yo, sin embargo, arruinaba cada día la vida de montones y montones de personas.

Puse el pie derecho delante del izquierdo lentamente, como si me dolieran los huesos. Pero, tras apoyar toda la planta sobre el suelo, me volví a sentir segura.

No me había rendido. Ni estaba todo acabado. La noche acababa de empezar.

Me dirijí hacia la calle. Eran las seis de la tarde, pero ya estaba bastante oscuro, pues el otoño estaba comenzando. Había nubes de tormenta en el cielo, tapando la luz del atardecer. Parecía de noche. El viento hacía remolinos con las hojas caídas. Era la típica tarde-noche otoñal. Mis botas eran lo único que se escuchaba por la acera. Di un último vistazo al hotel. Sabía perfectamente qué ventana era la de nuestra habitación. La luz estaba encendida.
Recordé que a la vuelta deberí comprar algo de comer.

Si es que esta vez llegaba para la hora de la cena.

Seguí caminando. Me fui hasta el otro lado de la ciudad.

Me dejé llevar por el tumulto de los coches, la gente volviendo a sus casas después de un largo día de trabajo. Me daba una sensación feliz, de familia y de reencuentro.

Pero mis piernas se llevaron casi solas hasta el lugar donde trabajaba. Casi automáticamente. Ya conocían el camino. Giré hacia una bocacalle y desemboqué en una red de callecitas pequeñas y desangeladas, que pertenecían al sector más antiguo de Liverpool. Pertenecían.

Pero, cuanto más me adentraba en aquel distrito, mis sentidos extrasensoriales se agudizaban. Más y más. Era casi liberador.

Aliuds. Aliuds. Aliuds por donde plazca. En todas partes, en todos los rincones. Algunos hablaban, algunos se comunicaban a la "antigua", o sea, sin mover la boca. En algunos lugares, llenos de di Terra y di Aqua, las tiendas y bares, cada vez más sombríos y extraños, estaban en el más completo silencio, pero a la vez, llenos de gente. Pero como con una radio, si te acercabas, sentías algo similar a una estática llenar no tus oídos, sino tu mente. No te podías concentrar, y quizás podías escuchar algunas voces, o recibir alguna imagen que se colaba por la señal.

Aquel era un bajomundo, lleno de gente distinta, aliuds en latín, de ahí el nombre. No era mi lugar preferido, pero fue lo último que me quedó.

Me acerqué a una esquina, frente a la puerta principal de una casa algo apartada de la bulla. Un hombre de mi edad estaba de pie frente a ella, observando alrededor. Era un chico de pelo castaño largo hasta el hombro hatado en una coleta y ojos azul muy claro, y una chaqueta de un verde militar de tela fuerte y algo rota. Tenía unos pantalones negros quizás algo ajustados y ajados en la rodilla. Su camiseta tenía el signo alquímico para la luna dibujado.

Me acerqué en silencio. Él miraba hacia la izquierda. Me puse a su lado. Observé en su dirección. La calle principal.

-Dónde esta vez?- pregunté, ahora volviendo mi cabeza hacia el frente.

Él hechó a caminar, señalando con el dedo hacia una dirección. Se dirigió hacia la derecha, entrando en esa calle.

-Sabes? Yo también me alegro de verte.

-Cállate, Alex- dije, con un tono de risa, pero a la vez demandante.

Callejeamos cáda vez más hasta llegar a un callejón oscuro, sucio y pobre.

Señaló a una ventana en el segundo piso. Estaba encendida.

Lo miré a los ojos, seria.

-Cuánto debe?

Alex reflexionó unos segundos.

-Debe creo que mil cien, el tío ya debe desde hace más de seis meses desde plazo acordado por Febo. De hecho, él le subía cada veinte días un cinco por ciento más los intereses. Sigue din pagar.

Me quedé en silencio. Suspiré.

-Ni siquiera es un aliud - dije al no notar ninguna señal. Cobarde.

Febo. Esa rata. El llamado "tiburón solitario" de los prestamistas. Ni siquiera aguantaría verle la cara sin escupírsela. Aunque en realidad, nunca lo vi en persona, porque al parecer, vivía en Londres, en un departamento de lujo. El que me daba los cheques era un funcionario que me los pasaba todas las semanas en la misma esquina donde me encontraba con Alex.

-Yo a Febo no le devolvería ni un sólo penique si él me prestase algo. Ni siquiera para un chicle. -comenté llena de rabia mientras miraba hacia la ventana.

-Y porqué trabajas en esto?- preguntó él.

-Por lo mismo que tú. Porque no nos quedó más remedio. O me equivoco?

El chico inclinó la cabeza. No sabíamos nada sobre el otro, salvo que yo era un aliud de fuego y él de aire. Pero nadie trabajaría aquí por du propia voluntad. Eso estaba claro.
Y esta era la única manera de recibir dinero de forma rápida, y no en un restaurante de comida rápida. Lo malo era la moral de todo esto. Una vez dentro, nunca vuelves a salir. Qué negocios tendrá Febo aparte de prestamista?

-Es todo lo de hoy, verdad?- dijo él, con la voz algo nerviosa.

Me acerqué a los timbres. Toqué el suyo.

-Espero que sí- respondí, y carraspeé para entonar al telefonillo la voz más demandante y temible que me pudiese imaginar.»

Un letrero y el frenar de los motores me indicó que ya estábamos en Londres. Salté de alegría, pero también de nervios. Recogí mis cosas y salí a la estación. Hacía fresco. Resoplé. Era una estación gigantesca y llamativa. Ls gente pasaba a mi lado como el flujo de un río pasa alrededor de una piedra en su camino. Me encontraba caminando en contra de la corriente.

Supongo que mi viaje empezaba aquí.

Los Elegidos- respirandoWhere stories live. Discover now