Buscó en unos cajones de abajo algún papel de los que siempre guardaba cuando quería solo hacer bosquejos, nada concreto. Se encontró con dos páginas de Opalina, con eso le bastaba. Tomo un lápiz de dibujo de los que conservaba en su estuche habitual junto a su segundo juego de colores, los primeros seguían esparcidos en su oficina. Llevó todo hasta su cama, se recostó sobre la pared doblando sus piernas y empezó a trazar.

Por lo general no planificaba ningún diseño, hacía lo que sus manos querían, para que al final observase el trabajo hecho, pocas veces realizaba algunas mejoras en lo que pensaba podría verse mejor. Cuando finalizo los trazos se esmeró en difuminar perfectamente el negro a lo largo del papel, la poca luz que tenía consigo era todo lo que necesitaba. Al terminar recorrió con la yema de sus dedos aun manchados a lo largo del papel, las líneas de la mujer que conocía perfectamente. Si su memoria no le fallaba la había dibujado tal cual se presentó ante ella, su cabello oscuro cayéndole en cascadas, sus ojos completamente verdes, su vestido con el escote en v que dejaba ver sus grandes pechos, bajando hasta sus rodillas, los tacones de aguja haciéndola ver mucho más alta con su semblante serio.

Aquello parecía un retrato si era sincera con ella misma, se esmeró mucho más en que quedase perfecto, no era para menos. Su presencia le alteraba hasta la mínima cantidad de partículas en su piel. Suspiró mientras sonaba la alarma, obligándola a pararse y apagarla, era la primera vez que sonaba en al menos cuatro años y medio, involuntariamente claro está. El dibujo consumió parte de la madrugada, ni siquiera sintió lo rápido que el tiempo caminaba. Se le haría tarde si no se apresuraba.

Como si de un vidrio se tratase, con cuidado guardo el dibujo en el primer cajón, junto a la tarjeta de la abogada, lo mantendría ahí seguro como un secreto más de su penosa y miserable vida.

Se vistió a la velocidad de un rayo, bajó hasta la cocina buscando algo en las alacenas, tomo una de las ocho galletas que contenían el paquete, guardándola en su cartera, para comérsela luego. No pudo evitar tomar un plátano de la canasta de fruta que requería su atención. Completado el desayuno, abrió el Audi para llegar a su habitual vida en la oficina, a mitad de calle se quedó cuando una llamada entrante en su móvil se anunció.

-¿Diga? –Puso el manos libres mientras aceleraba.

-¡Camila! –La voz de un animado Alejandro le saludo. –No creía que sería fácil llamarte y me contestaras al primer tono. -Ni ella misma se lo hubiese creído, maldijo descolgar y ni siquiera prestarle atención al nombre. -¿Te deje sin palabras? –Sonrió al otro lado de la línea.

-Disculpa, ¿Podrías repetir de nuevo lo que me has dicho? –Se detuvo dándole el paso a una anciana, saludando agradecida.

-Te pregunté si te apetece almorzar conmigo ahora. –La quería ver justo ¿Ahora?, Si la había visto hace dos días.

-¿Ahora? –Desconcertada preguntó.

-Sí, quiero hablar contigo hija. ¿No estás tan ocupada verdad? –Alejandro quería ¿Hablar? Pero ¿Sobre qué? Su memoria comenzó a dar vueltas. ¡No!, no puede ser, acaso la abogada le habría dicho lo grosera que fue con ella, y él quería reprenderla. Sólo eso le hacía falta.

-Claro, mándame la direcc...- No la dejo terminar cuando este se le adelanto.

-No me has entendido Camila. Quiero que vengas al bufete, de aquí saldremos al restaurante que elijas. –Pérdida, así estaba. Seguramente la quería ahí para enfrentarse a Lauren Jauregui y explicar de frente a Alejandro su comportamiento.

-Papá no creo que sea buena idea. Tengo tanto tiempo de no llegar que se me ha olvidado la dirección. –Mintió esperando se lo creyera completo.

Her Heart Feels // (CAMREN)Where stories live. Discover now