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Ambos se concentraban en la mirada del otro. Annie esboza una sonrisa. Él le devuelve la sonrisa.
Todo tiene sentido. Cada uno de los recuerdos de su niñez, pubertad y adolescencia. Siempre fue él. El que cuando tenían 8 años la ayudo cuando se fracturó su brazo derecho, llevándola a casa rápido para que fueran directo al hospital. El que cuando su mamá murió, no dejó de colarse por su ventana llevándole dulces y haciéndola sonreír cuando ella más lo necesitó. El que cuando sufrió su primer amor, aunque estuviera enamorado de ella, la consoló y se tragó sus palabras. El que cuando ganó su diploma, hizo de todo para que ella se sintiera una verdadera ganadora. El que cuando se fue sin dejar rastro, no dejó de buscar hasta encontrarla. El que en ese preciso momento estaba frente a frente con la chica del cabello rojo, la chica del algodón de azúcar, la chica de miles de lágrimas y millones de sonrisas, la chica que siempre amó, ama y amará el resto de su vida.
- Thom...- susurró.- Thomas- dijo más alto. No podía creerlo. Aquel chico que siempre tuvo un espacio especial en su corazón, aquel chico que le dejó notas por un mes y medio, aquel chico que hizo de todo para hacerla feliz de nuevo aunque no la viera, aquel chico estaba frente a ella. Thomas Lorel, mejor amigo de toda la vida. Su primer amor, escondido en una cajita de cristal junto con un trozo de algodón de azúcar. Desde el primer momento, esos ojos miel, la hipnotizaron. ¿Por que no con él? ¿Pero sí con otro? Ni ella lo sabía. Pero ahora era el momento, el momento en el que dejaría de callar todo lo que siente, el momento en el que rompería cualquier barrera que se interpusiera en su camino, el momento en el que lucharía, de nuevo, por lo que quería, el momento el que Annie volvería a ser feliz.
- Hola, rojita.- le sonrió con ternura.- ¿Me extrañaste?-pregunta.
- Más de lo que imaginas, Thomy.- se acercó lentamente a él. Él de ruborizó con el acercamiento de Annie.
Y ya. Ahí estaban. En el beso.
Juntaron sus labios en un baile perfecto. Uno lento, como un vals, o una balada. Su mano fue a parar en la mejilla del ojimiel, mientras que la de él en la cintura de la pelirroja. Se vuelve más rápido, más apasionado. De repente ya no es un vals, es una melodía, una melodía alegre y rápida, una melodía que transmite emoción y produce miles de sentimientos. Sus brazos van a parar a su cuello, lo abraza; los suyos la rodean, le devuelve el brazo. Ya no es un vals, ni una melodía. La orquesta de emociones ha cesado su función. Es un abrazo cálido.

- Ejem...- alguien tose.- ¿Quién va a pasar?- pregunta el doctor. Se separan del abrazo de inmediato. Ella le sonríe y el le devuelve la sonrisa. Ella le da un beso corto en sus helados labios, él se sonríe en el beso. Se separan.
- Yo.- responde Annie algo sonrojada.
- Claro.- le hace una señal con el brazo indicándole que puede pasar.
Se levanta de su asiento dispuesta a traspasar aquella puerta de madera con los números de aluminio. Una mano coge la suya, helada y suave. Voltea a verlo, él le sonríe de manera delicada.
- Sé fuerte, rojita.- le dice. Ella asiente y él suelta su mano. Media vuelta y tres pasos derechos hacia la habitación, en la puerta. Dos pasos más, dentro de ésta.
Una habitación color cielo, con persianas blancas, un sillón blanco con un abrigo azulino. Una mesita de madera y una silla. En ambos se encontraban regalos, peluches, globos y un ramo de flores de papel periódico teñidas de colores. Rió mentalmente al recordar la nota y al chico que se encontraba sentado afuera en el pasadizo.
Una muchacha, pálida, cabello castaño corto hasta los hombros, con cables en los brazos, recostada en una camilla y con la mirada fija en la puerta, la espera en aquella habitación. La puerta se cierra detrás de ella.
- A-a... Annie- logra decir con su cálida y aguda voz. Se le nota alegre. Sus ojos se llenan de lágrimas. Sus labios tiemblan.
- Claire, linda.- su voz entrecortada y sus ojos vidriosos amenazan con llanto. Corre hacia la camilla y la abraza fuerte, muy fuerte. La pelicastaña le devuelve el abrazo.

Ambas hermanas, tan diferentes, tan iguales, tan unidas, hoy más que nunca.

                                 ***************

El sonido de tacones lo despabila de sus pensamientos.

Había besado a Annie. Dos veces.

- Ten. - le alcanzó un vaso con café.
- Gracias.- cogió el vaso y lo mantuvo entre sus manos para calentarlas.
- ¿El doctor aún no sale?- preguntó.
- Ya salió.- responde él.
- ¿Qué? ¿Por qué no entraste?- preguntó desesperada.
- Porque ella entró primero.- sonrió y bajo la mirada nervioso.- Era correcto que la viera antes. Es su hermana.
Amanda lo miraba con ojos como platos.
- Ella.....¿Está aquí?- preguntó nerviosa.
- Sí.- respondió el chico alegre.- Y me besó.- hizo una pausa al ver como la rubia hacia el esfuerzo por abrir más los ojos.- En la boca, Manda.- sonrió.
- Wow- exclamó.- Los sueños si que se cumplen ¿eh? Thomy.- le dio un sorbo a su café.
- Parece que sí.- sonrió e imitó la acción de la rubia.
Se aproximaba caminando rápido por el pasillo.
Agotado, cansado, exhausto pero aun así, dispuesto a lo que sea.
- ¿Ya está aqui?- preguntó. Ambos asintieron con la cabeza y una sonrisa de oreja a oreja. Y aquella sonrisa también se dibujo en su rostro.
Se apresuró a abrir la puerta. Y se encontró con ambas muchachas conversando y riendo.
- Hija- dijo él. Ella se giró hacia la puerta, quedando cara a cara con su padre.
- Papá - soltó una sonrisa y se abalanzó sobre tu padre.- Te extrañe muchísimo- dijo entre lágrimas.
Quién diría que aquella chica dulce y de millones de sonrisas no la había estado pasando bien en estos últimos meses.
Los tres, padre e hijas conversaron un buen rato. Llegó el doctor y le indicó a la muchacha que debía de retirarse.
- No te vayas, Annie.- suplicó Claire cogiendo su mano.
- Cariño, me tengo que ir.- le dedicó una mirada de tristeza.- Pero mañana vendré. Tempranito estaré aquí. Y me quedaré el tiempo que quieras.- le sonrió y apretó su mano, luego la besó en la frente.- Ah y casi lo olvido. Ten. - rebuscó en su bolso y retiró una cajita con dulces, una carta muy colorida y un peluche pequeño de un delfín.- Tus favoritos.
A la castaña se le iluminaron los ojos al ver los dulces.
- Gracias - sonrió y abrazó el pequeño delfín.- Es muy lindo.
- De nada, cielo.- se giró hacia su padre.- Adiós, papá.- lo abrazó.- Los veo mañana.- se dirigió hacia la puerta y salió de la habitación número 503.
Lo que vio, no se lo esperaba.

Oh. Santo cielo. No lo creo.


©Cotton CandyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora