Capítulo 8: ¿Confías en mí?

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Dejé el pincel en el vaso después de haber terminado mi obra, tomé un paño y limpié el resto de acrílico de mis manos

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Dejé el pincel en el vaso después de haber terminado mi obra, tomé un paño y limpié el resto de acrílico de mis manos. El lila que logré era el tono exacto de aquella vez. El vestido era igual de esponjoso y brillante como ese día que cumplió 13. Su sonrisa destilaba felicidad y su cabello dorado era tan largo como en su fiesta de cumpleaños. La parte que más disfruté de pintarla ―aunque disfruté todo en realidad― fueron sus ojos. Ese celeste que mezclé con apenas un toque de gris. Pero pese al esfuerzo y mezclar tonos y cantidades, no pude lograr el mismo color de sus ojos, creo que nunca lo lograría. Y realmente nunca me importaría porque es una nueva oportunidad para pintarla, cosa que jamás me atreví a hacerlo hasta hoy.

―Este es tu mes, Fabricio ―susurré en la soledad de mi habitación―. Debes aprovechar cada día.

Que ella me haya aceptado era un paso importantísimo para mí. Tenía exactamente treinta y un días para hacer que tenga sentimientos por el tonto que la despreció. Debía volver al momento en que todo comenzó: su fiesta de cumpleaños. Ese día en el que ella cambió su actitud conmigo, ese día en donde comencé a mirarla de forma distinta. Aunque enfrenté mis sentimientos en la fiesta de 15 años que le preparó su familia. Obviamente si fuera por ella, no me hubiera invitado, sin embargo, tuve la suerte de ser el mejor amigo de Julián y que su madre me tenga el cariño suficiente. Recuerdo que casi estaba por desmayarme al verla tan hermosa como nunca la había visto; tenía puesto un vestido de color crema con detalles dorados. Me volví loco durante la gran parte de la noche al no entender qué me sucedía con ella. ¡Por Dios! Era la hermana de mi mejor amigo. Era la chica que me había hartado durante bastante tiempo y de la que por fin me pude librar. Era insoportablemente popular y estaba rodeada de muchas personas, tantas que no se podría fijar en un chico callado y común que pasa fácilmente desapercibido. Era Matilda, era Matilda Garzón y ¿me gustaba? ¿Es por eso que quería quitarle de encima a esos chicos que les acercaba para bailar el vals? Oh, no, estaba perdido. Julián se me rió en la cara durante toda la noche al pensar en lo irónico de mi situación, y que por fin podía admitirlo, porque según él estos sentimientos estaban dentro de mí desde un buen tiempo atrás.

Alguien abre la puerta sin tocar y de una patada.

―¡Acá estás! ¿Estás bien? ¿No te desmayaste ni se te bajó la presión cuando te dijo que sí? ―Y hablando de Roma, es Julián con un vaso de jugo en una mano y un sándwich en la otra. Se detiene al ver la pintura de su hermana―. Che, todo bien porque sos vos, pero ¿siempre sos de pintar a mi hermana? Porque te digo que eso es extraño y enfermizo.

―La pinto todos los días. Es más, por lo menos unas tres veces a la semana me cuelo en su habitación para pintarla mientras duerme. Ah, y estoy bien, tenía un caramelo.

―Eh, no digas esas cosas porque viniendo de vos, y con tu cara de nada, no sé si decís la verdad o me estás tomando el pelo. Por cierto, amo los sándwiches que prepara tu madre ―dice antes de darle un gran mordisco.

El mundo color MatildaМесто, где живут истории. Откройте их для себя