Treinta y cuatro.

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―Perdona, Dant...

―Vampiros. ―comentó con seriedad. Cerré mi boca al instante y lo observé con detenimiento. No encontré ni un rastro de gracia en sus ojos y caí en la cuenta de que hablaba en serio― No me crees, ¿verdad?

―No es eso, claro que te creo. ―podría fingir no saber nada de ellos, ¿no?― Pero... ¿cómo sabes que fueron vampiros?

Me miró incrédulo.

―Íbamos viajando hacia nuestra casa. Él se bajó del coche a abrir el portón y ¡BAM! Un hombre vino y le clavó sus colmillos. ―apretó con fuerza el volante del Jeep y temí por nuestras vidas― Yo estaba dentro. El vampiro se alejó apenas me bajé gritando. Es más, lo perseguí, y realmente me preguntaba por qué no me había lastimado.

―Siempre misteriosos... ―mascullé cruzándome de brazos con ira. Dante frenó el coche y me di la cabeza contra el parabrisas. Me sostuvo del brazo antes de que me caiga y me miró frunciendo el ceño.

―¿Qué dijiste?

Tragué saliva nerviosa. Creí que no lo había escuchado.

―He visto series y películas... ―comencé a decir pensando cuidadosamente las palabras― y los vampiros siempre se hacen los misteriosos. ¿No es así?

El morocho negó con la cabeza retomando la marcha.

―Esto no es una serie ni una película, Cassandra. Es la vida real. ―ya lo sé. Me encantaría que sepas que lo sé.

(...)

―Quédate aquí. ―le dije a Dante bajando del Jeep. Él miró el marcador de gasolina y le quedaba muy poco. Suspiré y agregué:― No te preocupes. Me encargaré yo.

―¿Puedo bajar?

―Sólo para ir al baño. ―mordí mi labio inferior― No querrás ver lo que haré.

Hipnotizar a los empleados.

―He visto muchas de esas escenas.

Alcé una ceja, divertida.

―¿Qué te hace pensar que haré eso que tienes en mente? ―se encogió de hombros y caminó a mi lado.

―Dijiste que lo tenías todo bajo control.

―Pero no de esa manera. ―murmuré empujando la puerta de cristal del shop. Me aseguré que Dante se haya metido al baño y giré la cabeza hacia el mostrador donde un joven alto de gorra naranja masticaba chicle.

Él estaba mirando su celular, así que aproveché y me dirigí a las góndolas. Tomé una botella de agua de tamaño pequeño, la abrí y puse un poco de efedra en ella. Bebí un trago y sentí que me quemaba. Genial. Guardé la botella en mi mochila y luego tomé una gran cantidad de galletas, bebidas y snacks.

Caminé hacia la caja y el joven me vio venir. Sonreí y él también lo hizo. Leí en la placa de su atuendo naranja su nombre, Phillips.

―Bien Phillips, tú me darás todo esto ―señalé lo que llevaría― gratis.

Su sonrisa se ensanchó aún más. Di un paso adelante y lo miré fijamente a los ojos. Debería salirme, tenía que salirme.

―Vas a dejar que lleve toda esta comida sin pagarte ni un centavo. ―susurré captando toda su atención. Phillips retrocedió chocándose contra el estante donde reposaban las tazas de porcelana, y una por una cayó al suelo. Me apresuré a guardar todo y salí corriendo hacia el Jeep de Dante. Él no estaba allí y maldije todo lo que pude.

Corrí hacia el baño y lo encontré mirándose al espejo. Bufé tomándolo del brazo y lo arrastré hasta el coche con toda la velocidad del mundo.

―¡Hey! ―exclamó pisando el acelerador. Lo ignoré sin apartar los ojos del autoservicio donde había hipnotizado al cajero. Aunque no podía afirmar con certeza que lo había hecho.

Tenía muy en claro que aquella escapada nos había salido mal.

Unos kilómetros más adelante, el Jeep comenzó a emitir sonidos extraños y fruncí el ceño mirando a Dante. Él bufó tomándose la cabeza con las manos.

―El Jeep se quedó sin gasolina. ―masculló.

―Oh, mierda. ―respondí. Había olvidado la gasolina.

―No me digas que la olvidaste.

Bajé de un salto y pensé qué podíamos hacer. La carretera estaba oscura y sólo se iluminaba cuando un coche pasaba.

Hasta que unos gruñidos llamaron nuestra atención.

―¿Qué demonios...? ―comenzó a decir Dante confundido. Los lobos estaban rodeándonos y no había escapatoria. Mi corazón se aceleró y tragué saliva nuevamente. El morocho se escondió a mis espaldas pero negué con la cabeza.

―Tienes que apartarte. Van a hacerte daño.

―¡A ti también!

―¡Hazme caso! ―él bajó la mirada y se alejó unos cuantos pasos. Regresé la mirada hacia los lobos que no paraban de gruñir y extendí los brazos a la altura de sus cabezas. Apreté los ojos con fuerza, decidida. Si no me salía bien, pues todo mi sacrificio había sido en vano. Y si lo lograba...

Ya tenía la venganza servida. 

A PositivoWhere stories live. Discover now