Capítulo 3

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Ella:

Hoy es Viernes. Han pasado dos semanas desde aquel día, no había vuelto al parque porque concluí que no me había servido de nada, pero al seguir pasando los días sin inspiración, pensé que volver a intentarlo no me haría mal.
Volví a sentarme en el mismo lugar que antes, en el fondo con la esperanza de volver a ver a ese lindo chico en el que no pude dejar de pensar. Esa vez actué como una cobarde, pero estoy decidida a que si lo veo hoy, me voy a acercar y saludarlo.
Cuando volteo hacia la esquina, lo veo allí, que viene hacia aquí. Y mi corazón empieza a acelerarse. Mientras más se acerca más ansiosa me encuentro. Se sienta (como no) en el mismo lugar de la vez pasada, enfrente de mi, pero estamos un poco lejos porque mi banco está sobre una pequeña colina y su banco está abajo. Eso me da la ventaja al mirarlo.
Está de nuevo tomando su café, la cubierta es del mismo color que la vez pasada. Así que debe ser el mismo sabor. Pero no sé cuál es, ya que soy la persona que más detesta el café en toda la humanidad.
Me fascina verlo mientras lo toma, ya que lo hace como si fuera lo más sagrado, y no para de mirar a su alrededor y me pregunto qué pasará por su mente, y qué cosas está observando.
De repente siento la necesidad de dibujarlo, así como está ahora, entonces busco mi lienzo y mi lápiz y lo empiezo a hacer.
Para mi sorpresa, va muy bien. Empiezo dibujando el árbol que está detrás de él, que le da un bonito fondo, luego dibujo el banco sobre el que está sentado, los tres libros que tiene a su lado, incluso una ardilla que por casualidad está parada cerca. Cuando levanto la vista para empezar a dibujarlo a él, noto que me está mirando fijamente.
Mi corazón dejó de latir con normalidad, parece un festival de tambores.
Mi primer impulso es asustarme ya que pienso que me está acusando porque se da cuenta de que lo he mirado por demasiado tiempo. Pero no es así, me doy cuenta que me mira de la misma forma que yo lo miré a él la primera vez, me está detallando, y de nuevo me viene a la mente la idea de que miramos las cosas de la misma manera, y eso me encanta.
Cuando vuelvo a mirarlo a los ojos, veo que sigue mirándome a mi y está sonriendo. Me siento victoriosa por eso. Y sonrío yo también para que sienta seguridad de acercarse y hablarme. Vuelvo a mi lienzo y empiezo a garabatear un poco el cielo, porque sé que es imposible que me concentre sabiendo que tengo su mirada sobre mi. Pero entonces me invade el miedo de que si viene aquí va a querer ver lo que estoy dibujando y se va a dar cuenta de que lo dibujaba a el, no puedo dejar que piense que soy una acosadora. Así que cuando empieza a recoger sus cosas, decido que es el mejor momento para marcharme y así lo hago.
De nuevo huyo como una cobarde.

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