23- Sangre

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Los vampiros llegaron al pueblo nada más caer la noche, como una bandada de murciélagos. Aunque los humanos estaban preparados para recibirlos, no pudieron hacer mucho contra tantos. En menos de cinco minutos, en la plaza central, donde se desarrolló la pelea, quedaron solo los vampiros. Algunos humanos consiguieron esconderse, pero sabían que no tenían escapatoria frente a los ojos y el olfato de un vampiro. Solo podían poner sus esperanzas en Ádrian e Isaac, igual de rápidos en asesinar vampiros que estos asesinando humanos.

Avanzaban dejando atrás las cenizas de sus oponentes. Juntos, parecían imparables. En menos de media hora, prácticamente todos los vampiros habían caído y los humanos escondidos salieron para ayudar con los últimos. Ádrian no parecía cansado. Por suerte, los vampiros que su padre había enviado eran todos jóvenes, por lo que se los quitaba de encima como si de moscas se trataran. En cambio, Isaac estaba agotado. La vista se le empezó a nublar y notaba que los músculos dejaban de consentirlo. Cayó al suelo justo antes de que Ádrian ensartara con su espada a un vampiro que, aprovechando la debilidad del chico, se echó encima de él.

La plaza quedó llena de cenizas y sangre y, cuando parecía que la pelea había terminado, aparecieron, a lo lejos, cinco vampiros más, encapuchados. Tom alzó su arco y preparó una flecha de fuego, pero Ádrian lo detuvo cuando el vampiro del centro alzó su mano derecha. Tom bajó el arco y la figura dio un paso al frente mientras se destapaba la cabeza. Una larga melena roja cayó por sus hombros e Isaac se sobresaltó.

—Es ella —le susurró a su compañero—. Ella fue quien me llevó junto a Julien. Su nombre es Tania.

Ádrian no apartó la mirada de la vampira. Mantenía el ceño fruncido y un leve gruñido escapó de su garganta.

—No he venido a pelear —dijo Tania con voz dulce pero imponente—. Tú debes ser Ádrian, ¿verdad? He oído hablar de ti —se cruzó de brazos y ladeó la cabeza—, aunque nada bueno. Al parecer, debiste morir hace mucho tiempo por... ¿enamorarte de un humano? —Mostró una sonrisa perturbadora antes de soltar una carcajada—. No entiendo tu fanatismo por estos seres despreciables. Lo único bueno que tienen es su sangre. —Soltó otra carcajada.

—Ve al grano —dijo Ádrian, ansioso por saber qué mensaje le traía—. Estoy seguro de que Julien no te ha enviado aquí para decirme todo eso.

—¿Y cómo sabes que me ha enviado él? —Dejó de reír y colocó las manos en la esbelta curva de su cintura.

—Conozco bien a Julien. Al fin y al cabo, es mi padre, y fui su mano derecha durante muchos años. Seguramente, ahora ese puesto te pertenece, vista tu actuación.

—No te equivocas. —Sonrió—. Sí, tengo ese privilegio. Y me encargaré de acabar contigo y con ese medio vampiro cuando llegue el momento. —Miró a Isaac y sonrió—. Julien está muy enfadado contigo, pequeño gusano.

—¿Y por qué no nos matas ahora? Es un buen lugar. —Ádrian dio un paso al frente, retándola con la mirada, aunque suponía que ella no iba a responder a aquello.

—Lo haría con mucho gusto, pero solo he venido a darte un mensaje.

—¿Qué mensaje?

—Si tú y el mocoso os presentáis frente a Julien, no morirán más humanos. De lo contrario, mañana por la noche arrasaremos el pueblo entero. —Tania se puso la capucha y se giró. Antes de empezar a andar, volvió la cabeza y sus ojos rojos se clavaron en los de Ádrian—. Mujeres y niños incluidos. —Desapareció en el bosque, seguida por sus cuatro compañeros, antes de que nadie pudiera decir una palabra más.

—Debe de ser un farol —dijo Tom nervioso, y todos lo miraron—. Si acaban con nosotros, ¿de qué van a alimentarse?

—Tienen esclavos —dijo Ádrian—. Además, puede que no os maten a todos, pero harán más esclavos y no tendrán ningún problema en irse a otras ciudades en busca de alimento.

—Entonces —Isaac clavó la vista en el suelo—, ¿no tenemos alternativa?

—Los vampiros que Julien envíe mañana no serán como los de hoy. Estarán suficientemente capacitados para matarnos a todos. Con las bajas que hemos sufrido hoy... —Miró a Isaac y sintió su dolor.

—¿Qué harás? —Levantó la vista y miró al vampiro a los ojos.

—¿A qué te refieres?

—Has hecho todo lo que has podido. No hemos conseguido derrotarlos. Mira a tu alrededor. —Desvió la mirada y observó la masacre—. Hemos perdido. Ya nada te ata aquí.

—¿Qué estás diciendo, Isaac? —Le giró la cara suavemente hasta volver a ver sus ojos verdes—. Estoy contigo en esto hasta el final. Pensé que, al menos, sabías eso.

—No tienes por qué seguir. Puedes volver a exiliarte. Nunca te encontrarán.

—¿Y dejar que os maten a todos?

—Eres un vampiro.

—No voy a abandonarte. Sé que no huirías conmigo, y también sé que no quiero dejar a esta gente morir. Lo único que podemos hacer es ir a ver a Julien y...

—Y morir.

—Pelearemos hasta el final. —Ádrian posó las manos en los hombros de Isaac y lo miró directo a los ojos—. Derramaré hasta la última gota de sangre si eso sirve para salvarte.

—Preferiría que te marcharas. —Agachó la cabeza intentando ocultar las lágrimas.

—¿Por qué dices eso? Pensaba que querías que luchara a tu lado.

—No deseo verte morir.

—Isaac... —Lo rodeó con los brazos y lo apretó contra su pecho—. Venceré a mi padre. Te lo prometo.

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Bajo la piel del vampiro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora