21- Julien

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La vampira lo lanzó al suelo una vez dentro del castillo y se descubrió la cabeza. La larga cabellera de tirabuzones rojos le caía sobre los hombros enmarcando su rostro pálido. Los labios gruesos se entreabrieron y mostraron unos largos y afilados colmillos mientras que sus ojos relampagueaban.

—No sé quién eres, pero nuestro señor no va a perdonarte esta traición. —Isaac se arrastró hacia atrás y, entonces, alguien entró en el enorme salón.

—Tranquila, Tania, yo me ocuparé de él. —Un vampiro alto, de tez pálida y cabellos oscuros, caminó hacia él seguido de varios humanos completamente desnudos. Tan solo unas piezas doradas con una piedra roja incrustada en el centro rodeaban sus cuellos y sus muñecas, y múltiples marcas de pequeñas incisiones cubrían sus cuerpos. Sin duda alguna, eran esclavos, e Isaac no pudo evitar cambiar su expresión de miedo a una de furia—. Así que tú eres el vampiro de aquella vez. —Sus pasos, ligeros y elegantes, le hacían avanzar hasta él. Al detenerse, dos de las esclavas se agacharon y levantaron al joven, dejándolo en pie frente al vampiro. Este arrugó el entrecejo y se inclinó hacia Isaac para inhalar profundamente. El chico, paralizado, tragó saliva y apretó los puños, con los brazos aprisionados por las manos de las esclavas—. Espera un segundo... —Se acercó a su oído y susurró—. Tú no eres un vampiro, ¿verdad? —Torció una sonrisa y levantó un brazo— ¡Lleváoslo! —Los esclavos obedecieron sin pestañear y condujeron a Isaac hacia las escaleras—. ¿Dónde están los demás? —preguntó a la vampira, que se había deshecho de su capa.

—¿Qué has querido decir con que no es un humano? —gruñó, y enseguida la mano del vampiro rodeó su cuello y lo apretó—. No es asunto tuyo. Te he hecho una pregunta, no hagas que te la repita.

—Había un vampiro. —Se llevó las manos al cuello e intentó zafarse del agarre, sin éxito.

—¿Un vampiro? —Arqueó una ceja y la dejó ir— ¿Un vampiro acabó con todos los míos? —Se le escapó una carcajada—. Debes estar de broma.

—¡No lo estoy! Los humanos terminaron con los más débiles. Cuando atrapé al chico, otro vampiro me siguió. Los de mi equipo le detuvieron, pero en seguida perdí su localización. ¡Los mató a todos, Julien! —bramó y el vampiro se cruzó de brazos, impasible.

—¿Alguien capaz de matar a vampiros tan fuertes y que yo desconozco? ¿Viste su cara?

—No conseguí verlo bien. Era alto, de cabello largo y oscuro. No puedo decirte más. —El vampiro se quedó pensativo unos instantes y sonrió.

—Ve a descansar, tengo un asunto pendiente con ese chico. —Le dio la espalda y empezó a caminar lentamente hacia las escaleras.

—¡Ese niño pelea como un vampiro!

—No hagas que me repita si no quieres perder la cabeza. —El vampiro siguió su camino y Tania salió del salón, furiosa.


Isaac permanecía sobre una cama grande, maniatado, amordazado y vestido con tan solo una túnica blanca, cuando Julien abrió la puerta y entró en la habitación mostrando una amplia sonrisa. La decena de esclavos y esclavas inclinaron levemente sus cabezas, y el vampiro caminó hacia la cama. Los ojos de Isaac lo miraban con temor, pero también con furia. Julien se había detenido en sus aposentos para dejar que sus esclavos lo lavaran y lo cambiaran de ropa y, ahora, aparecía con una túnica roja decorada con bordados dorados en las mangas y en el cuello. Se veía elegante y hermoso, pero su mirada mostraba la crueldad de su interior. Se sentó en el borde de la cama y posó su mano sobre la pierna del joven, al que también habían lavado a conciencia. Isaac la apartó en seguida y el vampiro le sonrió mientras alzaba una mano. Uno de los esclavos, un joven alto de tez morena y pelo castaño, acudió a su señal con la cabeza baja. Julien tomó su mano y, sin desviar la mirada de Isaac, tiró suavemente del joven y le acarició el pecho.

Bajo la piel del vampiro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora