¿UN FINAL FELIZ?

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En una granja al sur de Hyrule, se encontraba una pequeña casa, junto a un arroyo que descendía del lago Hylia. Al otro lado de la casa se hallaba una cerca con varias aves de corral. Los cuccos cacareaban y picoteaban el suelo en busca de gusanos, la tierra estaba fértil luego de una semana de mucha lluvia. Había salido el sol y se veían algunas pocas nubes esponjosas, propias del buen clima. Una brisa agradable y cálida soplaba desde el norte acariciando el pasto de la viva llanura. Los árboles parecían susurrar la paz y la calma que sobreviene después de la tormenta.

—El clima es perfecto, desearía poder quedarme un poco más —dijo un hombre pequeño con algo de edad, mientras rascaba su canosa barba y contemplaba los caballos de la granja por la ventana.

—Yo también... —respondió una señora, apenas más baja de estatura que el hombre, rubia, con varias canas, y de un hermoso pelo lacio que dejaba asomar sus puntiagudas orejas por los costados.

Ambos sonrieron y junto a sus ojos se formaron unas pequeñas arrugas. Unas marcas que la alegría había dejado grabada en su piel y que llegaron luego de varios años de felicidad. No había temor en sus rostros, simplemente esperanza.

Sin embargo, sí había algo de preocupación en el joven un poco más alto que aquella pareja. Este se hallaba sentado a los pies de una escalera angosta y crujiente de nogal que llevaba al ático de la posada.

El hombre giró hacia el muchacho.

—No estés preocupado, todos sabemos que darás lo mejor de ti y no sientas miedo a equivocarte, pues de las equivocaciones aprenderás. —El viejo, sabio, hizo una breve pausa y miró al costado del joven—. Además, te has vuelto muy bueno con eso —agregó mientras señalaba un arco fabricado con madera proveniente del propio Deku, un árbol legendario, guardián del bosque de los kokiris, cuya corteza era fuerte como el roble y flexible como el sauce.

Esta fina arma estaba unida por las puntas con un cordón bastante fino pero muy resistente.

—Aparte has mejorado mi diseño de flechas —dijo el hombre de barba canosa.

El joven sonrió.

—Si no fuera por la cuchilla que te obsequiaron las gerudo y que luego me diste a mí, no podría hacer ninguna flecha que valiese la pena.

—Sin embargo, yo no te di la imaginación para crearlas, así que no puedes negar tu propio mérito. —El viejo rascó su barba como si este fuera un gesto común en él y agregó—: Si hubieses visto por qué las gerudo me la dieron, te sorprenderías. Aparte el esfuerzo y la práctica de todos estos años solo afirman tu valía —dijo dándole una palmada en la espalda— Lo haremos bien, no hay por qué temer, está en tu naturaleza, ya verás que será divertido. —Sonrió y murmuró por lo bajo, aunque fue perfectamente audible por todos—: Quizás incluso hasta consigas novia —y comenzó a reír.

El joven sonrió tímidamente y la señora se cruzó de brazos mandando una mirada de regaño, pero con simpatía al hombre mayor.

Tanto el hombre de mayor edad como el joven vestían túnicas largas con capuchas. La túnica del viejo era de un color gris oscuro, aunque parecía que en otro momento hubiese sido negra. La del joven era marrón oscuro. Ambas lisas y sin detalles, la mejor manera de pasar desapercibido si llegaras a ser un viajante que necesita ocultarse. Ambos tenían mochilas abultadas, había desde prendas de vestir hasta bolsas de cuero con diversas herramientas. Entre la túnica y la mochila, bien pegado a la espalda, llevaban un escudo que se veía ligero pero resistente. El del viejo tenía infinidad de marcas de golpes, flechas, lanzas y cuantas cosas filosas se pudiesen imaginar. Mientras que el escudo del joven relucía por lo nuevo que se encontraba. Solo se veían unos magullones propios del entrenamiento. Del cinturón de los hombres colgaban varios artilugios. El joven llevaba un frasco que el hombre le había dado ese mismo día lleno de un líquido amarillento muy espeso, un frasco vacío, una bolsa de tela cargada de lo que parecían piedras brillantes de colores y una espada antigua. El viejo tenía una espada, un candil, un frasco vacío y dos bolsas de telas. Una vacía, a modo de bolsillo y una llena.

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