CLANES, RAZAS Y SABIOS

23 2 1
                                    


El día posterior al caos amaneció soleado y hacía que el invierno no fuera tan frío. Link tenía la misión de montar guardia para proteger a Zelda. Pero dado el gran esfuerzo que todos habían hecho el día anterior, el joven se había quedado dormido, con la espalda apoyada al costado de la cama, donde dormía la princesa. Sus cabezas no estaban a más de treinta centímetros. Dormía sentado en el piso, con una pierna estirada y la otra flexionada. Sobre la rodilla, le colgaba su brazo derecho, con la espada aún en su mano. El otro brazo, desmayado en el piso junto con el escudo, dejaba ver algunos raspones en su parte anterior.

El sol comenzaba a filtrarse a través de las pequeñas grietas de la resistente carpa de tela. A veces, algunos de estos haces de luz eran interrumpidos por gente que pasaba por fuera de la carpa. Gente que Hood, Astor y Coocker habían rastreado a últimas horas del día anterior. Sobrevivientes al ataque de la horda de demonios, que pocas horas antes, había azotado sin tregua el campamento más importante que tenía Hyrule.

Si bien Hyrule estaba dividida en varios asentamientos, este era el más numeroso y hasta el día de ayer, contaba con casi cincuenta mil habitantes, de los cuales, al menos cinco mil, eran soldados.

Tristemente, hoy no llegaban ni a la mitad. Algunos huyeron por temor. Otros, simplemente perecieron en la terrible batalla.

Los ojos de Zelda se abrieron. Vieron el techo de la carpa y entonces, ella recordó los sucesos del día anterior. Automáticamente, tanteó su bolsillo y sintió la piedra. Exhalando con tranquilidad, recorrió con los ojos su entorno en busca del báculo de las arenas que tan poderosamente había expulsado al mal del campamento. Rápidamente, lo divisó por encima de su hombro derecho, apoyado en el respaldo de la cama. Por último, movió su cabeza hacia el costado izquierdo y vio la nuca de Link rendida hacia delante. Entonces se incorporó sentándose sobre la cama. Contempló a su protector e intentó ponerse de pie sin despertarlo, pero fue inútil.

Link había sentido el movimiento de la cama. De un pequeño sobresalto había levantado la cabeza y abierto los ojos. Rápidamente, sintió la presencia despierta de Zelda y dijo—: Perdón, debí quedarme dormido cuando salió el sol y sentir que la gente fuera de la carpa, comenzaba a despertar... —dijo el muchacho.

—No hay de qué preocuparse, Link. Acuéstate en mi cama y descansa un rato más —dijo amablemente la princesa.

—No es necesario, puedo estar despierto —dijo Link.

—Link, te haré una pregunta. ¿Te consideras un buen hyliano? —preguntó la princesa.

—Sí, por supuesto —contestó este extrañado.

—Entonces, sabes que si tu rey o alguien de la familia real te da una orden, debes respetarla, ¿no? —razonó la muchacha.

—S-Sí... —dijo Link.

—Genial. Entonces Link, descansa un rato más, acostado en mi cama... Es una orden —dijo la princesa con una pícara sonrisa.

Link, se puso de pie despegándose del suelo y se sentó en la cama. En su cara había una expresión de incertidumbre. Sentía la situación paradójica. ¿Era correcto estar despierto, o lo correcto era obedecer? Pero su cansancio le ganó. Prefirió obedecer y se desplomó en la cama.

Zelda sonrió. Aprovechó que no había nadie en la carpa para bajar al escondite secreto y guardar la piedra y el báculo. Luego subió, pasó junto a Link, lo arropó un poco, se abrigó y salió de la carpa.

Afuera, varios habitantes la vieron salir y se arrodillaron.

—No es necesario —dijo la joven cuando vio ese gesto. A ella no le gustaban las reverencias.

Link, Salvaje NaturalezaWhere stories live. Discover now