SARIA

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Ambos hylianos cabalgaron adentrándose cada vez más en la frondosa arboleda, que tenía una amplia variedad en su flora. Era tan impresionante que Link no podía dejar de mirar hacia todos lados. El verde reinaba en todas sus tonalidades. Pese a la poca luz que iba dejando aquel ocaso, el muchacho vio frutos de colores tan diversos como los del mismísimo arcoíris. Las luciérnagas llegaron para darle algo de magia al bosque y este cobró una nueva vida nocturna. La luz del sol los abandonó por completo, pero la luna lo relevó para encargarse de alumbrar lo suficiente.

—Link, ¿qué te parece este lugar? —dijo Hood señalando un sitio en el bosque—. A este árbol parece haberle caído un rayo y está todo seco. Podemos usar algunas ramas para hacer un fuego y, aparte, si se larga una tormenta es poco probable que le caiga otro rayo... ya sabes lo que dicen: "Un rayo no cae dos veces en el mismo lugar" —agregó bromeando y haciendo reír al muchacho.

—Supongo que tienes razón, aunque dudo que llueva. Está bastante despejado —dijo Link deteniendo el caballo cerca del árbol—. Pero como tú dices, yo también creo que esta madera seca arderá rápidamente.

Ambos se bajaron de los caballos y los amarraron al tronco de un árbol cercano. Los cuadrúpedos comenzaron a pastar y beber de los charcos del lugar. Hood y Link se colgaron de una rama y entre los dos la partieron. Hood sacó la espada y la terminó de separar del árbol. Una vez en el piso, el viejo la marcó haciendo algunos cortes con su hoja. Ambos la levantaron, la pusieron contra el árbol y de unas patadas la partieron en tres pedazos grandes. Hood usó la espada nuevamente para sacarle las ramas pequeñas y usarlas de yesca para iniciar el fuego. El muchacho, que ya había acampado junto a él más de una vez, se dirigió al caballo del viejo y de su alforja extrajo el candil y una pequeña pala de mano.

—Aquí está bien, ¿no? —dijo señalando un sector del suelo.

—Sí, muy bien. ¿Te encargas del pozo mientras yo consigo una ramita para ensartar el pescado? —preguntó el veterano.

—Sí, sí, no hay problema. —El muchacho tomó la pala e hizo un pozo de unos treinta centímetros de profundidad y unos cuarenta de diámetro.

—Le hiciste los agujeros para que respire, ¿no? —le preguntó Hood al volver con la rama y el pescado.

—Sí, tres —contestó el muchacho.

La primera noche del viaje, el viejo le había enseñado varias formas de hacer fuego. Una de ellas consistía en hacer un hueco en el piso. Este debía ser pequeño, con algunos agujeros cerca del hoyo y que desembocaran en la parte más profunda de este. De esta forma, el aire entraría y el fuego no se apagaría.

—Muy bien. ¿Te expliqué por qué nos conviene hacer el fuego de esta forma? —preguntó el veterano.

—Sí, de esta manera lo controlamos para que el calor salga hacia arriba solamente, no se disipe tanto y genere la mínima cantidad de luz posible para no atraer ojos curiosos —contestó Link.

—Bien, veo que sí te expliqué —dijo Hood.

—Me gustaría saber quién te enseñó tantas cosas útiles sobre la vida en la naturaleza —dijo Link.

—La misma persona que te lo enseñó a ti, un profesor del Colegio de Hyrule —dijo Hood con una sonrisa.

—¡Wow! No sabía que también habías ido al colegio —dijo Link sorprendido.

—Sí, puedo decir que tuve la suerte de ir cuando era joven. Ayúdame con estas ramas —agregó Hood señalando un manojo de estas que se encontraba en el suelo.

—Por supuesto —dijo Link con amabilidad.

Juntos armaron una especie de brocheta gigante con el pescado entero ensartado en ella. Con otras ramas la colocaron encima de los troncos que Link había tirado en el agujero. Hood colaboró tirando un poquito de aceite sobre la yesca. Con una piedra y la espada, el viejo tiró algunas chispas y el fuego comenzó a arder. Link sacó de una mochila unos hierros finitos, algunos cordones y una tela grande y gruesa.

Link, Salvaje NaturalezaWhere stories live. Discover now