Capítulo 35: Adiós Orgullo

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Pasaron cuatro días desde lo que sucedió con Greg en la escuela, los días siguientes a ese no asistió a las clases

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Pasaron cuatro días desde lo que sucedió con Greg en la escuela, los días siguientes a ese no asistió a las clases. Mantuvimos contacto por mensajes de texto, pero cada vez que intentaba hablar con él por teléfono no me atendía la llamada, y eso me preocupaba.

Escuché el tono de la línea por última vez antes de que entrara el buzón. Seguía sin atenderme el teléfono.

—¿Otra vez llamas a Gregory? —me preguntó Alex que estaba a un lado mío.

Había venido a mi casa y estábamos en la sala jugando videojuegos mientras comíamos frituras, bueno, él comía, ya llevaba tres bolsas de bolitas de queso porque esas manotas que tiene se acababa una en un abrir y cerrar de ojos.

Larry no estaba, había salido de viaje de negocios por el fin de semana, y me costaba mucho estar solo en casa, sobre todo en las mañanas que me quedaba aburrido o deprimido.

—Sí —se me formó una mueca de preocupación—, es la sexta vez que le llamo en el día, me contesta los mensajes, pero realmente me preocupa que no atienda.

Alex mustió.

—¿Crees que este bien? —hablé de nuevo esperando una respuesta que me tranquilizara un poco.

—No sé, espero que sí. Deberías de ir a ver cómo está.

—¡¿Yo?!

—No, yo.

—Te encanta ser sarcástico, ¿no es cierto?

—¿Cómo crees eso? —echó su cabeza hacia atrás—... digo, es obvio que yo soy la última persona que quiere ver. Y si tan preocupado estás deberías ir para asegurarte de que este bien.

—Es que... no quisiera ir solo —me tallé el brazo nervioso—, Alex, ¿y si me acompañas?

—¿Por qué? Ya te dije, yo no encajó ahí. Después de lo que hice prefiero mantenerme alejado de él. Aunque no creas sí tengo vergüenza.

—Me da miedo.

—¿Quién?, ¿él? —se rio—, por favor Kyle no seas ridículo. ¿Qué te va a hacer el pobre Gregory?

—No es por Greg, es a su madre a quien le tengo miedo.

—¿Me estas diciendo que te da miedo una mujer que probablemente pasa los cincuenta? —preguntó incrédulo de mi cobardía.

—¡Tú no conoces a esa mujer! —lo sacudí mientras lo veía con una expresión demente—, ¡es como si te penetrara el alma con la mirada!. Además, leíste el diario, es una sádica, esta cucu. ¿Qué tal si me golpea con una de sus enormes cruces en la cabeza y me secuestra en su sótano para castigarme por «mis pecados»?

—Okay... —apartó mis manos— iré. Creo que tienes razón en que las cosas pueden salirse de control, aunque no tanto como piensas, deberías dejar de ver Carrie.

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