Capítulo: 8

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Pérdida del control

Dafne realizó las rutinarias acciones que cada mañana repetía antes de ir a clase. Las rutinas siempre le resultaron aburridas. Cuando sus sueños tenían fuerzas y su alma estaba completa, solía mirarse al espejo y decir "hoy es un buen día para hacer algo diferente" La primera vez que dijo esa frase tendría unos tres años, con su pequeño vestido azul lleno de barro y sus rodillas raspadas se puso delante de sus padres y lo soltó sin más. A los pocos días estaba aprendiendo a bailar ballet. Su habilidad para la pintura la descubrió algo después, cuando las clases comenzaban hacerse aburrida y dibujar en los márgenes de sus libros y libretas, apasionante.

El tiempo pasaba y su madre, la mujer perfecta, la triunfadora y decidida, comenzó a decidir cuál debía ser el camino de la vida de su pequeña rebelde y quien debía ser. Comenzó hacerlo tímidamente pero con los años fue cogiendo fuerza. Con disimulo fue haciendo la vida de Dafne más rutinaria y ella se aburría cada vez más. Entonces comenzó a leer. Descubrió, casi por casualidad, que podía ser una persona diferente cada día, vivir algo inesperado cada minuto y visitar lugares que nunca vio sin levantarse de su cama. Eso aunque estaba bien, no siempre era suficiente.

El tiempo siguió pasando y en el momento de su vida en el que se encontraba ya se había acostumbrado a la rutina, a salir todos los días, a la misma hora, por la misma puerta que daba a la misma calle. Abrió la puerta. Sin saber cuando pasó la rutina comenzó a parecerle agradable.

—Dafne. — Se giró delante de la puerta por la que la que pretendía salir. — ¿Cómo tengo que decirte que te vistas bien? Enserio ¿Cómo?

—No tengo tiempo para cambiarme mamá.

Salió sin darle tiempo a la mujer severa de hablar y caminó hacia su coche. Hacía dos días desde que recogió su escarabajo azul del taller, y aquella mañana, la maquina había decidido que no quería seguir funcionando. Pero Dafne, con paciencia insistió, y el vehículo se comenzó a moverse.

Las clases continuaron como todos los días lo hacían para Dafne, los profesores hablaban y ella hacía como que escuchaba. Para Harry las horas hasta el almuerzo habían pasado algo más entretenidas que para Dafne. Nada más llega le había roto la nariz a uno de sus compañeros de geografía, porque le había mirado más de lo necesario o eso fue lo que dijo. El discurso del director fue algo más largo que él la última vez, el hombre hacia que pareciera que seguía empeñado en hacer de Harry una mejor persona con sus palabras. Harry ni siquiera estaba haciendo el intento de escucharlo.

Al terminar la charla fue a buscar su comida y comerla tranquilo en aquella mesa, que Dafne se empeña en compartir con él. Cuando estaba en aquella labor tan necesaria la figura femenina avanzó apresurada hasta allí. Harry levantó su mirada con lentitud y sin soltar el tenedor en su mano derecha. Dafne lo miraba, con su ceño fruñido y apretando sus mandíbulas. No se había sentado, ni llevaba una bandeja con comida, había ido directa al de pelo rizado.

— ¿Qué? ¿Vas a estar mucho tiempo mirándome?

—El coche esta fallándome, otra vez. — Se sentó frente a Harry y miró directamente a sus ojos verdes, él soltó su tenedor y presto a atención a lo que la chica tenía para decirle. —Se supone que lo arreglaste. ¡No han pasado ni dos días y ya está fallándome!

A ella si hizo el intento de escucharla, a ella si la había escuchado y la había gritado. Dafne le había levantado la voz al pronunciar la última frase y a Harry no le gustaba, nada, que le levantaran la voz. Se enfadaba cuando alguien lo hacía y perdía el control, cosa que él no intentaba impedir cuando se trataba de una persona diferente pero con ella, como con muchas otras cosas, era diferente. Allí sentado luchaba por no perder el control, no con ella.

—Cálmate, Dafne. — Harry le miró con dureza, avisándole con la mirada. — Creí que aguantaría algo más. — Continuó mientras se apoyaba en el respaldo de la silla relajándose. —Necesita una pieza por la que no merece la pena que pagues.

—Eso lo decidiré yo.

—Dafne...

—Quiero que me arregles el coche bien. — Habló enfadarse un poco más.

Lo había interrumpido, y como cuando le levantaban la voz, no le gustaba. A pesar de su constante intento de controlarse con Dafne, sus manos echas puños golpearon la mesa haciendo que la comida en la bandeja, y esta, saltaran. Dafne trataba de alejarse de la mesa apretando su espalda contra el respaldo de la silla. Harry se levantó haciendo que la silla callera tras él y volvió a golpear la mesa esta vez con las palmas de sus manos.

— ¡Haz lo que te dé la gana! ¡Por mí como si te mueres!

Aquellas palabras las gritó con fuerza, tanta que parecía que desgarrarían su garganta, sus ojos se abrieron mucho, tal vez demasiado, y su rostro estaba ligeramente rojo. Dio una patada a la mesa moviéndola de su lugar y haciendo que el corazón de Dafne brincara en su pecho. Harry salió con prisa de allí. Dafne se quedó en la silla asustada, su corazón latía con fuerza queriendo salir de su pecho y el aire entraba y salía de sus pulmones tan rápido como podía. Cerró sus ojos y respiró un par de veces para notar como sus músculos se relajaban. Todas las miradas estaban puestas en ella, todos allí esperaban el próximo movimiento de la chica. Esta recogió su bolso del suelo y con tranquilidad salió de la cafetería siendo seguida por todos los pares de ojos que había en aquel lugar. Tras esconderse por lo que parecieron horas, aunque no fueron más de cinco minutos, en el baño el timbre sonó y a Dafne no le quedó otra que salir de su escondite para ir a su taquilla en busca de los libros de su próxima clase. Junto a su taquilla la estaba esperando la rubia, con una sonrisa triunfante en sus labios pintados de rosa.

—Te lo dije, ese tío es peligroso. — Dafne la ignoró y se dispuso a abrir su taquilla, la rubia acercó su rostro al pelo suelto y despeinado de Dafne. —Entre tú y yo, no está bien de la cabeza. — Se volvió a alejar y se apoyó en la taquilla de al lado. Dafne cerró la suya y miró a la rubia. —Hazte un favor y aléjate de él. Y, hazme otro a mí y dime que sí.

Dafne suspiró y comenzó a caminar hacia la clase de historia mientras la rubia la seguía. Desde que Emma descubrió lo que Dafne podía hacer con su cuerpo le había pedido incasable que formara parte del equipo de animadoras. Dafne siempre se había negado, no es que tuviera nada en contra de aquellas chicas que formaban dicho equipo, ni siquiera las conocía y pensaba que entre tatas alguna debería ser agradable. Pero formar parte de aquel equipo no era algo que ella quisiera, todo lo que ella quería era bailar hasta que sus pies no pudieran seguir, hasta que sus piernas fallaran y el aire le faltara, eso y pintar.

—Venga Dafne, al menos piénsalo. — Emma seguía detrás de Dafne mientras le hablaba. — Este viernes empiezan los partidos, pasa a vernos.

Dafne paró de caminar a unos pasos de la clase y se giró para ver a la rubia sorprendida por unos segundos, Emma no esperaba que se girara.

—Vale, voy a veros el viernes y me lo pienso si tú me cuentas lo que sabes de Harry.

—Bien, el viernes después del partido hablamos. —Emma entró en la clase pasando junto a Dafne sin mirarla, como si nunca hubieran hablado. Que la quisiera en su equipo no significaba que ella dejaba de ser la popular y Dafne la chica solitaria.

Dafne siguió los pasos de la rubia y entró en la clase, nada más hacerlo todas las voces se callaron y miraron a la muchacha. No entendía el porqué del silencio y las miradas atravesándola hasta que en el recorrido de su mirada por la clase dio con Harry. El ser entre dios y bestia con su mirada esperanza estaba allí sentado en una esquina mientras trataba de averiguar lo que había en la cabeza de la chica despeinada.

Ella {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora