Cápitulo: 5

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Una rubia

Las aburridas horas de clases terminaron y su final fue anunciado por el sonar del timbre. Era viernes y al parecer eso alegraba a los alumnos. Nadie los culpaba por ello, la primera semana de clase después del verano siempre es la más difícil. Dafne puso rumbo a su a casa, le tocaba caminar y eso le agradaba, por alguna extraña razón quería sentir el sol acariciar su rostro y al aire bailar con su cabello.

Harry prácticamente corrió, sin importarle a quien se estaba llevando por delante, hasta su coche. No porque tuviera prisa, simplemente porque quería alejarse de ese lugar. Abrió su mercedes negro, muy diferente al escarabajo azul de Dafne, se subió a él y comenzó a conducir a toda velocidad dejando la marca de los neumático en el suelo del aparcamiento cuando inició la marcha. No tardó mucho en llegar a su lugar de trabajo. Cerró su coche negro de un portazo y caminó dentro del taller. Henry salió de debajo de un coche que se empeñaba en arreglar.

—Llegas pronto, chaval.

Harry no dijo nada, solamente se quitó su chaqueta de cuero negra y la camiseta blanca que la anterior guardaba y caminó hasta aquel cacharro que Dafne dejó allí.

—La chica le tiene aprecio a este coche. — Dijo Henry mientras se acercaba a Harry.

— ¿Cómo se llama?

— ¿La chica?— Harry asintió mientras abría el capó del coche de la figura femenina. — Dafne. Viene mucho por aquí.

—Normal, teniendo esta cosa por coche.

Henry comenzó a reír sonoramente mientras se alejaba de Harry. Se quedó allí enredando en el interior de aquel trasto viejo. Parecía muy concentrado en lo que hacía. Después del trabajo se fue directo a casa, un piso de lujo casi en el centro de la ciudad. Pasó por delante del portero ignorando el saludo que este le dio, como siempre hacia. Llamó al ascensor y esperó a que este se abriera para que lo llevara a la planta en la cual se encontraba su piso de lujo; el ático.

Cuando entró encendió las luces y para su sorpresa no había nadie en el lugar. Es lo que suele pasar cuando vives solo, cuando llegas a casa no hay nadie pero en su caso, a veces, solía ser diferente. Comenzó a quitarse la ropa dejándola tirada por el suelo en su camino al cuarto de baño. Se metió en la ducha, comenzó a sentir como el agua cálida tocaba cada milímetro de su piel, como se llevaba el sudor, como lo limpiaba. Disfrutaba de aquel tacto, así que, estuvo así unos minutos, dejando el agua caer sobre su desnudez, antes de enjabonarse.

Aquel ser de cuerpo perfecto decidió quedarse en calzoncillos, más desnudo que vestido, hasta que llegó la hora de macharse. Entonces se vistió y salió de su casa.

Los cuerpo bailaban pegados en el centro del lugar, la música se empeñaba en no dejar escuchar nada diferente a ella, el humo en aquella discoteca lo quería tocar todo mientras las luces de colores bailaban al compás de aquella música que gritaba. Harry comenzó a caminar hasta sus amigos apartando a todo aquel que no se apartara por sí mismo. Cuando llegó a ellos un muchacho de ojos azules se acercó a él.

—Ya era hora de que llegaras. Esa tía de allí ha estado preguntando por ti. —Dijo su amigo señalando a una muchacha de unos diecinueve años.

Era de pelo oscuro y largo, ojos marrones y cuerpo envidiable. La chica se aseguraba bien de lucir su cuerpo embutiéndolo en un apretado vestido negro muy por encima de las rodillas que dejaba su espalda al aire. Sus piernas eran largas suaves y bien definidas. Iba subida en unos preciosos zapatos de tacón, tal vez demasiados altos para caminar sin dificultad. Y por supuesto, como todas las demás personas del sexo femenino allí presente estaba maquillada, muy maquillada.

—Hoy quiero a una rubia, además a esa me la tiré hace poco.

— ¿Cómo es en la cama?

—No me acuerdo. Ya me lo contarás mañana, es todo tuya. — Le contestó con una sonrisa picara y se perdió entre la gente.

Poco duró allí Harry rodeado de gente y bebiendo alcohol. Apenas estuvo allí un par de horas, lo justo para encontrar una chica rubia que meter en su cama aquella noche. Pero antes la desnudó de una forma descuidada, salvaje y rápida. También se desnudó a sí mismo. La muchacha decidida a tener una noche divertida, apasionada, salvaje y puede que un poco dulce, trató de ponerse sobre aquel cuerpo no propio de este mundo con el objetivo de tomar el control. Pero no se lo permitió, no, Harry no se lo permitió. Dejó caer el peso de su cuerpo despiadado sobre el de ella.

—Ni se te ocurra, yo llevo el control, nena. — Le dijo con dureza y de la misma forma descuidada, salvaje y rápida que la desnudó, entró en ella.

Y lo volvió a repetir tantas veces como quiso hacerlo aquella noche, sin importarle si la chica bajo su cuerpo gritaba de placer o de dolor, tomándose los "más despacio" de la rubia como si fueran "más rápido" reclamándole rudeza. Así lo hacia él siempre, utilizaba los cuerpos femeninos a su antojo para satisfacer sus necesidades, para sentir placer. Y a eso se dedicó aquella noche mientras que Dafne se había dedicado a pintar, una y otra vez, aquel rostro femenino, aquel que se negaba a olvidar, aquel que quería recordar. Hasta que sus parpados comenzaron a pesarle y terminaron cerrarse.

Los rayos del sol atravesaron el vidrio de la ventana que estaba en la habitación de Dafne para acariciar su rostro con delicadeza. Era de día, el estaba fuera y quería a Dafne despierta. Tras mucha insistencia consiguió su propósito. Dafne comenzó a tocar sus ojos con sus delicadas manos. Pronto estaba despierta, vestida y bajando las escaleras. Asomó su cabeza en la cocina, dijo un "voy a salir, papá" y corrió dirección la puerta. Cuando fue a abrirla se dio cuenta de que había visto una mujer junto a su padre en el momento en que su cabeza se asomó a la cocina y volvió a la cocina recogiendo su larga melena en una coleta mal hecha. Había visto bien, junto a su padre había una mujer de pelo color platino recogido en un moño bajo. La mujer sostenía una taza entre sus manos. Le sonrió con dulzura a la muchacha que caminaba hacia ella y dejó la taza sobre la encimera. Mientras Brap se movía hacia la cafetera.

—Abuela ¿Qué haces aquí?

—He venido a visitar a mi hijo y a mi nieta.

Con la taza de nuevo llena Brap besó la cima de la cabeza de su madre y la de su hija antes de dirigirse a la puerta de la cocina.

—Tengo que irme. — Dijo mientras salía.

— ¿No bebe mucho café?— Le preguntó su abuela.

Dafne solamente se encogió de hombros y fue a llenar una taza de café para después volver a sentarse junto a su abuela.

—Bueno ¿A dónde ibas?

No le dio tiempo a responderle cuando la mujer severa vestida impecable, como siempre, entró en la cocina. Miró a la mujer sentada junto a su hija y fue a la cafetera. Mientras llenaba una taza de ese líquido amargo decidió hablar.

—No te esperaba por aquí, Lourdes. — Le dijo con la sonrisa más falsa entre las sonrisas falsas. — ¿A qué has venido?

—A visitar a mi hijo, Minerva.

Tras esas palabras la sonrisa falsa de Minerva se borró de su rostro, apretó la taza y salió de allí. Le había recordado aquello que no quería recordar, y por supuesto no le había gustado. Lourdes lo sabía, antes de hablar sabía que recordarle a esa mujer más fría que el hilo lo que le había recordado no le gustaría, pero lo hizo, complacer a esa mujer no era una de sus prioridades, no era algo que ella planeara hacer.




Ella {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora