capítulo 11

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Octavio

Se había hecho la noche y no había signos de Horacio y la muchacha. La oscuridad era total, el viento helado que se había desatado solo agregaba angustia a, mi ya ansioso, estado. Caminaba de un lado a otro escrutando la negrura nocturna por la ventana en busca de alguna señal que me dijera que venían en camino, que estaban a salvo. Saqué el último cigarrillo del paquete, que había empezado cuando Horacio cruzó la puerta, hice un bollo con el paquete y lo tiré al tacho de basura con frustración creciente ¿Dónde estaban? ¿Por qué no volvían? El miedo era una criatura que devoraba mis entrañas y la culpa su compañera inseparable <<si tan solo no la hubiera traído conmigo ese día>> me torturaba incesantemente tratando de acallar mi consciencia.

Ya no resistía la tensión de la espera. Había prometido a Horacio que me quedaría en la cama descansando, pero sentí que no podía cumplir esa promesa. Tomé los binoculares, me abrigué y subí al techo con la vaga ilusión de encontrarlos en medio de la noche. Sin grandes esperanzas, tomé los binoculares y comencé a escudriñar en la negrura buscando ver, al menos, el tenue resplandor de la pequeña linterna que llevaba Horacio. Nada. Jamás los encontraría. Tendría que encerrarme en la soledad de la cabaña, esperando que alguno apareciera, hasta enloquecer de angustia e impotencia. Las nubes se corrieron, un momento, dando paso a una luna brillante y escarchada que iluminó suavemente el paisaje permitiéndome distinguir algunas figuras conocidas. Pude ver el arrollo, algunas cavernas donde se refugiaban los pumas, el camino escondido que daba a la cabaña, un suave muy suave resplandor… fuego era fuego y estaba a metros del camino que daba a la ruta.

Bajé rápidamente del techo, entré a la casa, tomé dos mantas, una botella de licor y me trepé a la camioneta. Encendí las luces altas para ver mejor en la oscuridad cualquier indicio que me llevara hasta ellos. Debía encontrarlos antes de que se congelaran. O antes de que algo peor les pasara.

Pronto estuve cerca de donde había visto la luz, detuve el vehículo y comencé a tocar la bocina sin descanso. Si estaban cerca podrían seguir el ruido. Comenzaba a desesperarme cuando una luz intermitente llamó mi atención. Bajé del auto y corrí en dirección a la luz. Ahí en medio de un pequeño claro estaba una fogata encendida junto a la cual yacía Horacio y Oriana bañados en sangre seca. La mujer estaba sentada en el suelo helado cerca del fuego sosteniendo la cabeza de Horacio en su regazo, se había quitado la campera para cubrirlo de la intemperie, había atado un trozo de su camisa alrededor del brazo de mi amigo y hacía señales con la pequeña linterna entre espasmos de frío.

A duras penas logramos llevar a Horacio hasta la camioneta, una vez lo hubimos sentado en el asiento del acompañante lo envolví con una de las mantas que había llevado. Destapé la botella de licor para que la mujer tomara unos cuantos sorbos a fin de que diera calor a su cuerpo.

—Desvestite— le dije mientras sacaba la otra manta de la cabina. Me miró con los ojos muy abiertos sin dejar de temblar, esos hermosos ojos llenos de temor que me hacían perder el control. Pude adivinar que estaba confundida ante mi solicitud— debés quitarte la ropa mojada y envolverte con esto—le aclaré y le mostré la manta como prueba de mis buenas intenciones, recurriendo a todo mi autocontrol para no hacerle el amor en ese mismo instante— si no querés que te de hipotermia—mi voz se volvió un tono más grave de solo imaginarme su cuerpo desnudo. Con pudor comenzó a quitarse la camisa. Demoraba demasiado, debido a que no podía controlar el temblor de sus manos, no había tiempo que perder, arranqué con premura lo que quedaba de su camisa, le quité la camiseta que llevaba debajo, los pantalones, las calcetas todo estaba húmedo y casi congelado. Una vez desnuda la envolví en la manta abrazándola un instante antes de hacer que se sentara en el medio entre Horacio y yo, para que el calor de nuestros cuerpos brindara calor al suyo.

Crónicas de EstocolmoWhere stories live. Discover now