Capítulo 5

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 ORIANA

La mañana me encontró despierta, no podría haber sido de otro modo, ya que la reacción de Octavio me había asustado sobremanera. Su voz fue perturbadoramente aterradora, pero lo que más me había inquietado fue su amenaza sellada con su lengua lamiendo mis labios. Me sentí tan vulnerable e indefensa que tenía ganas de llorar a gritos, sin embargo, ante la amenaza, no tuve más alternativa que mantener silencio el resto de la noche.

Fue extraño ver al otro joven reaccionar con temor ante la conducta de su compañero. <<Si él que es su amigo y compinche le teme>>, pensé <<yo debería estar aterrada>>. Tanto miedo le tenía, que se mantuvo arrinconado contra el lado opuesto de la cama, manteniendo la mayor distancia posible de mí. Su modo de actuar era casi tan perturbador como el de Octavio.

Mantenía los ojos cerrados intentando oír lo que sucedía a mí alrededor. Octavio llevaba más de una hora levantado, lo escuchaba ir y venir por la casa. Horacio comenzaba a despertar y en un momento dado tuve la sensación de que me observaba. Intentaba mantener la respiración tranquila, procurando no moverme demasiado a fin de que pensara que aún dormía. Oí a Octavio caminar hacia nosotros y detenerse junto a la cama.

─ ¿Podés levantarte?─preguntó a su amigo, quien de inmediato, como si en vez de pregunta fuera una orden, comenzó a incorporarse en la cama, lentamente hasta que logró salir de la cama ─tomá abrígate que vamos a salir afuera a charlar un poco sobre el asunto─ el asunto, era yo y de seguro iban a decidir qué hacer conmigo, eso era innegable. Lejos de la civilización, en el medio de una montaña sin posibilidad alguna de participación, dos hombres desconocidos y sin escrúpulos iban a decidir mi destino y no había absolutamente nada que yo pudiera hacer para evitarlo. Solo me quedaba esperar.

HORACIO

Sabía que estaba despierta cuando Octavio vino a buscarme, pero decidí no decir nada, quizás ella se sentía más segura así. Salimos de la cabaña al frío del exterior y mi herida latió con un dolor agudo, cuando nos hubimos sentado en el banco que había a un lado de la entrada, Octavio se quitó su abrigo para cubrirme y aliviar mi dolor incrementado por el frío. Encendió un cigarrillo y se quedó observándome con gravedad.

─Imagino que ya te habrás dado cuenta de que estamos en un buen lío─ dijo entre una pitada y otra─ espero que entendás que no tuve opción, me vi forzado a improvisar para salir de allí─ dijo comenzando a llorar y apoyando su cabeza sobre mi hombro─ estabas herido y sangrando…─ continúo entrecortadamente─ pensé… oh por Dios─ dijo exhalando una bocanada de humo y vapor─ pensé que no saldrías vivo de allí─ rodeé sus hombros con mi brazo y lo apreté un poco para confortarlo. Fue terrible, para mí, ver que un hombre duro, acostumbrado a enfrentarse al mundo sin titubear, un hombre que jamás había mostrado debilidad alguna a otro ser humano, el mismo que en la vida había visto llorar hasta ahora se había quebrado y se había quebrado ante la sola posibilidad de que me pasara algo.

─Lo se─ no supe que más decir ante semejante honor. Acababa de comprender de que era el ser más importante en el mundo para él. Y él lo era para mí. Siempre había sido así, solo que jamás lo exteriorizamos. Nos necesitábamos el uno al otro y eso nunca cambiaría.

Debíamos tomar una decisión que cambiaría nuestras vidas para siempre. Deshacernos de ella nos convertiría en asesinos, dejarla ir, en presos. La vida nos había jugado una mala pasada y nuevamente nos encontrábamos en una encrucijada. No soportaríamos la carga de un homicidio, pero perder la libertad en ningún momento sería una opción, eso lo habíamos dejado claro en la única discusión que habíamos tenido.

 ─No podemos dejarla ir…─ dijo Octavio una vez se hubo calmado.

 ─Lo se─ respondí con resignación─ barajemos las opciones que tenemos ¿sí?─ aún sabiendo que no eran muchas ¿qué podíamos hacer? Estábamos entre la espada y la pared. Debatimos durante más de una hora sin llegar a conclusión alguna sobre lo que debíamos hacer a continuación. Octavio llevaba encendido más de diez cigarrillos y yo sabía que no podía decirle nada porque se pondría imposible. No me gustaba verlo fumar tanto. Luego de unos minutos de agotados los esfuerzos por llegar a algún lado nos quedamos callados.

 ─Hola… ¿hay alguien?... por favorse alcanzó a oír el grito de la joven, desde dentro de la casa. Parecía necesitar algo con urgencia. Nos miramos con Octavio y decidimos ir a ver que quería.

 ORIANA

 Hacía rato que se habían ido y dejé de escucharlos ¿me habían abandonado en ese lugar para huir? No lo creía posible, sin embargo me preguntaba dónde demonios se habían metido. La estufa a leñas llevaba un buen rato apagada y el frío punzaba fuertemente en mi vejiga. Necesitaba usar el baño con desesperación, pero estaba esposada a esa estúpida cama. Ya no podía resistir, pero era incapaz de aliviar mi necesidad. ¿Dónde estaban? ¡Por Dios!

─Hola… ¿hay alguien?... por favor─ grité suplicante a la espera de alguna señal de vida. Afortunadamente no pasó mucho hasta que la puerta se abrió y los vi entrar. Ya no soportaba las ganas de orinar─ necesito ir al baño─ oí mi voz como una queja lastimosa y me odié por eso.

 ─ En un momento─ respondió mi captor seriamente ayudando a Horacio a recostarse en el otro sillón─ enciendo la estufa y te llevo─ ¿me estás jodiendo? Tenía ganas de preguntarle. Una nueva punzada hizo que olvidara lo precario de mi situación.

 ─ ¡No, ahora!─ dejé salir el grito antes de poder controlarlo. La expresión en el rostro de piedra del hombre que me había secuestrado y traído a este infierno, me dejó petrificada unos segundos. <<Reacciona rápido, idiota>>─ por favor─ dejé salir lentamente─ es urgente─ supliqué muy a mi pesar. Al fin la tensión de su rostro mostró signos de humanidad y sacando un juego de llaves del bolsillo del pantalón se acercó a mí y liberó mis manos. Me tomó con más fuerza de la necesaria y me arrastró al cuarto de baño cerrando la puerta tras de mí. 

 Miré todo a mí alrededor y noté con frustración que no había otro modo de salir del baño que no fuera por la puerta. Seguí observando el pequeño recinto a fin de captar cada detalle. Había una bañera bastante grande. Un inodoro y un lavabo. Nada más. Nada que pudiera ser usado como un arma.

 Abrí despacio la puerta y me asusté un poco al ver a Octavio esperando del otro lado. Era precavido, eso sería un problema. Me llevó nuevamente del brazo hasta la cocina donde comenzó a abrir las puertas de la alacena.

 ─Acá hay vajilla, en esta están el té, café, leche y demás provisiones─ dijo señalando cada cosa─ prepara un desayuno, en la heladera hay pan y mermelada, has tostadas para acompañar el café─ ordenó─ tu puedes desayunar lo que te plazca, si quieres hay hasta un mate y yerba─ se dirigió hasta donde estaba su amigo y le tomó la temperatura posando su mano sobre su frente. Sacó de la cajita de primeros auxilios una pastilla y se la dio con un vaso de agua. Yo estaba de piedra en donde me había dejado sin reaccionar a moverme y cumplir sus órdenes ¿quién se creía que era? Primero me secuestra, luego me ata y me lame y ahora me ordena que le haga un desayuno. Esto no podía estar pasándome─ ¿qué carajo esperás?─ su voz sonó fría y cortante.

  Mi cuerpo comenzó a moverse por inercia. Sosteniendo como pude la manta que había tomado para cubrir mi cuerpo semidesnudo, tomé la jarra y puse agua a calentar para preparar el desayuno.  Horacio, al ver mi incomodidad, se quitó la gruesa bata que, una hora antes, le diera Octavio y me la ofreció sin decir palabra. Si lo hubiera conocido en otras circunstancias, quizás, hasta habría salido con él. En la tarde fue lo mismo, preparé el almuerzo y luego en la noche la cena ¿A quién engañaba? Ahora ya no solo era un rehén, sino que además era una esclava.

Crónicas de EstocolmoWhere stories live. Discover now