Crónicas de Estocolmo

3K 59 15
                                    

 <<Podríamos decir, que el síndrome de Estocolmo, es un mecanismo de defensa, una reacción que nuestro cuerpo manifiesta, ante una situación incontrolable que sucedió.  Para desarrollar  un síndrome de Estocolmo, el agredido tiene que haberse sentido en algún momento cuidado, sin evidencia de haber padecido un maltrato violento o grave.>>

 ORIANA

Alguna vez vi en las noticias del medio día a una señora, que luego de haber formado parte de los rehenes tomados en un banco por más de tres días, había declarado que los delincuentes habían sido de lo más atentos con ellos. Tiempo después se supo que la señora cada seis meses visitaba a los delincuentes en prisión y les llevaba confituras y golosinas varias para hacer de su estadía lo más agradable posible. Esa historia me impactó ¿qué lleva a una persona víctima de un par de criminales a encariñarse con ellos? ¿Por qué esta mujer siente la necesidad de visitar a sus captores? <Debe ser una enfermedad mental>, pensaba cuando reflexionaba sobre el tema ya que mi mente ignorante de la psicología humana no podía aceptar otra hipótesis... hasta aquel día.

<><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><> 

HORACIO

Nos conocimos en una época de vacas flacas ambos éramos universitarios pero por razones diferentes nos vimos obligados a abandonar los estudios y a valernos por nuestros propios medios. Tuvimos diferentes trabajos en los cuales nos esforzábamos sobremanera, a pesar de ello siempre nos vimos víctimas de la injusticia, por un motivo u otro nos despedían o no nos reconocían las horas extras ni el esfuerzo, sin embargo no nos desalentábamos por eso. Solo seguíamos trabajando duro con la esperanza de salir adelante y dejar finalmente el desamueblado e insípido departamento que compartíamos en el momento de ser inculpados en el incendio de la tienda  donde trabajábamos. Incendio que el propio dueño había ocasionado para así cobrar el seguro y salir de las deudas de juego en las que se había metido. Ese hecho fue el detonante que nos obligó a una vida delictiva.

 Perseguidos por la justicia por un delito que no habíamos cometido tuvimos que abandonar todos nuestros bienes para huir del brazo de la ley. Deambulamos por apestosos callejones, dormíamos en la calle bajo alguna autopista envueltos en el penetrante aroma del orín, comíamos en los basureros y siempre nos movíamos de un lugar a otro esquivando a la policía. La decadencia en la que vivíamos era cada vez mayor y ya acorralados, sin dinero ni lugar donde buscar ayuda nos debatimos entre entregarnos o caer verdaderamente en la delincuencia. El resultado fue obvio, al menos para nosotros.

Llevábamos dos años y siete meses como asaltantes de bancos y nunca le habíamos disparado a nadie ni tomado rehenes. Entrábamos, intimidábamos, llenábamos las bolsas y salíamos minutos antes de que llegara la policía... hasta aquel día.      

<><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><><> 

OCTAVIO

 Luego de pasar una época de miseria e injusticias, Horacio y yo fuimos culpados de incendio premeditado en una tienda donde trabajábamos para ganarnos la vida. Hacía ya tiempo que el dueño se había vuelto adicto al juego y en una de las ocasiones en que ya lo había perdido todo entregó las escrituras del negocio y de su casa lo que al parecer lo arrastró a provocar un incendio en su tienda para poder cobrar el seguro y mantener al menos su casa. Cuando se vio acorralado lo mejor que se le ocurrió fue culparnos a nosotros del incendio alegando que la caja no se había quemado y que el dinero no estaba.

Estaba llegando al trabajo cuando por gracia divina alcancé a oír cuando Orlando nos acusaba descaradamente de haber quemado su local para robarnos el efectivo de la caja. Corrí, corrí hasta que me ardió la garganta y sentí que las piernas no me sostenían subí cansado y a duras penas los escalones que daban hasta la entrada desvencijada del departamento barato que compartíamos con Horacio. Horacio había pedido el día porque estaba con fiebre y cuando me vio entrar notó de inmediato que algo no andaba bien <nos vamos> le dije mientras introducía alguna prenda en una mochila andrajosa que había tirada en un rincón. No necesité repetirlo apenas había terminado de meter unas prendas cuando las sirenas se dejaron escuchar, Horacio me miró y terminó de colocarse las zapatillas, tomó la billetera y salimos huyendo de nuestro departamento abandonando todo lo que teníamos para comenzar a vivir la vida del fugitivo.

Perseguidos, sin dinero, acorralados y en completa desgracia nos sentamos una noche a plantearnos la posibilidad de rendirnos y entregarnos, pero me pareció tan injusto que no la pude aceptar. Discutí fuertemente con Horacio y estuve a punto de golpearlo para sacarle así, la idea de rendirnos. Mi puño ya estaba en lo alto a punto de romper la nariz del mejor amigo que jamás haya tenido, cuando vi el terror y el desconcierto reflejado en sus ojos y lo dejé caer al suelo mugriento y pestilente a orina. Ese día decidimos apostar todo o nada.

Poco más de dos años habían pasado desde que empezáramos a robar bancos, la estrategia era simple; yo ingresaba primero y gritaba para que todos se tiraran al piso les apuntaba con un rifle a la cabeza y continuaba gritando hasta que Horacio llenaba las bolsas, siempre salíamos minutos antes de que llegara la policía. La regla principal, jamás disparar ni tomar rehenes, había sido inquebrantable... hasta aquel día. 


Crónicas de EstocolmoWhere stories live. Discover now