capítulo 7

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"No hay horror que no haya sido divinizado, ni virtud que no haya sido deshonrada."

                                                (Marqués de Sade)

OCTAVIO

Todo había salido como lo planeamos. Compré los insumos necesarios para pasar el mes y aún quedaba bastante dinero. Llegué con las cajas a duras penas, ya que eran demasiadas para cargarlas yo solo. No había podido traer la bombona de gas, por lo que de ahora en adelante deberíamos cocinar en la chimenea. Afortunadamente contábamos con un par de cacerolas llenas de hollín que podíamos utilizar sin temor a que se arruinaran. Demoré más de la cuenta en llegar, tuve que hacer varias paradas para tomar un descanso y en un par de ocasiones rechazar el amable ofrecimiento de ayuda de un par de conductores, que se habían detenido al verme tan cargado de paquetes y cajas. Cuando al fin llegué, el sol ya brillaba en lo alto de un cielo turquesa, completamente despejado.

En la entrada noté que no habían utilizado casi leña el día anterior, sentía una extraña inquietud por ello. Busqué las llaves en mis bolsillos y recordé que las tenía Horacio, por lo tanto llamé a la puerta y esperé, un tanto preocupado, a que abriera. Mientras meditaba sobre si encender o no un cigarro <<no, mejor no. Horacio odia que fume de mañana>> pensé y volví a guardar el paquete que ya tenía en mis manos.

Comenzaba a estar seriamente preocupado, cuando el sonido de la llave girando en la cerradura logró que mis músculos se relajaran. Horacio no tenía muy buena cara pero me contuve de preguntar nada, ya hablaríamos más tarde.  Me ayudó a llevar las cosas adentro de la casa. El olor a cigarrillo me golpeó de lleno apenas hube entrado y me dijo que algo muy malo había pasado en mi ausencia. Horacio solo encendía un cigarrillo cuando estaba muy molesto o muy asustado y el tufo que había en la casa no era de un solo pucho. Él odiaba el tabaco, algo no encajaba. No dije nada al respecto porque Oriana estaba despierta, aún en la cama. Eso también llamó mi atención dado que ya eran pasadas las once, además conociéndolo a mi amigo hubiera esperado que la hubiera despertado temprano y con el desayuno para tratar de hacerla sentir a gusto con nosotros. Ahora si estaba intranquilo.  

─ ¿Qué pasó? ─ Los ojos de la mujer estaban hinchados por el llanto ¿Cuánto tiempo llevaba llorando? Y más importante aún ¿Por qué lloraba? Horacio solo bajó la cabeza y tomó asiento, una reacción que me era conocida, así se comportaba cuando se había mandado la cagada del año─ respondeme, ¿Qué hiciste? ─ volví a preguntar ahora más molesto que antes. Juntó las manos sobre la mesa y mantuvo la vista en el suelo. El cabello lacio y semi-largo le cubrió los ojos dándole un aire casi infantil. No dijo una palabra. Volteé a ver a la joven, que aún estaba esposada a la cama, en cuanto me vio giró la cabeza ocultando su rostro en las sábanas─ ¿te hizo algo?─ ya que mi amigo no respondía, quizás Oriana lo hiciera. Parecía un animalito salvaje y asustado. Levantó sus ojos hacia mí, esos ojos color miel ahora demasiado brillantes y casi transparentes por el llanto y por un segundo creí que me diría que fue lo que pasó.

─ Necesito usar el baño─ respondió, en un suspiro, dejándome confundido. La liberé y noté que su vestimenta estaba desarreglada, la cubrí con una bata y la acompañé al cuarto de baño. Una mancha carmesí en la sábana me hizo suponer lo peor─ no salgás del baño hasta que yo lo diga ¿Entendido?─ le ordené, pues pensé que sería mejor que estuviera ahí así no se veía forzada a presenciar lo que sucedería ahora que yo estaba al tanto de lo que había pasado.

ORIANA

Cuando él, llegó tuve miedo de lo que podría pasar. No sabía cómo mirarlo a los ojos después de lo que su amigo había hecho. Me sentía sucia y sentía que de algún modo era mi culpa lo que había pasado. Horacio se había comportado en forma amable conmigo, habíamos conversado sobre mí y sobre mi historia. Me había preparado el desayuno y en todo momento había intentado que me sintiera lo más cómoda posible en la situación en la que me encontraba. Me había defendido de Octavio en un par de ocasiones. Si tan solo no hubiera intentado huir de nuevo, tal vez Horacio no me hubiera forzado o al menos no lo hubiera hecho aún. Todo era mi culpa.

─ ¿Qué mierda te pasa?─ Los gritos no se hicieron esperar. Octavio parecía realmente molesto por lo sucedido─ ¿Qué mirás? ¿Querés comprobar si es cierto que le robaste la virginidad?─ pude oír los pasos de ese hombre a quien más temía, ir hasta la cama y volver a la cocina, mientras mi rostro se acaloraba exageradamente ¿A caso había ido en busca de la sábana donde descansaba una única mancha roja, testigo mudo de mi desgracia? ─ ¿Lo vesAcá está la prueba de tu vergonzoso comportamiento. Ahora resulta que no solo somos ladrones, sino que también somos violadores─ no podía creer lo que estaba oyendo, Octavio estaba furioso con su amigo a causa mía. Me estaba defendiendo después de todo─ me extraña, realmente me extraña lo que has hecho ¿Qué te llevó a caer en el abuso?─ ¡Mierda! Ahora estaba jodida. Octavio iba a matarme, ya había notado que cuando se trataba de su amigo su pasión no tenía límites. Era como una madre psicópata y sobreprotectora con él y yo lo había noqueado y esposado. Alcancé a oír unos murmullos pero no pude definir qué le respondió. No fue necesario que esperara mucho para saber que le dijo la verdad, una sonora carcajada fue la respuesta de Octavio ante lo sucedido. Todo el enojo, con su amigo,  se había esfumado.

HORACIO

Sus puños cerrados golpeaban una y otra vez la mesa debido a su ira creciente. Todo se complicaba cada vez más. Ahora definitivamente quedaba descartada la posibilidad de liberar a la mujer y, a decir verdad, eso me daba cierta satisfacción ¿Por qué no podíamos dejárnosla? Al fin y al cabo no sabíamos qué hacer con ella y no teníamos el coraje para acabar con su vida. Podía ser nuestra mujer. La idea cada segundo me resultaba menos ridícula y decidí planteárselo a Octavio.

─ Escuchame. No podemos dejarla ir, no podemos matarla ¿Por qué no sacar provecho de la situación y hacerla nuestra?─ sus ojos reflejaban incredulidad ante lo que yo proponía, pero parecía pensar en la posibilidad─ si lo pensás no es tan descabellado─ tenté ante su silencio─ es una mujer realmente atractiva y nos ahorraríamos el tener que andar saliendo furtivamente para poder tener relaciones sexuales con mujeres anónimas─ tomó asiento frente a mí y se quedó mirándome, sin decir nada, lo que me pareció una eternidad.

─ Lo voy a tener en cuenta, pero mejor no vuelvas a hacerlo hasta que no tomemos una decisión definitiva─ estaba decidido, lo sabía aunque él no quisiera admitirlo de momento ya había aceptado, sin embargo tenía razón no debíamos apresurarnos. Preparé el almuerzo. Habíamos permitido que Oriana se quedara en el baño el tiempo que necesitara para reunir fuerzas y salir por su propia voluntad. No obstante, ella, no terminaba de decidirse a hacerlo, por lo cual Octavio me pidió que fuera a buscarla para almorzar.

─ Oriana podés salir por favor─ hablé a la puerta cerrada y silenciosa del baño─ está listo el almuerzo─ escuché los pasos indecisos de la muchacha que se acercaban a la puerta y vi como se movía el picaporte. La mujer estaba colorada del cuello hacia arriba de la vergüenza que sentía ante lo sucedido ¿Cuánto habrá escuchado de nuestra conversación? La tomé de la mano y la acompañé hasta la mesa donde tomó asiento a un lado de esta. Octavio colocó un plato de comida frente a ella y otro frente a mí, luego tomó asiento en el otro extremo. Comimos en silencio y las miradas iban y venían entre nosotros. 

Crónicas de EstocolmoWhere stories live. Discover now