capítulo 10

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Horacio

Conseguir el vehículo no fue problema. Los gitanos estaban encantados con mi pago en efectivo y me ofrecieron todo lo que tenían a su disposición. Entre los vehículos que me enseñaron había un cupé, un valiant muy viejo y deteriorado y una pequeña camioneta gris que se veía bastante bien. Pedí que me dejaran revisarla y luego de comprobar que tenía todo en orden cerramos el trato.

La camioneta tenía espacio suficiente para transportar todo lo que necesitábamos, por eso me convencí de comprarla. Pude cargar sin mayor dificultad dos bombonas de gas, mercadería para dos o más semanas y una enorme pila de troncos para calentarnos en las noches heladas. Salí de la maderera y pasé a comprar un cartón de cigarrillos para llevarle a Octavio a modo de obsequio y por qué no, también chocolates para Oriana. Estaba feliz, por una vez todo había salido a pedir de boca.

La ruta estaba casi desierta, cuando hacía tanto frío la gente desaparecía, absorbida por el calor del hogar. La radio del vehículo funcionaba de maravillas, Joaquín Sabina me acompañó todo el viaje de regreso a casa. Ya deseaba ver a Oriana y a Octavio. Llevaba un poco de carne para poner a asarse en la parrilla y una botella de un vino Séptima Gran Reserva de tres años de añejamiento para acompañar el asado.

Llegué a casa entrada la tarde y tuve un mal presentimiento cuando vi que todo estaba oscuro. A esa hora Octavio ya debería haber encendido las lámparas. Algo no andaba bien y teniendo como referencia lo que había ocurrido cuando yo me había quedado solo con la mujer, no era fácil para mí mantener la calma. Probé la puerta para ver si estaba abierta. Lo estaba. Mi corazón se detuvo unos segundos, me costaba respirar. La oscuridad era casi total, solo podían distinguirse algunas luces de las brazas, que aún no terminaban de consumirse del todo. Di un paso hacia delante y cuando quise avanzar un paso más mi pie tocó algo blando en el suelo.  Octavio.

Lo tomé en mis brazos y lo llevé hasta la cama guiado solo por mi memoria. Lo tapé con las mantas que yacían en el suelo y encendí las lámparas, solo para descubrir que mi compañero estaba herido y bañado en sangre <<Oriana nunca dejará de luchar>> pensé resignado mientras iba en busca del botiquín de primeros auxilios.

Limpiaba la herida de la cabeza con un poco de alcohol yodado cuando oí un suave gemido. Estaba despertando. Abrió los ojos y miró a su alrededor como buscando comprobar que su mente no lo engañaba y que en verdad la mujer lo había golpeado y había huido.

—Soy un idiota— aseguró mientras se incorporaba—ahora de seguro la muchacha está perdida allá afuera—me miró con culpa, tomó la gasa que le ofrecí y se la sostuvo en la herida mientras yo la aseguraba con cinta adhesiva— ¿qué vamos a hacer ahora?

—Vos vas a descansar y yo voy a salir a buscarla antes de que le pase algo—lo miré esperando que no intentara seguirme mientras le alcanzaba unos analgésicos—después me contás lo que sucedió—le sonreí para tranquilizarlo y lo abrigué con las frazadas. Me tomó por sorpresa del brazo justo cuando me disponía a salir.

—Cuidate— su temor me conmovía, que no pudiera ocultar sus sentimientos ante mí, me conmovía.

Oriana

Llevaba casi dos horas caminando sin llegar a ningún lado. El paisaje era de una hostilidad salvaje, arbustos espinosos clavaban sus agudas púas en mis pantalones, de vez en cuando, una de ellas, se abría camino hasta mi piel enterrándose dolorosamente. Todo lo que veía eran montañas y arbustos secos salpicados por la nieve. Mis manos habían adquirido un doloroso color morado, semejante al de un cadáver, intentaba darles calor con mi aliento, pero, resultaba imposible <<vas a morir en esta soledad>> la irónica vocecita en mi cabeza no dejaba de fastidiarme <<aquí yace un valiente cadáver>> emulaba en mi cabeza el incesante epitafio, cada vez que tropezaba con alguna pared montañosa. Entonces la angustia me superaba y un río de lágrimas desbordaba de mis ojos impidiendo una clara visión del camino y provocando, con esto, que me desorientara cada vez más.   

Crónicas de EstocolmoWhere stories live. Discover now