Capítulo 8.

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Ha pasado ya casi un mes desde que desperté en un Hospital sin recordar absolutamente nada de mi vida, y se puede decir que he avanzado un poco en lo que respecta a recordar pequeñas cosas de mi vida y de mí misma. No es tanto lo que he podido recuperar de mi memoria, pero algo es algo. Hace poco he descubierto (mejor dicho, recordado) que me gusta usar ropa de colores oscuros, de preferencia el negro, al igual que Julianna; que me gustaría tener pececitos de colores como mascotas, ya que no sueltan pelos y mucho menos joden todo el bendito día como suelen hacer los perros o los gatos; que soy claustrofóbica, al igual que Steven; que me gusta dibujar, como lo hace Julianna de vez en cuando; que me gusta la música, como a Steven, y otras pequeñas cositas más.

Como por ejemplo, que Julianna y Steven dejan la puerta de su habitación abierta-entreabierta cuando se encuentran disponible, y cerrada cuando no están disponibles (si saben a lo que me refiero).

Cuando les dije eso a Julianna y Steven casi les da un infarto de la sorpresa. Luego, se emocionaron. Luego de eso, me preguntaron si de verdad recordaba eso, y les dije que sí. Después de eso, me preguntaron (otra vez) si de verdad recordaba todo eso, y nuevamente les dije que sí. Después de eso, me preguntaron (sí, por TERCERA VEZ) si de verdad, pero de verdad recordaba todo eso, y yo (ya cansada de que me pregunten lo mismo) les dije que sí, otra vez. Y después de eso, se emocionaron nuevamente, y me abrazaron tan fuerte los dos al mismo tiempo que casi me quedo sin aire.

Si así reaccionaron cuando recordé esas pequeñas cositas, no me quiero imaginar cómo van a reaccionar cuando por fin los recuerde del todo.

Traté de evitar la parte de la puerta de su habitación, pero cuando me preguntaron que qué más recordaba, no pude evitar decirles. Se pusieron de todos los colores ni bien les dije eso, y yo trataba, en un esfuerzo sobrehumano, de no partirme en carcajadas al ver sus reacciones, pero luego se echaron a reír (algo nerviosos), y no pude evitar contagiarme de sus risas.

Suspiré. Si supieran que los escuché la otra vez... por tercera vez en el mes.

«Eso te pasa por curiosa», me dije a mí misma en mi mente, y sacudí mi cabeza.

Ahora mismo, me estaba preparando para ir al bachiller. Son las siete menos cuarto de la mañana, y mi despertador sonó, como siempre suele hacer de lunes a viernes, a las seis y media. Hace rato había terminado de higienizarme, cepillarme los dientes e inyectarme la insulina; ahora voy a escoger la ropa. Saqué del armario una musculosa negra, una camisa a cuadros azul, unos jeans algo holgados y desgastados en las rodillas, y unas zapatillas negras. Sé que pareceré una vagabunda, pero no podría importarme menos.

Cuando terminé de vestirme, alisé mi cabello con una planchita que he encontrado guardada en uno de los cajones de mi escritorio, y luego me apliqué un poquito de delineador y rímel negro y brillo labial. Eso me consume media hora, y más los cinco minutos que utilicé para vestirme, debo sospechar que deben ser las siete y veinte de la mañana. Camino hasta el espejo de cuerpo entero que hay en mi habitación para ver mi reflejo. Si no fuera por mi cabello bien alisado y lo poco que tengo de maquillaje, cualquiera me confundiría con un vagabundo con pelo largo. No vagabunda, VAGABUNDO.

En fin, me calcé las zapatillas, tomé mis cosas para la diabetes, y bajé trotando las escaleras hasta llegar a la cocina. Julianna, como siempre, estaba haciendo el desayuno, y Steven... bueno, no tengo ni la más remota idea de dónde podría estar ése hombre.

—Buenos días, Julianna —la saludé, estirando mis brazos por encima de mi cabeza y soltando un bostezo—.

—Buenos días, Audrey —dijo ella, y volteó a verme—. Tenemos un problema.

Amnesia. «Muda 2».Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum