Capítulo 3.

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Un irritante pitido de un despertador de saca de mis ensoñaciones. Gemí al mismo tiempo en que estiraba mi brazo hacia aquel aparato de mierda y estrello mi mano en él para callar su maldito pipi de una buena vez. Me siento en mi lugar, paso mi mano por mi rostro, y refriego mis ojos con mis puños, a ver si lograba acostumbrar mi vista a la brillante y cegadora luz del sol que se filtraba por las ventanas de tul moradas, lo que iluminaba parte del suelo de un hermoso color morado.

Giro mi cabeza hacia el despertador y veo que son las seis y media de la mañana y ¡¿SEIS Y MEDIA DE LA MAÑANA?! ¿Qué rayos hago despierta a ésta hora? El sábado y el domingo me despertaba a las diez y media de la mañana para luego levantarme de la cama a las once, y Julianna y Steven no tenían problema alguno. ¿Por qué hoy me despierto tan temprano? No me acuerdo ni siquiera de haber puesto la alarma. ¡Ni siquiera sabía que tenía un reloj despertador! ¿Cómo es que la alarma sonó?

Vagamente me acuerdo que Julianna me ha dicho que, antes de que tuviera Amnesia, solía inyectarme la insulina a las seis y media de la mañana, exactamente ahora mismo. Y si el sábado y domingo no me desperte a ésa hora... ¿quiere decir que no me he inyectado correcta y responsablemente la insulina?

Segundos después, Julianna abrió la puerta de mi habitación y asomó su cabeza.

—¿Ya estás despierta, Audrey? —preguntó—.

La miré.

—Ehh... ¡sí, sí! Ya... me he despertado. Hace un rato —le dije—.

—Bien —me sonrió, y entró a mi habitación—. ¿Ya te has inyectado la insulina?

—Ehhh, no, todavía... —me callé de golpe— eh, ¿Julianna?

—¿Sí? —dijo, fingiendo que no le afectó en lo absoluto en que la llamara por su nombre de pila—.

—Si ayer ni anteayer no me he despertado a las seis y media de la mañana... ¿cómo es que...?

—¿Te inyectaste la insulina a ésa hora? Digamos que alguien entró sigilosamente aquí para corroborar que ya te despertaste para hacer justamente eso, y como estabas durmiendo tan tranquilamente, decidió inyectarte la insulina por su cuenta, suavemente para no despertarte.

—¿Fu... Fuiste tú? —tartamudeé—.

—Siempre hacía eso cuando te pasabas de la hora por quedarte dormida —me sonrió—. ¿Quieres ayuda? No vaya a ser cosa que sigas dormida y te pinches mal.

—Ehhh... ¡no, no, no! Yo... puedo sola —creo que eso último sonó más como una pregunta que como una afirmación—.

—¿Segura? Porque si quieres...

—Julianna —la interrumpí—. Estos últimos días, no sé cómo, he podido inyectarme yo misma la insulina, como si sintiera que hubiera pasado toda mi vida haciendo eso. Ya sé que vas a decir que siempre he hecho eso toda mi vida —dije antes de que ella comience a hablar—, pero no recuerdo nada de nada. ¡El viernes apenas sabía que yo tenía diabetes! ¡Y cuando desperté apenas sabía mi nombre! Por eso el hecho de que pueda inyectarme sola la insulina sin ayuda de nadie me hace sentir... de alguna manera, mejor. Como si estuviera muchísimo más cerca de volver a recordar toda mi vida. ¿Entiendes?

Julianna quedó muda ante lo que yo dije, pero luego asintió frenéticamente.

—Lo entiendo —me sonrió—. Pues... inyéctate la insulina y prepárate, que irás al bachiller.

Al bachi-¿qué?

—A... ¿dónde? —tartamudeé—.

—Al bachiller. La secundaria a donde vas.

Amnesia. «Muda 2».Where stories live. Discover now