Capítulo 9.

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La fiesta estaba en su plena gloria para el momento en el que llegamos. Decenas de autos estacionados a lo largo de la calle. La música que se encontraba dentro de la casa podía ser escuchada desde afuera donde adolescentes reían, bailaban y bebían.

La casa de Ginger estaba brillantemente iluminada con luces de varios colores. Era hermosa y elegante. Nada majestuoso, pero era suficiente para dar una gran fiesta, como en esta ocasión.

Una vez que estacionamos empecé a vibrar de la emoción, todo mi cuerpo temblaba y estaba empezando a sudar, lo cual no era para nada genial. Nathan tuvo la gentileza de abrir la puerta de copiloto para mí. Afuera el frío viento me dio escalofríos poniendo mi piel de gallina y dejarme sin otra opción que frotar mis brazos para entrar en calor.

—Te dije que trajeras un abrigo contigo, pero como siempre no me hiciste caso. —reprochó Nathan.

—Ya, cállate. Un abrigo arruinaría mi atuendo. —Arreglé los pliegues de mi falda—. Verse bella no es tan sencillo. Además, todo está planeado para que me prestes tu chaqueta de cuero para el final de la noche.

—Siempre queriéndome quitar la ropa, puedo tomar tus indirectas, Kitty. —Guiñó un ojo.

Me retuve el impulso de pegarle y empezar una pelea, lo último que necesitábamos era llamar la atención. Di un paso hacia la hierba donde mi tacón fue rápido en enterrarse lo cual me hizo perder el balance y soltar un grito. Olvídense del asunto no llamar la atención, todos los que se encontraban afuera nos miraron.

Nathan estuvo ahí de inmediato, con su mano en mi codo ayudándome a estabilizar.

—Creo que te advertí también sobre los tacones siendo muy altos.

Gruñí.

—No son su culpa, es la estúpida hierba.

—Lo que sea, Kitty, eres libre de aferrarte a cualquier parte de mí si lo necesitas. Por ejemplo, mi trasero.

Con mis mejillas encendidas golpeé su pecho con mi bolso.

—¡Ugh! ¡Simplemente no puedes evitar ese tipo de comentarios!

—¿Qué te puedo decir? Es parte de mi encanto. —Colocó una mano alrededor de mi cintura y yo imité su acto, aferrándome a él y siendo invadida por el agradable olor de su colonia.

Vas acabar conmigo, Nate. Acabaras conmigo.

Eché un breve vistazo a la luna que apenas era visible. ¿Qué tanto tiempo necesitas para llenarte, lunita? Era como si se burlara de mi castigo. Dos semanas más solamente, dos.

Continuamos nuestro camino a la casa, con cada paso se escuchaba más el ruido de voces, música y risas. La puerta estaba abierta, la sala había sido convertida una pista de baile con luces donde los cuerpos de muchos jóvenes se balanceaban al ritmo de la música.

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