Capítulo 15. Dos podemos jugar

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N/A: No me odieis. Siento mucho la tardanza, he estado ocupada. Hoy he escrito el capítulo entero para que podáis leerlo, e intentaré no tardar tanto con el siguiente. Un saludo a todos mis lectores. Gracias por los votos y comentarios que dejáis.

—¡Carla!

—¡Eva! Maldita sea, sigues igual de fea que antes —rodé los ojos con una sonrisa divertida. Nunca podía decirme algo bonito en su vida.

—Gracias, querida.

Me dejé caer en el sofá, dejando mi portátil en la mesita que había en frente. Por primera vez desde que llegué, podía volver a ver a una de mis mejores amigas. La diferencia horaria era bastante grande, pero logramos coincidir. En mi mañana ella podía tener tiempo para vernos por Skype. Además, justamente hoy me había quedado sola. Mi tío y Gina se habían ido por unos encargos, y decidieron dejarme descansar. Nico no estaba en casa, pero ni idea de qué estaría haciendo.

—¿Qué me cuentas, Evita?

—Prometiste no llamarme así —ella rió dejándose caer en su cómoda cama—. Pero en fin, todo bien en realidad.

—¿Ya te han dicho que mientes fatal? —rodé los ojos.

—Más de lo que puedo contar... —dejé a mi espalda caer en el cómodo sofá, recordando los anteriores días.

Si alguien me hubiera dicho qué estaría a punto de pasarme al venir aquí, seguramente... seguramente no hubiese sabido qué hacer. Pero ahora eso daba igual. Estaba en Canadá, me había fijado en Nicolette y había descubierto mi amada sexualidad.

—Espero que recuerdes que aún sigo aquí.

—Sí. Relájate, ahora te cuento, impaciente.

Y fue lo que hice. Por largos minutos le expliqué lo ocurrido. Desde el principio hasta ahora, con cada detalle. Carla escuchaba con atención mis palabras, dejando que me explayase todo lo que necesitase. En algún momento daba algún indicio de vida, diciendo tonterías o avergonzandome por mis estupideces con Nicolette; riéndose en unas ocasiones o recordándome lo tonta que podía llegar a ser.

Ciertamente, hasta ahora me daba cuenta de la verdadera necesidad que había estado teniendo por hablar de esto con alguien. Me alegraba haber dicho mis dudas en voz alta, sintiéndome escuchada, sabiendo que ella no me juzgaría en absoluto. Mucho menos me prohibiría la cercanía con Nicolette. Esa rubia, esa tonta rubia había logrado hacerse un hueco en mi corazón. Si bien antes podía hablar de atracción, ahora no estaba segura de si tal palabra describía mis sentimientos hacia ella.

—Pero lo peor de todo, es que intenta que caiga. Los días después de la boda estuvo buscando desarmarme —Nico sabía jugar sucio. Era consciente de su atractivo, de su cuerpo, de sus ojos, de su belleza en sí—. Es... frustrante.

—¿Y por qué no intentas algo con ella? —parecía una pregunta sencilla, con una respuesta sencilla. Pero para mí no lo era.

—Te lo he dicho. Ahora somos primas y así nos considera todo el mundo. Sería extraño.

—¿Sabes qué? Me gustaría conocerla.

—Ni loca, eres capaz de avergonzarme —me crucé de brazos cual niña pequeña.

—Vale, vale... Está bien, pues enséñame la casa —eso ya era una mejor idea.

Sonreí divertida y asentí. Me bajé del sofá y cogí el portátil. Era hora de ser una guía turística.

Le enseñé el salón, que era donde me encontraba. Después pasé al pequeño comedor, y la cocina. Ella notó lo mismo que yo, ese típico estilo americano era visible. Después subí las escaleras. Quería enseñarle la pedazo bañera que había para el invierno. Bien sabido era que Canadá era jodidamente helado.

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