Sacrificio

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Miro hacia el techo y se ha vuelto cavernoso, como los túneles de Osadía. Huele a humedad y hay cierta pesadez en el ambiente. Estoy en Osadía. Y, si estoy en mi hogar, ¿por qué me sentía tan asustada? ¿Por qué mi corazón late a mil por hora, como si hubiera estado corriendo? No logro ubicar en qué pasillo estoy, así que comienzo a caminar. Siento un sudor helado en mis brazos desnudos, cargo mi usual camiseta y unos pantalones vaqueros, con botas militares. Mientras más avanzo, me entra angustia, pues no hay personas, ni el usual escándalo osado. Me recuerda al día del ataque en Abnegación. Todo estaba silencio, como ahora. De pronto, me topo con alguien que sale de uno de los pasillos y ahogo un grito. Él me tapa la boca con su mano. Me quedo con los ojos como platos, y poco a poco reconozco sus rasgos. Eric.

Estoy presionada contra su pecho y mis brazos han quedado en medio de nosotros, no puedo moverlos. No puedo moverme. Tal si estuviera amarrada a su cuerpo. Él sonríe, y yo siento un gran alivio de verlo ahí. Suelto mis brazos y me cuelgo de su cuello. Él está bien, está fuerte, sin herida alguna. Trato de fijarme cómo viene vestido, y está de la manera que me fascina: camiseta de manga al hombro, chaleco y pantalón de gabardina, con botas militares.

- ¿En dónde estabas? – me pregunta.

- No lo sé, yo... sólo caminaba...

- No importa. Ven, eres muy solicitada en casa.

- Espera. – le digo, tomándolo de la mano.

- ¿Qué sucede?

Pongo mis manos en sus pectorales y con mis dedos, poco a poco los subo hasta su cuello. Entonces, me pongo de puntillas y beso su boca. Él me corresponde de manera rápida y me voltea, pegando mi espalda a la pared, gimo. Su mano resbala por mi muslo izquierdo y sube mi pierna a su cadera y me excita aún más cuando toma mi trasero entre sus manos.

- Maud, vamos. – me dice, entre dientes y riendo. – No podremos parar, y las obligaciones nos llaman.

- Oh, está bien. – reniego y lo beso por última vez.

Nos encaminamos, tomados de la mano hacia su apartamento. Él, introduce la clave y la puerta se abre sin ningún problema. Veo, sentado en el suelo a un pequeño bebé, jugando con unos cubos de plástico. Es bello, tiene el cabello negro, y sus ojos celestes.

- Mama. – me dice junto con otros balbuceos que no entiendo, su rostro es alegre e intenta ponerse de pie, pero cae. Mis ojos se llenan de lágrimas de felicidad al verlo.

- Mi pequeño Eric. – digo y voy a cargarlo, besando sus mejillas.

- Quería que lo vieras. Ya quiere aprender a caminar. – dice su padre, orgulloso y tomando una mejilla del bebé.

- Los amo. – digo, besando a mi bebé y a Eric.

- Nosotros a ti. – dice, abrazándonos.

Y la felicidad que puedo sentir en ese momento, se acaba cuando alguien entra de golpe al apartamento. La puerta explota y entran en tropel. Eric se pone frente a nosotros dos, pero ellos están por todos lados: personas encapuchadas, todos vestidos de negro, con armas. Mi pequeño comienza a llorar.

- ¿Qué hacen aquí? – pregunta Eric, furioso. – Nadie les dio autorización de entrar así a mi hogar.

- ¡Permanezcan en silencio! – grita uno de ellos, apuntando hacia Eric, y él solo levanta las manos.

- Mi bebé no tiene por qué estar pasando por esto. – les digo. – Déjenme ir a ponerlo a su cuna.

- Acompáñala. – ordena el que apunta hacia Eric, y otro me sigue hacia la habitación.

Esto no puede estar pasando, tiene qué ser una mentira... sé que en una de las gavetas de la cuna del pequeño Eric, hay un arma. Dejo al bebé recostado, y hago como si voy a sacar una frazada, pero saco el arma y disparo. El soldado cae muerto y los demás vienen hacia mí.

- ¡Maud, no! – dice su voz. Escucho un disparo en la sala, y sé que han matado a Eric, algo muy dentro me lo dice.

- ¡¿Eric?! – grito, envuelta en llanto. Él, no me responde y me siento aún más histérica, desesperada. Me coloco entre mi bebé y ellos.

- Te quitaremos todo, Maud.

- No mi bebé... – suplico. – Llévenme, pero dejen a mi bebé en paz.

Alguien prepara un arma y protejo a mi bebé con mi cuerpo. Un dolor urente invade mi cuerpo, y la oscuridad viene. Mi espalda se arquea y todos mis músculos duelen. Mi garganta arde por los gritos y parecen no detenerse.

- Sedante. – dice alguien. Una mujer. No habían mujeres a mi alrededor. 

Inmediatamente, siento en mi cuello un pinchazo, grito con llanto y trato de sacudir mi cabeza, pero poco a poco dejo de moverme y ya no siento el aroma a humedad de Osadía, la luz es cegadora. Aún lloro. Es una respiración entrecortada, mezclada con intranquilos sollozos. Pero es alivio. Esto es alivio.

Todo fue una simulación. Otra maldita simulación. Oigo de nuevo sus gritos. Los gritos de Will, diciendo mi nombre. Su voz es más rasposa, como si tuviera la garganta cansada de tanto gritar. Lo veo con dificultad, casi borroso, y en momentos en que todo es lúcido, puedo ver marcas en sus brazos, sudando, agitado y enfurecido. Tiene un fuego en su mirada, ajeno a toda la dulzura que Will puede tener dentro de él. Peter aún se encuentra a mis pies, está rojo de sus mejillas y su frente y limpia sus ojos... ¿de lágrimas?

- ¡Te lo diré, pero déjala en paz! – grita Will. – ¡Sumérgeme en cuantas simulaciones quieras! Pero deja a Maud tranquila...

Jeanine asiente con la cabeza y viene hacia mí. Toma una de mis manos, la observo y trago saliva, lentamente. Ella me limpia las lágrimas con su mano libre y luego se inclina.

- Felicidades, pasaste la simulación de Abnegación. – me dice.

¿Abnegación? ¿Por qué Abnegación, si se supone que no soy apta para eso? Di la vida por mi hijo... es lo que cualquier madre haría. Eso, nos hace abnegados a todos. Jeanine está atacándome con el suero en ese lugar donde más me duele: Eric y mi bebé.

No puedo articular palabra alguna. Se aleja y atrás de ella, está Will, tomado por los traidores, quienes lo sueltan y él viene hacia mí, veo sus ojos vidriosos en cuanto se acerca a mi rostro. Está tan cerca, que puedo estirar mis labios y besarle su piel, pero ni siquiera puedo hacer eso. Él, toma mi mano y me ve.

- Todo estará bien. Sé fuerte, Maud. – me dice, y sube su boca hacia mi frente, depositando un beso. – Te quiero.

Quiero decirle que también lo quiero, y que evitaré, todo lo que Jeanine planea para hacerme daño, no lo logrará. Pero, me lo arrebatan los traidores, y solo siento el aire helado en mi frente, donde estuvieron sus labios.

La puerta se cierra tras los escoltas y Will. Peter procede a desabrochar los cinturones que me sujetaban y yo me dedico sólo a observarlo. Sigue con sus mejillas encendidas y evita el contacto con mis ojos, mientras todo lo que yo quiero es ver sus olivas y que me den un poco de tranquilidad. Quiero recordar que sigo viva.

Entonces, sucede. Cuando me desabrocha el cinturón que está a la altura de mis hombros, me ve. Es casi un segundo. Sus ojos están vidriosos, como los de Will. Peter no es un traidor como lo he creído todo este tiempo. Y, sé que ha tratado de hablarme y yo lo he mantenido alejado porque no quiero que Jeanine lo use en mi contra, como lo está haciendo con Will. Le importo. Me ama, y este es su peor miedo: perderme. Una lágrima resbala por la comisura de mis ojos y desemboca en mis orejas. Al ver esto, se aleja, y noto que me ha dejado libre.

Jeanine se da media vuelta, regresando conmigo. Ya no quiero que me hable, solo quiero dormir. Solo quiero morir y que esto acabe de una vez por todas.

- Mientras estés dormida, te haremos unas pruebas. No te preocupes, no será invasivo.

Nada puede ser peor que la culpa que está tratando de hacerme sentir. No puedo soportar tanto dolor. Pero, aún estoy viva, luchando, aunque no quiero. Aún tengo qué matarla y salir de aquí. Peleo contra mí, porque quiero y no quiero.

...


Una historia InsurgenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora