Arriban los eruditos

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Luego de cinco horas, terminada la jornada de trabajo, voy a visitar a Ariana. Cuando entro, ella está sentada en su cama, viendo hacia el suelo. No corrió a abrazarme, como en mis dos visitas anteriores, eso quiere decir que ya pasó el efecto del suero.

- Gracias al cielo. – digo, apretando la frente contra la puerta, y entro. – Pensé que nunca saldrías de esos efectos.

- Los mataré... a cada uno de ellos. – me dice, con su mandíbula tensa.

- Oh, no te molestes. Nos iremos pronto de este lugar. - contesto, entrando de lleno en la habitación.

- ¿Hablaste con Peter?

- Sí. Fueron tonterías en su cabeza. No lo justifico, es solo que prefiero dejar las cosas así.

- Comprendo que es difícil ponerte de un lado o del otro.

- Estoy de mi lado, eso es todo. Quiero que los eruditos se frustren al no encontrar el disco duro y así resguardar la vida de los abnegados, o el recuerdo de sus vidas. Y, también la dignidad de los osados que... espero hayan quedado los leales, y no solo seamos cuatro personas contra una facción completa.

- Hola. – llega diciendo Cuatro. Entra y cierra la puerta, tras él. – Por fin. – exhala, al ver a Ariana. – Por un momento, consideré la idea de dejarte aquí para siempre, oliendo flores, o... lo que sea que querías hacer.

- ¿Ya te habían puesto de esa cosa antes? – le pregunto.

- Sí.

- Bien, chicas... – interrumpe Cuatro, y saca el disco duro. – Se me había ocurrido esconder esto, detrás de tu cómoda.

- Es donde estaba antes. – responde Ariana.

- Exacto. Por eso Peter no volverá a buscarlo ahí. – asegura, mientras corre hacia adelante el mueble y prensa el disco contra la pared.

- ¿Por qué no pude luchar contra el suero de la Paz? – pregunta ella. – Si nuestro cerebro es tan raro, como para resistirse al suero de la simulación... ¿por qué no con este?

- La verdad, es que no lo sé. – responde Cuatro, sentándose en el suelo, frente a nosotros. – Puede que, para luchar contra un suero, primero tengas que querer hacerlo.

- Bueno, es evidente que quería. – responde, frustrada. Aunque, hay poca convicción en su voz. Tobias se encoje de hombros.

- A veces, – respondo. – la gente solo quiere ser feliz, aunque no sea real.

- A lo mejor tienes razón. – afirma, mientras se ve pensativa.

- Sí, ¿te han dicho lo linda que eres? Puede ser algo que mejore el día de cualquiera – le digo, citando sus palabras, bajo el efecto del suero. Tobias ríe, y Ariana me ve con odio. – Igual, y en medio de la guerra, te quieres casar con Tobias, ¿vamos con tu tía... o quieres dejarlo para mañana?

- ¡Basta! – me dice, pegándome con su almohada. – ¡Y, tú también! – le dice a Tobias, con otro almohadazo. – ¡Fuera de aquí, los dos!

- ¿No crees que Tobias es perfecto? – le pregunto, de nuevo desde la puerta y salimos corriendo de la habitación. Ella cierra de golpe, mientras nos reímos, casi hasta las lágrimas.

Justo poco antes de la puesta de sol, vamos a comer Peter, Cuatro y yo. Hablamos de la jornada de trabajo, de los frutos y del sistema de agua que utilizan en la lavandería. Ariana no ha venido a cenar, luego de un almohadazo, me ha dicho que se sentía avergonzada por su comportamiento con el suero de la paz, así que iría a pasear por los huertos.

Una historia InsurgenteWhere stories live. Discover now