Capítulo 15

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Les Esparges, Verdun-Sur Mer, Francia.

27 de Septiembre de 1916.

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Durante dos horas intenté conciliar el sueño dentro de un maldito agujero clavado en la greda. Al rayar el alba me encontraba pálido y cubierto de barro, como todos los demás; tuve la sensación que llevaba ya varios meses haciendo aquella vida propia ya de topos.

La posición que ocupaba mi regimiento se extendía, haciendo eses, por el chamuscado suelo de "Les Esparges", frente a una aldea completamente reducida a cenizas, por la derecha se encontraba lo que era una arboleda, sólo eran estacas puntiagudas sucumbidas al fuego que sobresalían de la tierra; luego seguía zigzagueante por en medio de extensos grises campos de remolacha azucarera, en los que brillaban pantalones rojos de soldados caídos que se lanzaban al asalto, acababa en hondonada de un arroyo. Las aguas de aquel arroyo venían regando desde hacía meses los cadáveres de los soldados de algún regimiento colonial francés; sus rostros parecían hechos de un pergamino negro. Era aquel lugar siniestro cuando por la noche de la luna, atravesando los desgarrones de las nubes, proyectaba sombras movedizas, y con los murmullos del agua y los susurres del cañaveral parecían mezclarse sonidos extraños.

Escúchese el crujido de un aleteo sobre mi cabeza, elevando la cabeza sin poder hacer mucho con mi visión obstruida por la espesa oscuridad, ea allí, alcancé a ver el reflejo de lo que sería un biplano, luciendo las Cruces a sus costados en las alas, era de los nuestros.

Tras haber echado de largo la mirada, mis ojos se caían poco en poco, casi al dormir.

Fui sacudido, me desperté de inmediato, observe a través del agujero, pude observar de lejos una sombra negra en cuclillas, del reflejo del agua con la luz de la luna pude denotar que estaba frente a mi, a las orillas, tome mi fusil de inmediato y fije la mirilla contra esa sombra.

Sin estar seguro de lo que era o quien era grite:

- ¡¿Quién está allí?!

La sombra se levantó, erguida, usaba alguna extrañes muy similar a una capa, ancha, sin apartar la visión sobre la mira volví a gritar:


-¡Identifíquese!

Veo como se desprenden de aquella sombra fantasmal un par de brazos alzados, indicando una posible rendición, escucho una voz proveniente en femenino de aquel sitio en francés:

- Ne tirez paz!

Sin poder comprender, me levanté de mi agujero, levemente, solamente para encontrar la figura en aquella sombra, recorrían muchos pensamientos, desde que sería un soldado francés para tenderme una trampa y hasta posiblemente una típica alucinación, veo como la sombra comenzaba a caminar, sentí como las gotas de sudor caían sobre mi frente, mantuve fuertemente tomado mi fusil, me paralicé casi totalmente, no sentía el bordillo de mis dedos, apretaba el gatillo pero ninguna bala se disparaba, esta sombra camina y sigue caminando, al caer la luz de la una sobre aquel cuerpo, una vez atravesando el cañaveral.

Era una mujer.

Aquella mujer, un poco grande, su rostro desgastado por la vejez, usaba una pañoleta blanca en la cabeza, un saco negro hasta las rodillas, pude lucir parte de sus piernas enlaminadas con una media y unos zapatos negros ya desgastados, poco jorobada y complexión robusta, úntese los mechones de cabellos blancos formados en cola de caballo en su espalda, sus ojos grises expresaban el hambre, sus labios partidos esa incesante sed, el sudor de su frente el cansancio y su caminar la muerte.

Inmediatamente, pasé de quedar paralítico a quedar asombrado, asombrado completamente, una mujer nativa de aquella aldea justo en el frente de combate, acechando a la muerte, burlando los disparos, posiblemente viviendo aquella vida también de topos entre los escombros.

Me oculté discretamente dentro de mi agujero, bajé el arma.

La mujer dio unos pasos hacia atrás, aún con las palmas levantadas, una vez que su cuerpo fue cobijado por la oscuridad, vi como esa sombra se detiene en el mismo lugar donde la encontré, pude notar que lo que hacía era extraer la carne de un caballo muerto a las orillas del arroyo, acompañando los cuerpos de aquellos jóvenes colonos, recosté mi pecho sobre la tierra, mi fusil esta vez apuntando a otro destino, la tranquilidad de nuevo me domaba, el sueño tras el.

Y mientras sostenía la guardia, mis ojos dejaron caerse.

En mi mente, todo esto fue una ilusión.





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