Capítulo 12

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18 de Septiembre de 1916.

Verdun Sur-Mer, Francia.

"Peter"

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Menuda tormenta, cae a golpe de Dios, altas horas de la noche y en pleno patrullaje, mis botas se atascan en cada paso que doy sobre la tierra, chasquido tras chasquido, en mi mano mi fusil y al tanto de la situación en el frente, estoy consciente que en donde estoy pueden dispararme en cualquier momento, en los horizontes las centellas de la tormenta iluminan el cielo, paradero desconocido, estaba tan oscuro que no veía a más de un metro de distancia, la luna fue cobijada por las negras nubes.

Me pareció escuchar un grito de auxilio a lo que giré mi cabeza hacia atrás sin poder mirar nada, corrí hasta allí con fuerza, cuando ese mismo grito se escuchó nuevamente a mis espaldas, giré de nuevo y corrí persiguiendo ese grito y no había nada, ese mismo lamento se alzó en todas partes hasta que me detuve.

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Desperté de golpe tirándome hacia atrás, asustado, sudaba caliente y sentía mi cuerpo cortado, temblaba de escalofríos, me cobijé con todo lo que tenía a la mano sin mayor efecto, el único que estaba despierto era Helmuth que mantenía la guardia, debía estarlo acompañando pero la fiebre me mataba, en mis oídos podía aún escuchar ese grito de auxilio, me levanté, hice lucir mi cabeza a través de la zanja arriesgando a que me dispararan, por suerte al estar expuesto Helmuth corrió hacia mí y me tomó de los hombros y me hizo sentarme, notó mi rostro decaído y sin vida y dijo:

- Por Dios Peter, estás pálido.

Supe que estaba enfermo, estando tan lejos del hospital de campaña y sin médicos en la compañía no sabía exactamente lo que me deparaba, lo único que pude hacer fue tomar la leontina dorada donde Martina grababa su rostro en sepia pensando en los momentos más felices, aún con la esperanza de volver a ella y volver a sentirlos de una manera más humana, sentía lo frío de las lágrimas que rozaban mis mejillas.

Comenzaba de nuevo, mi mente se nubló, mis oídos ensordecidos, miraba hacia el cielo desesperanzado, no veía la clara luz del sol, sentía como me iba lentamente, divagando entre mis recuerdos, sentía como todos de un de repente se movían alertados por la trinchera, tomaban sus cascos y se refugiaban en la trinchera escondidos, mantenía mi mirada firme en el cielo, mis recuerdos atados me tenían alejado de la realidad.

Sentí como pequeños temblores sacudían mi cuerpo, como las columnas de barro y tierra se levantaban entre los aires y como los residuos chocaban en mi cara, sintiendo la brisa suave que dejaban las explosiones.

La sacudida que sentí, bajé la mirada y observé a Helmuth llamando mi atención, como si estuviera gritando, no podía escuchar nada, con la misma mirada baja lo observe a el a los ojos, como sus labios se movían tan bruscamente de lado a lado, las expresiones contraídas de su cara, los temblores que sentía y la tierra que sentía caer sobre mi cabeza.

Era como un objeto inmueble aquel día, la enfermedad era tal que llegaba hasta mi consciente y dejaba mi cuerpo cortado de mi mente, acompañado de una temperatura que lo hacía indetectable para mi, mis pies no podía mover un solo dedo y al intentarlo temblaban a comparación del mal de parkinson, la debilidad me ganaba en cada segundo, por primera vez me sentí muerto en vida.

A la vista borrosa, observaba como todos corrían despavoridos a cubrirse, pude observarlos refugiándose, asustados por las explosiones, como Karl recogía sus piernas apretándolas contra su pecho gritando a desesperación, como todos buscábamos sobrevivir al día, lo desesperante que era, podía observar hacia los costados sobre las zanjas, las columnas de humo y tierra que se levantaban de par en par como los fuegos artificiales, como corrían individuos jugando con estas explosiones, tomando sus heridos, recogiéndolos hasta la trinchera, como disparaban, destellos de las ametralladoras.

Observé al cielo de nuevo recargando mi nuca sobre la pared de la zanja, pudiendo ver en los cielos los biplanos rojos nuestros, podían resplandecer en el cielo y darle ese color al ambiente, iban de un lado a otro, como otro enjambre de aviones chocaba entre si con ellos intercambiándose y evadiendo disparos entre ellos, un enorme desorden en el aire que hacía dispersar a todos los biplanos como abejas fuera del panal, las pequeñas bombas negras que estallaban en el cielo por los antiaéreos, enorme juego donde millones de personas participábamos, el rugir de los enormes tigres de metal que atravesaban las zanjas por arriba hasta presentarse en el campo de batalla, abriendo fuego desde sus gargantas ahuyentando al enemigo en su contra, venían en grandes manadas tras los fuegos artificiales y presentaron sus bayonetas al frente contra los tanques, abatiéndose contra ellos con un fuerte fuego de metralla, acompañados de los fusiles de mis compañeros, dejando tras de su manada, sólo cadáveres y sangre por su haber, acompañando a más caídos de ofensivas pasadas, tanto era la muerte, que inclusive la distancia entre ellos era escasa y hasta algunos quedaban encima de otros, mezclando su carne poco a poco con la tierra, creando uno de los olfatos más horribles que jamás pude oler.

Tras ser abatidos todos, todos los tanques establecieron sus posiciones allí, en espera de un nuevo ataque.



Desperté rápidamente del terrible sueño que tuve y observe a todos sentados en el mismo sitio antes de quedar dormido, mi cabeza insoportable daba punzones, y mis piernas temblaban, afortunadamente había un pequeño búnker a escasos pasos de allí, me dirigí hasta el y Helmuth se alza y me pregunta:

- ¿A dónde vas?

Voltee hasta el y al observarme dijo:

- ¡Dios! Te ves fatal... si, mejor ve a descansar.

Me di la media vuelta y me retiré hasta el interior del búnker, desplegando mi cobija sobre el suelo y usando mi mochila como almohada, me recosté allí y pensé:

( Estar aquí, ya se considera enfermedad)

Deje caer mis párpados sin poder evitarlo y entré en las profundas aguas del sueño, tan pesado y difícil de regresar por mucho tiempo.


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