Capítulo 10

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16 de Septiembre de 1916.

Verdún Sur-Mer, Francia.


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Días tranquilos y prósperos, no hubo actividad en las últimas 24 horas, esta misma zanja, llovizna tupida, molesta ya es para nosotros, en silencio, fatigados, cualquier lugar sea el más idóneo sirve para descansar, no nos importa el chirrido de las ratas o el infernal olfato de los cadáveres, cigarro tras cigarro, no me detenía; sabía que comenzaría a desesperarme si dejaba de fumar.

Entre susurros Karl y Rüdiger hablaban, eran muy amigos:

-Tienes una boca enorme, un día te tragarás un violín. -Decía Karl, por los labios gruesos de Rüdiger.

-Eso no tiene ningún sentido menos en este momento. -Correspondió Rüdiger.

-Un día me tragué un bollo entero de los que venden en la cantina de Bergen. -Alzaba la voz Helmuth.

- ¿De esos panes enormes? -Decía Karl.

- Sí... casi me ahogo y me muero, pero Hans me debe 6 pavos por aquello.

- No hemos visto a Hans desde la última ofensiva.

- Dalo por muerto. -Le dije yo.

Todos de un santiamén callaron, hundieron sus cabezas, sabía que dije algo incómodo sin embargo no me importó.

- Creo que alguien más debe apodarse "El Bocazas". -Decía Karl para alegrar el ambiente.

Giró Helmuth frunciendo el ceño con Karl.

Todos empezaron a reírse levemente, aislándome a mí.

- ¡Hey Peter! -Decía Karl- Te ves muy callado ¿no tienes novia? ¿alguna foto de ella?

No contesté a la pregunta, seguía en mi mundo.

- Apuesto a que sí tiene, y que es una diosa en la cama. -Elevaba la sonrisa un poco.

No pude evitarlo y entonces reí un poco.

- Pensé que eras de piedra, tío -Entre carcajadas-.

No contesté tampoco, sólo volví con mis cigarrillos. Reinó tiempo después un silencio, el ambiente era un poco más colorido y tranquilo, no habíamos escuchado disparos en nuestro sector desde hacía horas, sólo pequeños encuentros.

Entre las zanjas escuchábamos pasos ligeros, todos nos asustamos y miramos entre él, pudimos ver uno de los nuestros corriendo mientras se cubría. Éste al llegar, sudoroso y cansado, nariz respingada, ojos salientes y labios delgados, tez blanca y repleto de pecas nos mira a todos y nos dice:

- Deben disparar a todo aquel que se mueva sin piedad, pueden ser mensajeros.

Nos entregaba la orden en una carta que venía directamente del cuartel general. Todos sorprendimos Rudiger tomó aquel papel tras leerlo.

- Eso sería todo. -Ese mensajero dio la media vuelta y corrió por donde vino.

Esta guerra nos hace desgastarnos cada vez más y más.

-Esto ya no tiene sentido. -Exclamaba Helmuth.

- ¿Qué cosa? -Rüdiger desconfiado.

- ¡No seas imbécil! llevamos enterrados aquí durante jodidos 6 meses y es muy raro que llegue comida y munición y además nos piden que matemos a más cuando huyen como reverendas ratas. -Le contestaba desesperado Karl a Rud.

- Órdenes son órdenes, sólo así nos ganamos el boleto a casa. -Les decía yo.

Entonces todos indispuestos apoyamos los fusiles sobre los sacos de arena, de nuevo, como todos los días, como lo es cotidianamente, esperando la señal, sin comida ni agua, disparando a espejismos, revelando nuestra posición.

Es verdad, esta guerra no tiene sentido.




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