Capítulo 5

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2 Septiembre de 1916

Verdún Sur-Mer, Francia.

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Al alejarme de mi hogar, de todo lo que amaba, sentía un fuerte sentimiento de vacío, tristeza insuperable y luto carcomiendo todo en mi interior, cuando llegué aquí... extrañamente todo el vacío, esa tristeza y sufrimiento se fueron apagando poco a poco; encontré un placer más satisfactorio que el sexo, un sentimiento más fuerte que el amor.


Ese extraño cariño que le tienes a la guerra, llena todo ese vacío en mi interior, todo el amor que pude haber dado se transforma rápidamente en odio, termina siendo más fuerte, todo ese odio exhalarlo en mis enemigos, mucho más placentero que fornicar, desarrollar ese sentido de pertenencia, una familia en el frente, con tus compañeros de armas, camaradas, todo el calor que un padre o madre te daban ellos te lo brindan; ojalá esta guerra nunca acabe, en el hogar podrías morir de una enfermedad o anciano, tendido en tu cama y al cabo de un tiempo te olvidarían... aquí, mueres con valor, de frente, aún seas el chico más tímido y miedoso del regimiento, te recuerdan hasta el fin de los días, donde quizás no sepan tu nombre pero que saben que estuviste aquí, como un héroe anónimo: la bendición de ser soldado, embajadores de la muerte.


No dejas de extrañar a tus seres queridos, sin embargo no es lo mismo cuando regresas a casa, cuando todos esos sentimientos y placeres se han ido... entonces buscas volver, tu mente comienza a necesitar de ello, te vuelves loco, lo sueñas, ves a tus compañeros de armas muertos en tu mente hablando con ellos, yo lo sueño todos los días; veo a Wolfgang, veo a Rupert, en la misma zanja, hablando de mujeres, hablando de nuestras esposas, nuestros amigos, nuestras antigüas profesiones, despierto y lo extraño. Ese famoso síndrome, esa mirada que apunta a las mil yardas, te controla la mente solamente.


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Desperté tras escuchar el fuerte impacto de una explosión, de golpe y asustado, todos en el hospital se despertaron de la misma manera, observando todos nosotros a nuestros alrededores... entonces entra la enfermera Harneik para tranquilizarnos.


-Se estrelló un avión a unos metros de aquí, no se espanten. -Decía tratando de tranquilizarnos-.


Entonces todos aliviados dejamos caer nuestras cabezas sobre las camillas volviendo al descanso nuevamente, observé de lado contrario, mirando la lámpara apagada, sin embargo entraba la luz blanca del otoño a través de la carpa... sentí que me tocaban el hombro derecho, como cuando Martina me tocaba. Giré rápidamente la cabeza y era Harneik, tenía una bandeja de vasos de agua como todas las mañanas sosteniéndola. Donde tomé un vaso de este lleno, me senté sobre la cama y lo bebí... ella esperaba que me terminara el vaso para volverlo a poner en la bandeja para usarlo después... terminé este vaso y lo dejé sobre la bandeja.


De manera extraña esta enfermera no se iba, me quedaba mirando, al menos unos segundos, pero era obvio que no quería irse... la miré de nuevo correspondiendo, sus ojos brillantes asemejan a los corales de la costa, tez pálida completamente, dejando caer su cabello ondulado... apenas noté que tenía un mechón rubio colgando de su cuello a la lateral izquierda, brillaba su cabello, sobre todo con la luz blanca... era hermosa, cautivador al verla, como si enjambres de ruiseñores invadieran mi interior.


Ella recobró sus sentidos y tomó su bandeja y se fue, a seguir alimentando a los pacientes... no me detuve de verla, su linda forma de caminar, como inclina su cabeza un poco para que nadie la viere.


Cerré los ojos... triste, sabía que no pasaría nada mágico, en este mundo no hay personas buenas, no las hay consideradas, ni aunque tus sentimientos gocen de sinceridad y buenas intenciones, me desilusioné rápidamente... tomé la leontina desde uno de los bolsillos de mi pantalón, le abrí y miré a Martina de nuevo preguntándome que estaría haciendo, si todavía me era fiel, si me extraña o todavía me ama... lo dejé todo al viento, esperando que algo especial ocurriera.


Ya no me dolía el pecho, estaba cicatrizando, no sabía todavía lo que me ocurría, supongo que tendría que esperar a que sane para poder ver mis heridas, guardé la leontina y me extendí en la camilla, llegaban nuevos heridos, nuevos lamentos, nuevas heridas, todo lo muerto se iba también, rara la vez que los heridos se recuperan y vuelven al frente, muchos de gravedad que se recuperan regresan a casa... que envidia con ellos.


Pero sentía una fuerte presión en el pecho, no me dejaba descansar, tenía ganas de salir, de sentir otra vez, de ver la muerte y mancharme las manos de sangre, no encontraba razones para llorar ni aunque esta situación fuera infame...

Corazones Valientes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora