Capítulo 2

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Verdún Sur-Mer, Francia.

28 de Agosto de 1916

0645 horas


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El estruendoso ruido de los cañones hacía compás con el ambiente, ya no podría mantenerme despierto, me había enlazado con aquellos ruidos que podía descansar de forma apacible, el olfato de la muerte se volvió un perfume de rosas para mí, sangre como agua, común y simple.


Mi pecho incrementaba su dolor a cada hora que pasaba, observaba a mis alrededores, los pacientes de siempre, los lamentos de siempre, hace unas horas sacaron tres cadáveres de la enfermería, murieron debido al tratamiento, observé pasar aquella enfermera de ayer, estaba en la camilla de frente, limpiando el rostro de un soldado herido del estómago, estaba vendado de su torso.


Tan fina y alargada su barbilla, suaves y blancos sus rasgos, bellos ojos celestes, era la única que no estaba ensuciada del barro que dominaba el lugar, lo más similar a un serafín.


Varios minutos la miraba, sus ropajes limpios, blancos, camisa azul color cielo, cuello sobresaliente ovalado blanco, mandil también blanco, ninguna mancha de estirpe en el, medias que conjugaban con su tez y tacón medio negros.


Viviendo en la nada, conviviendo en el mismo infierno que nosotros, resaltaba en mi cierta admiración en ella, tan joven y delicada y al mismo tiempo acostumbrada al dolor y la muerte.


En un santiamén de minutos, aquella sanitaria me devuelve la mirada, pude observar a complejidad su apariencia... Dios sabe porque convine en tullirme, perdido entre sus iris celestes.


Esa magia duró unos cuantos segundos, cuando giró su mirada en otra dirección, se puso de pié y de la misma forma procaz se fue.


Volví a recostar mi nuca sobre la almohadilla, aunque dura como un bloque era, observando de nuevo al cielo, miles de pensamientos me cruzaban de lado, comencé a pensar en mis familiares de nuevo, aquel evento me hizo sentir en mi hogar, de corazonada deslicé mi mano diestra aún con el dolor en mi pecho hacia uno de los bolsillos de mi pantalón, tomé la leontina dorada un poco desgastada y sucia.


Martina... en sólo unos meses de mi ausencia volví a pensar en ella, como conjugábamos nuestros brazos entre nosotros, de vuelta los besos que tapizaban nuestros cuerpos, almas unificadas entre sí... tenía mucho tiempo que no lo sentía... quizás 4 meses, para mí son 4 años.


Cuando salga de este lugar, le escribiré.

Corazones Valientes.Where stories live. Discover now