—Te toca atender las mesas.

Hice una mueca y amarré el delantal a mi cintura.

—Manos a la obra.

Servir mesas me ayudó a olvidarme del gran lío en el que estaba y el cómo lo iba a resolver. No importa lo que digan sobre servir mesas no es para nada sencillo. Siempre he considerado que ser mesera incluía tener algún tipo de extraño talento, uno que yo claramente no tenía.

Con lo torpe que soy era normal que extraviara y olvidara pedidos e incluso se cayeran. Pero muy pocos de los clientes se permitían estar enojados ya que todo lo resolvía rápido con una sonrisa y algún chiste. Era el entretenimiento del local y la favorita de muchos clientes. Al parecer la torpeza tenía algún tipo de encanto. Y Lucy y ese encanto eran la razón por la cual Joe aún no me había despedido. Mi torpeza le salía un poco costosa pero aquí se hacía lo que Lucy decía y si ella decía que yo me quedaba, pues lo hacía. Es por ella que este empleo ha sido el más duradero que he tenido. He tenido tantas experiencias laborales y todas terminaron con algún gran caos.

Para el final de mi turno yo estaba muerta del cansancio. Mis piernas dolían y mi cuerpo entero gritaba: "Cama, cama, cama". Lucy leyó el cansancio en mi cara y decidió consentirme con una de sus buenas malteadas de chocolate. Ya el lugar estaba tranquilo, pero pronto vendrían más para la hora de la cena.

Estaba sentada en un taburete frente al mostrador con mi cara apoyada en mi mano y tomando mi malteada tranquila cuando Lucy se sentó frente a mí lista para jugar a la psicóloga conmigo. La mirada de intriga que tenía la delataba.

—Bien, así que, ¿qué es lo que preocupa a mi dulce niña? —Ella me conocía tan bien.

Sonreí un poco.

—Nada importante.

—¿Es sobre un chico? Porque si necesitas consejos de chicos háblale a la mujer que se casó cuatro veces y que luego decidió que la vida de solterona era más divertida.

Lucy en sus tiempos de juventud era toda una aventurera y siempre tenía una historia que contar.

—Dudo que Kathleen tenga problemas de chicos. —Mandy se despojó el delantal de su cintura y se sentó junto a Lucy—. Ella ni siquiera tiene novio.

Quise rodar los ojos porque no es necesario tener novio para tener problemas de chicos. Eso era algo muy ignorante para decir. Pero la mentira vino de nuevo demasiado rápido:

—Sí tengo novio.

Quise una vez más en mi día que un ratón se comiera mi lengua y así no mentía nunca más.

—¿Lo tienes? —preguntó Mandy divertida—. Los tontos chicos de los libros no cuentan, Kath.

¿Por qué parecía tan imposible que saliera con alguien? ¡No lo entiendo! Yo era un completo encanto.

—No son tontos. Y sí tengo un muy real y guapo novio.

La cara de Lucy se iluminó con una sonrisa.

—¿Ya mi pequeña tiene novio? —Asentí y ella se inclinó sobre el mostrador para apretar mis mejillas—. ¿Desde cuándo es esto y por qué yo no sabía nada?

Jugué con mis dedos y sonreí tímidamente.

—Es que es algo reciente. Hemos estado saliendo desde hace un par de semanas, pero este sábado decidimos convertirlo en algo más serio.

—Quiero estar enojada contigo, pero estoy tan feliz de verte crecer y que encontraste a tu media naranja. —Ubicó su cara entre sus manos y me observó con interés—. Así que tienes que soltar todo sobre el chico, incluso los detalles sucios.

Finge ConmigoWhere stories live. Discover now