Capítulo 3

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El taxi nos dejó justo delante de la puerta del hotel: se llamaba W, sencillamente. Me pareció precioso: una estructura cuyas cuatro paredes parecían hechas enteramente de cristal, con una forma similar a la de la vela de un barco. Se encontraba justo delante de la playa, a tan solo unos pasos de ella. Subimos corriendo a nuestras suites, que estaban en uno de los pisos más altos. A pesar de que, con esas paredes transparentes, la altura podía dar algo de pánico, la vista era increíble y te hacía olvidar cualquier asomo de miedo. Yo me quedé con la Suite Cool Corner: estaba situada en una esquina del edificio. Dejé las cosas en el cuarto de estar, donde había dos televisores de pantalla plana y unos enormes altavoces, y me dirigí a la habitación. Allí había una escalera que se elevaba hasta el techo; subí por ella y me encontré de pronto en el tejado, admirando la hermosa vista de Barcelona al atardecer. Realmente, la visión quitaba el hipo. Me quedé embobada unos minutos observando el oleaje, al que el sol a punto de ponerse hacía brillar como si estuviera plagado de pequeñísimos diamantes. Entonces me llamó Katie: 

--¡Ven a ver mi suite, Summer! ¡Es alucinante!

Bajé la escalera y me dirigí a su habitación, la Suite Marvelous. Katie tenía razón; su suite no tenía una escalera, pero sí una pequeña terracita privada con dos hamacas, e incluso una mesa de comedor, aunque dudaba mucho que fuera a utilizarla para nada. Su maleta ya estaba medio deshecha sobre la cama inmaculada, y el armario estaba abierto, esperando a que mi hermana lo llenara de prendas de marca. Fuimos en busca de la suite de mi padre. Él siempre escogía una algo más austera que las nuestras, a pesar de que hubiera podido pagar la que quisiera. Estaba en la Suite Studio, que era grande y cómoda, aunque sin jacuzzi en la habitación, como lo tenía la de Katie y la mía. 

-- ¿Qué tal, chicas? ¿Están bien las habitaciones? -- preguntó con una sonrisa al vernos entrar.

-- Son estupendas, papá -- respondimos. 

-- Me alegra que os gusten. ¿Qué queréis hacer hasta la hora de cenar? Yo voy a estar ocupado ordenando mis papeles, así que... 

-- ¿Podríamos ir a la playa? -- preguntó Katie tímidamente. Por alguna razón, pasaban los años y seguía costándonos mencionar el mar ante mi padre. Pero él respondió normalmente:

-- No veo por qué no. Brian os acompañará -- nos dijo. Asentimos, puesto que ya lo esperábamos. Brian era el hombre de confianza de mi padre, su chófer personal, y, ante todo, quien se encargaba de cuidar de que nosotras dos no hiciéramos ninguna tontería. 

Nos fuimos cada una a nuestra habitación. Yo llevaba unos shorts vaqueros y una camiseta ancha, cómoda para el largo viaje que habíamos hecho en avión. Me puse un bikini amarillo debajo de la ropa y cambié la camiseta por otra de tirantes, de color azul turquesa. Me calcé unas sandalias y salí de la habitación, donde Katie, que se había cambiado incluso el maquillaje y el peinado, me esperaba. Brian aguardaba en la puerta del hotel, y juntos estuvimos, al cabo de unos minutos, a la orilla del mar. A esa hora apenas quedaba nadie; tan solo un par de parejas paseando por la orilla, un valiente nadador desafiando al agua helada, y algún que otro amante del deporte, haciendo la última sesión de footing de la tarde. Como había hecho antes en el tejado, me detuve a contemplar las olas del mar, caminando lentamente. 

-- ¡Cuidado, Summer! -- exclamó Brian.

Demasiado tarde. Al darme la vuelta para ver qué sucedía me di de bruces contra uno de los corredores que pasaban por allí, y ambos caímos al suelo con el impacto.

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Como os dije, aquí está la foto de Katie, la hermana de Summer.

Sweet Sixteen.Where stories live. Discover now