—Es que no tengo nada que hacer —se quejó, aburrido.

—Sal con tus amigos.

—Están ocupados, seguramente.

—Oh, hijo, no tienes vida.

El rubio optó por ir a dar un paseo a pie, pensando que su madre tenía razón; en definitiva, necesitaba una compañera. Anduvo por las calles del vecindario contiguo al de Derek, de pronto pensando que podía ir a hacerle una visita sorpresa, sin embargo, su idea se esfumó cuando distinguió la figura de Sol, que cruzaba la calle paralela a la suya, caminando con calma. Sonrió feliz y se le acercó para colocarse a su lado.

—Hola, Sol —saludó, enérgico.

—Ah, Víctor, últimamente nos hemos encontrado mucho, ¿no te parece?

—Sí, es que nosotros y las coincidencias, ya sabes, están escritas por una misma pluma —Sol lo miró con recelo y él cambió el tema—. No, era sólo una broma. ¿A dónde vas?

—A mi casa.

—¿Puedo acompañarte? Yo voy a pasar por allí de todos modos.

—Si quieres, no tengo problema.

Anduvieron conversando gracias a los intentos de Víctor, sólo que esta vez resultaron más favorables que el día anterior y el rubio comprendió que cuando Sol estudiaba, mejor era ni acercársele. En esas estaban, obviamente entre risas por parte de ella dadas las ocurrencias de Víctor, hasta que de una tienda de electrónicos, salió una persona conocida para ambos, aunque para Víctor resultaba extrañamente insoportable y para Sol lo contrario.

—¡Aldo! —lo llamó ella con una sonrisa radiante, aproximándosele a paso veloz, ignorando de nuevo al rubio, quien no iba a permitir que el otro ganara terreno, por lo que la siguió.

—¿Qué tal, Sol? —Fue el saludo del joven y miró a su acompañante—. ¿Amigo tuyo?

—Es amigo del chico al que le ayudo con las clases.

—Sí, sí, me llamo Víctor Montenegro —Se metió él, alzando la barbilla, orgulloso, preguntándose por qué siempre parecía que todos los demás chicos eran más altos que él. ¡Hasta su padre era más alto!

—Eso no importa —dijo Sol, centrándose en Aldo—. ¿Qué haces aquí? ¿Vienes de casa o vas a ver a Ismael apenas?

—Iba a verlo ahora para llevarle unas cosas. Sabes cómo es él; le han dado ganas de hacer una computadora y me ha parecido interesante la idea, así que lo ayudaré.

—¡Ja! —Se burló Víctor—. Es mejor comprar una; seguramente será más eficiente.

—En realidad —arguyó Aldo—, es más eficiente una computadora hecha por uno, si sabes cómo hacerla, claro.

—Por supuesto —fingió entusiasmo el adinerado—, habla el experto; el nuevo Steve Jobs.

—¿Cuál es tu problema, niño? —preguntó ya irritado, pues ni siquiera lo conocía y ya se burlaba de él.

—Oíste, Sol —dijo Montenegro, ofendido—. Me ha llamado niño. Eres un ofensor, una mala compañía. No te juntes con él, Sol.

—Pero si estás actuando como un niño, ¡inmaduro! ¿Qué estás haciendo aquí? —concordó ella y Víctor se sintió todavía más ofendido; miró a Aldo con enfado.

—¿Ves lo que has hecho? La has puesto en mi contra —Luego miró a Sol—. Estoy haciéndote compañía. Estábamos caminando juntos, los dos, solos.

—Entonces será mejor irme —dijo Aldo tornándose incómodo—. No quería interrumpir su cita.

—¡No es una cita! —Se apresuró a corregir la joven y apuntó a Víctor—. Jamás saldría con un tipo como él.

Compañía Anhelada |PAUSADA|Where stories live. Discover now