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Patricia

La tarde del sábado había sido complicada. Durante la mañana, Patricia había recibido mensajes de perdón de Sofía. Antes de entrar a trabajar, la morena no había ido a escribir allí, sino que había ido al cementerio, a una zona apartada desde donde no pudiera ser vista para que nadie la mirara de forma extraña.

Sin embargo, no había sido capaz de escribir. Lo que había hecho Sofía había sido una traición. Viniendo de otra persona le habría molestado también, e incluso dolido. Pero la rubia le gustaba mucho, y que hubiera traspasado la línea... ¿Quería decir que no podía confiar en ella? Sofía sabía que ella no quería que la leyeran todavía.

Patricia era consciente de que algún día, no muy lejano, tendría que dar el paso si quería publicar. Pero le daba vergüenza. Era como abrir una parte de sí misma a un mundo desconocido y crítico. ¿Y si no valía?

«Escribes muy bien», eso le había dicho Sofía.

«Quizás lo dijo para que no me enfadara».

Y así llegó la hora de ir a trabajar, donde había evitado a la rubia gracias a la presentación de El cuadro de la sirena, pues habían tenido que centrarse en diferentes temas y atender a la gente y a la escritora. Al marcharse, como no cerraba, había dicho un escueto «Adiós» a toda la familia y se había ido antes de que Sofía pudiera detenerla.

Ahora estaba inmersa en los estudios, tratando de centrarse en la traducción de La Guerra de las Galias que debía llevar para el día siguiente.

Una vibración en el móvil la hizo sobresaltar. Lo ignoró, imaginando que sería Sofía otra vez disculpándose. Apretó los dientes con frustración. ¿Por qué había tenido que hacer eso? Y, aunque, quería mantenerse fría en su decisión, cuando volvió a vibrar dos veces más lo miró. No era Sofía. Dio un largo suspiro. Una parte de sí deseaba que hubiera sido la chica, pero era Toni y su impaciencia era de dimensiones épicas.

Eh, ricitos, tengo algo que proponerte.

Eh

Eh

EEEEEHHHHHH

Hey, hola, espero que sea importante.

Perdona por interrumpir tu ajetreada vida del pueblo...

Solo estaba traduciendo.

¿Un domingo? ¿En serio no tienes nada mejor que hacer como salir con esa nueva amiga tuya?

Hemos discutido.

¿Y eso?

La joven suspiró y desvió la mirada hacia la ventana. Toni sabía que escribía, pero ella zanjó rápido el tema excusándose en que tan solo estaba escribiendo un relato para el concurso de Literatura del instituto. Sin embargo, el chico no era tonto, y la había visto más veces escribiendo. Tan solo le preguntó una vez más, Patricia le dijo que no estaba preparada para compartirlo, y él respetó su decisión. Nunca más volvieron a hablar del tema.

Ya sabes que escribo.

Sí.

El otro día leyó algo sin mi permiso. Sin preguntarme siquiera.

...

¿Qué?

¿Me estás diciendo que te has enfadado con ella por esa tontería?

Para mí no es una tontería, Ton. Sofía...

Iba a poner que le gustaba, pero se cortó a tiempo. Sin embargo, sus dedos la traicionaron y lo envió. Estaba intentando arreglarlo —pues él ya lo había leído— cuando recibió una respuesta.

¡Sabía yo que esa librera te molaba!

Eso ahora da igual. Me duele lo que hizo.

Las reconciliaciones son las mejores partes.

Patricia puso los ojos en blanco y se le escapó una sonrisa. Toni siendo siempre tan Toni.

¿Qué querías decirme?

Mis padres van a montar un fiestón para Halloween. Sé que aún queda bastante, pero así nos reservas ya el día y... me presentas a Sofía.

Lo pensaré.

Venga, no seas muermo. Yo voy a disfrazarme de Pennywise.

La morena le confirmó que ella sí iría —porque si no su amigo no la iba a dejar en paz— y se centró de nuevo en su trabajo. Resopló y guardó el portátil. Lo estaba poniendo en su funda cuando se fijó en que alguien recorría un camino hacia el cementerio. Esa cabellera rubia y esos andares hubiera podido reconocerlos en cualquier sitio. La observó largo rato.

«¿Sabe que estoy aquí?».

Sofía no dio muestras de estar buscando a nadie. Patricia quería obligarse a quedarse allí, pero su cuerpo tenía otra idea y, sin apenas darse cuenta, salió rápido de casa y empezó a seguirla.

«Eres una hipócrita, Patricia Villas, esto también es violar su confianza».

Puso los ojos en blanco ante su propio razonamiento.

«Este es un lugar público, claro que no es...».

Sofía se había detenido. Reparó en que llevaba unas flores, que dejó con cuidado frente a un nicho.

—Abuelo.

Su voz temblaba y, pese a su enfado, eso rompió el corazón de Patricia. Se mordió el interior de las mejillas. Cómo deseaba en ese momento abrazarla.

—La he cagado pero que mucho.

La chica se sentó con las piernas flexionadas y los tobillos cruzados.

—Tú dirías que no es tan grave —una risa carente de humor—, pero la cuestión es que no sé cómo arreglarlo.

Patricia dio un paso atrás. Tenía que irse de allí. No estaba bien, no quería que la descubriera y, en realidad, tampoco había forma de que pudiera hacerlo. Estaba en otra hilera y solo tenía que retroceder y meterse por otro pasillo de aquellos para darle esquinazo y...

—Creo que me gusta de verdad. Sé que es raro, nunca antes me había sentido así, pero...

«Habla de ti».

«No habla de ti, será algún chico que le gusta o...».

Patricia no quiso seguir escuchando —en realidad sí quería— y se fue a toda prisa del cementerio. Al llegar a su habitación se puso a leer, en un intento por dejar de pensar en la chica. Sin embargo, aunque La profecía de los elfos le estaba encantando, no dejaba de salir de la historia. Y eso era porque tenía ganas de recomendárselo a Sofía para poder comentarlo con ella como habían estado haciendo con tantos libros y, quizás, proponerlo para el club de lectura.

No vio a la rubia salir del cementerio y echar una fugaz mirada hacia su casa. Ni podía saber que, aunque había ido a ver a su abuelo, también había mantenido la esperanza de encontrarse con Patricia.

Las páginas de una historia de amorWhere stories live. Discover now