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Sofía

Tras el incidente con la libreta, Sofía no había vuelto a preguntarle por ello, y Patricia no había dado muestras de querer compartirlo. Sin embargo, su amistad fue creciendo gracias a los libros y las horas que pasaban juntas entre ellos. Reían, intercambiaban opiniones y se complementaban muy bien a la hora de preparar los eventos.

A veces, no estaba segura de si eran imaginaciones suyas, pero le daba la sensación de que ella también le gustaba a Patricia. La había cazado mirándola en más de una ocasión.

No se había atrevido a preguntarle si la recordaba de la fiesta de Fin de Año y mucho menos a darle señal alguna de esos sentimientos que cada vez eran más intensos. ¿Y si en realidad no la correspondía y solo quería que fueran amigas? Por primera vez en su vida, no estaba segura de si sería capaz de enfrentarse a ello.

Y eso era porque Patricia le gustaba mucho. Cada vez más.

—¡Patricia! ¿Qué haces aquí tan pronto?

Sofía estaba disfrutando de un café en uno de los sillones mientras leía el próximo libro del club: La habitación 501 de Carla Marpe. Había sido por sugerencia de una de los miembros, y la verdad era que lo estaba disfrutando. La voz de su madre le hizo levantar los ojos del libro y mirar hacia la puerta. Eran las tres de la tarde, por lo que a esa hora la librería estaba vacía, y por eso la rubia lo aprovechaba en relajarse después de comer y leer junto a la ventana.

La morena había llegado con una bandolera de estudiante con el escudo de Hogwarts —cosa que encantó a la rubia— y el pelo recogido en una coleta alta, dejando el flequillo y algunos mechones enmarcando su rostro. Sofía se mordió el labio inferior sin darse cuenta, pensando en lo guapa que estaba de cualquier forma.

—No tenía nada que hacer en casa. ¿Os importa que me quede por aquí hasta mi hora de entrar?

—¡En absoluto!

Patricia avanzó con timidez hasta donde estaba Sofía, que la observó con disimulo desde las páginas del libro.

—¡Hola! ¿Qué tal lo llevas? —preguntó la morena, sentándose frente a ella y una mesa baja donde colocó la bolsa.

—Casi he llegado a la mitad. Estoy intrigada. Tiene un toque de misterio que me gusta.

—¡Ya verás!

Patricia sacó un portátil azulado de la bandolera y lo encendió frente a sí. La otra chica siguió observando cada uno de sus movimientos con interés, y no pudo evitar preguntarle:

—¿Qué vas a hacer?

—Quiero aprovechar que queda poco para el comienzo del curso para echar un ojo a las asignaturas e ir preparada.

—Guau, jamás había conocido a nadie que se pusiera a ello antes de empezar la universidad.

La morena sonrió con timidez y se encogió de hombros.

—Soy rara.

—Eh, eh, raros somos todos. No te quedes con todo el mérito.

Ambas rieron. La risa de Sofía fue como música para Patricia, que en esos momentos necesitaba escucharla. En realidad estaba allí porque su madre había descubierto que escribía. Por supuesto, se lo había contado a su padre, y habían tenido una seria charla con ella diciéndole que estaba muy bien que tuviera hobbies, pero que debía centrarse en lo que de verdad importaba para llegar a ser alguien en la vida como ellos. La joven había tenido que morderse la lengua para no replicar sobre su situación económica actual y sobre por qué habían tenido que mudarse de repente de la ciudad a un pueblo .

Por ello, había decidido continuar con la escritura en otro lugar. En un primer momento había pensado en acudir a la biblioteca o incluso al cementerio, lugares que la inspiraban por su tranquilidad, pero entonces pensó en la librería. En Sofía. Era allí donde quería escribir.

Las páginas de una historia de amorWhere stories live. Discover now