7

9 0 0
                                    


Patricia

Tras una semana de trabajo, Patricia ya se desenvolvía sin problemas en la librería y se coordinaba bien con la familia en el desarrollo de las funciones propias del negocio.

¡Muchas felicidades, Ton! Espero que disfrutes de tu día. En cuanto pueda me escapo y lo celebramos, ¿eh?

Llevaba una mañana tan liada, que no había podido tomarse un momento para felicitar a Toni. Sabía que iba a celebrarlo por todo lo alto, lo que significaba una fiesta en su casa, pero ella no podría acudir. Sus padres le habían pedido ayuda para unos temas de agenda de la asesoría, y tendría que emplear su tiempo libre tras salir de la librería.

Muchísimas gracias, ricitos. ¿Qué tal estás? ¿Y tu nuevo trabajo?

Justo me dirijo a la librería. Estoy encantada. Félix y Amparo me tratan como si me conocieran de toda la vida. Y su hija, Sofía, es una apasionada de los libros como yo. Nos llevamos bastante bien.

A ver si te vas a olvidar de nosotros con esa nueva amiga.

¿Cómo me voy a olvidar de los pedorros de mis amigos?

Sonrió.

Ese día sería diferente. Cada tarde Sofía y ella habían estado planificando decoración y algún juego para la presentación del libro de Carolina. También durante aquellos días, la más joven lo había devorado y estaba de acuerdo con la rubia de que nunca había visto zombis así. Y le había gustado.

Por eso se había podido centrar más en que todo estuviera bien para el evento. Dejó su libreta de Gryffindor sobre una mesita —porque era la primera que había cogido cuando empezaron con el proyecto— y siguió colocando los cupcakes sangrientos en el centro de la mesa. También habían preparado unos boles con calaveras de chuche, patatas y otros dulces.

No se fijó, pero Sofía cogió la libreta con admiración.

—¡Ay, sabía yo que eras una Gryffindor! —exclamó—. Me encantan estas libretas.

La abrió y soltó un grito de sorpresa.

—¡Escribes!

Patricia sintió que se le helaba la sangre. Nunca, en toda su vida, había dejado que nadie leyera lo que escribía, ni siquiera que supieran que lo hacía —salvo cuando Toni la había pillado en una ocasión en medio de clase cuando se sentaban juntos—. Se levantó a toda prisa, tanto que a punto estuvo de tirar el contenido de la mesa y dio dos pasos hacia la rubia.

Esta estaba concentrada en una línea cuando sin mucho miramiento, Patricia cogió la libreta de entre las manos.

—¡Eh! —se quejó Sofía.

—Es privado.

La librera se la quedó mirando asombrada. No le había dado tiempo a hojear mucho, pero tenía un estilo fresco y sencillo que invitaba a leer.

—Pero... parece que escribes muy bien. ¿Tienes alguna historia que...?

—No.

—Patri, lo siento, es que...

—Ya. No es culpa tuya, debería haber cogido otra libreta para esto. Es que... nadie ha leído nada de lo que he hecho y...

—Tranquila. —Sofía le puso una mano en el hombro con delicadeza—. No volveré a hacerlo.

No retiró la mano al instante. La morena, sin soltar la libreta, tampoco quería que se apartara. De hecho quería...

Envolverla entre sus brazos. Apresar sus labios en los suyos. Más allá. Quería apartarle ese mechón rebelde del rostro, quitarle las gafas despacio, inclinarse hacia ella y no besarla inmediatamente. Quería verla cerrar los ojos con suavidad, entreabrir los labios y...

«Joder, Patricia...».

—Vamos, estará a punto de llegar la autora, ¿me ayudas con los tés?

La gente del club fue llegando y después de saludos y presentaciones —todavía había gente que no conocía a la nueva dependienta— tomaron asiento, libros en mano, esperando a la autora. Esta no tardó en aparecer, pidiendo perdón y alegando que el transporte público que conectaba la ciudad con el pueblo era pésimo. Trajo varios prints que repartió entre los lectores y tomó asiento.

Aunque Sofía y Patricia formaban parte del club, como las organizadoras que eran, ellas se mantuvieron en pie, atentas a las necesidades que pudieran surgir de servir bebida o comida, además de hacer fotos para las redes sociales.

Aprovechando el momento en que Carolina firmaba libros y hablaba de forma más personal con los lectores, la rubia hizo algunas fotos más y luego cogió del brazo a Patricia a la que atrajo hacia sí.

¡Selfie!

Las mejillas de Patricia se sonrojaron al principio. Siempre se veía horrible en las fotos, mientras que Sofía salía perfecta —ya se habían seguido con sus cuentas y sí, había cotilleado sus fotos—. Parecería un adefesio a su lado. Sin embargo, la idea de tener una foto juntas le gustó, y sonrió a la cámara. Sofía sacaba la lengua.

—¡Me encanta! Voy a subirla.

La rubia se alejó tecleando en el móvil mientras a Patricia la invadía una cálida sensación, aunque tuviera que quedarse ahí.

En las fotos de la cuenta de Sofía, de hacía ya tiempo, había visto algunas besándose con chicos, nunca con una chica, y eso hacía —si ya de por sí la morena era tímida— que Patricia no se atreviera a dar un paso, por pequeño que fuera, como mencionarle la fiesta en la que se conocieron, por la mera curiosidad de saber si se acordaba de ella.

Las páginas de una historia de amorWhere stories live. Discover now