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Sofía

Le encantaba Patricia. No importaba qué se pusiera ni cómo. Iba sin maquillar y, aun así, a Sofía le parecía la que más brillaba de toda la pizzería. Se había sentado justo enfrente y tenía que hacer grandes esfuerzos por apartar la mirada de ella de vez en cuando.

En cuanto la vio salir de casa, se quedó boquiabierta. Y se arrepintió de haberse puesto unos vaqueros rotos y una camiseta decolorada bajo una chaqueta igual a los pantalones. Quizás iba demasiado informal como para llamar la atención de Patricia. Aunque se había pintado los labios de un rosa chillón, y le había dado la impresión de que esto había llamado la atención de la morena. Para bien o para mal.

—¿Y tú qué estudias, Patricia?

Julia estaba a la izquierda de la joven. Era la preguntona del grupo. No había nada sobre los demás que no quisiera saber.

—Un doble grado de Filología Clásica e Historia del Arte.

Hubo un silbido de admiración por parte de Gonzalo.

—Debe de ser intenso.

—Lo es. —Patricia se encogió de hombros, pero una leve sonrisa apareció en sus labios y Sofía se derritió—. Aunque también es fascinante. Saber los antecedentes de nuestra lengua, estudiar culturas antiguas, sus mitologías, traducir textos...

—Creo que yo no podría. Suficiente con haber estudiado ADE y porque mi padre me obligó —intervino Luis, el hijo del dueño del hotel donde habían celebrado Fin de Año.

—Pobrecillo —se burló Sofía—. Que papi quiere que el niño de sus ojos se encargue algún día de su gran imperio.

—Al menos no me comeré los mocos con una editorial que tendrá que competir contra las más grandes.

Sofía hizo burla a su amigo y le lanzó un borde de pizza que le dio en la frente.

—¿Una editorial? —inquirió Patricia mirando a la rubia.

—Estoy estudiando un Máster en Edición y, algún día, montaré mi propia editorial —respondió con ojos soñadores—. Sé que es complicado, pero es algo que me apasiona.

—Como buena rata de biblioteca.

—Habló el que devora cinco mangas diarios.

—¡Tres!

Patricia soltó una risilla al verlos pelear. Se apreciaba un muy buen rollo entre ellos, se sentía cómoda.

Nada más terminar, Gonzalo se levantó con ahínco.

—¿Nos vamos al pub?

—¡Sí! —corearon Julia y Luis.

—Yo tengo que hacer algunos trabajos —se excusó Patricia.

—¡Pero si es viernes!

—Y mañana sábado, lo sé. —Sofía y Julia rieron—. Pero al tener que compaginar los estudios y el trabajo...

—No la agobiéis que si no, no querrá volver. —La rubia acudió en su ayuda—. Yo tampoco voy. Mañana me toca abrir la librería.

—¡Pero si abrís a las diez! —volvió a quejarse Luis.

—Sí, y mi madre a las ocho me saca de la cama para que no llegue tarde.

—Si no se te pegaran las sábanas... —musitó Julia.

Se despidieron en la puerta y Sofía y Patricia tomaron otro camino, atravesando un parque con un lago de cisnes iluminado. En realidad, la rubia no tenía problema con salir y trabajar al día siguiente. Le apetecía estar con Patricia un rato a solas, aunque fuera breve. Al final en la librería casi siempre estaban sus padres o había gente. Y aunque solían compartir momentos muy buenos no solo relacionados con los libros, ella necesitaba más.

Esa misma tarde, no lo había podido resistir, y había curioseado el portátil de su amiga. Lo que había encontrado no tenía que ver con la universidad, sino con su libro. Y lo que había leído sobre Irae y Katt le había dado un vuelco al corazón. Al ver que Patricia iba hacia fuera con el móvil, aprovechó a cotillear más del documento y sus ojos leyeron en el índice un capítulo que se llamada «Fiesta de Fin de Año». Una rápida mirada a la ventana para comprobar que la morena seguía fuera —gesticulando mucho con la mano que le quedaba libre— le bastó para ir a él y leer unas líneas. Las dos chicas se habían conocido en una fiesta celebrada en un reino de fantasía, jugando al juego de la hoja. Y al besarse habían despertado en ellas sentimientos que no sabían explicar.

Sofía no había podido quitarse todo ello de la cabeza. Y no solo el hecho de que parecía demasiado similar a cómo se habían conocido ellas, sino cómo escribía Patricia. Con tan solo unos pocos párrafos, la rubia ya estaba atrapada por la historia.

—Gracias por invitarme, lo he pasado muy bien. Tienes unos amigos muy majos.

—Hoy se han portado bien porque estabas tú y para que no salieras corriendo.

Patricia soltó una carcajada.

—Oye, Patricia... Tengo que confesarte algo... —Sofía se armó de valor y se detuvo a la mitad del parque—. Verás, he leído parte de lo que estás escribiendo. —El rostro de la otra chica se tornó pálido. La rubia levantó los brazos como en son de paz—. ¡Lo siento! Sentía mucha curiosidad. Escr...

—¡No! ¡Para! —Dio unos pasos alejándose de ella, dándole la espalda. Luego volvió a mirarla—. ¿Quién te ha dado derecho? Me prometiste que no volverías a hacerlo.

—Lo sé, lo siento. —Se acercó a ella y le cogió las manos. Que Patricia las retirara con violencia fue como recibir una bofetada—. La he cagado, perdóname. Es que escribes muy bien, de verdad.

—Pero yo no estoy preparada para que me lean todavía. Esto que has hecho... Has violado mi intimidad.

Aquellas palabras sonaron duras. Sofía sintió cómo la ansiedad ascendía por su pecho. Sin embargo, no se rindió.

—Sobre lo que has escrito, eso de la fiesta de Fin de Año, ¿es sobre nosotras?

Sus palabras se las llevó el aire otoñal que ya se había adueñado del pueblo, pues Patricia se había alejado de ella y no miró hacia atrás ni una vez.

Las páginas de una historia de amorWhere stories live. Discover now