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Patricia

Era ella. Patricia parpadeó varias veces mientras la otra chica descendía los escalones despacio. Era surrealista. Llevaba meses pensando en esa boca, y en ese momento...

—Sofía te enseñará todo lo que necesitas saber sobre la librería. —La mujer las miraba con suspicacia, pero siguió hablando como si nada.

Patricia carraspeó, se secó las palmas de las manos en los muslos con disimulo y avanzó hacia la rubia con una sonrisa. Estaba tan nerviosa que no sabía si le saldrían las palabras.

«Solo fue un beso. Quizá ella ni siquiera lo recuerde».

Sofía sonrió y estiró la mano hacia ella. Patricia le devolvió el apretón sintiéndose ridícula. No dijo nada, pero su mirada traicionera fue directa a los labios, estirados ahora en una sonrisa cuya calidez amenazaba con hacerla volverse loca.

—Me llamo Patricia —se obligó a decir.

«Patricia Villas, deja de mirarle la boca por favor».

Y sus miradas se encontraron. Patricia tragó saliva, debatiéndose en si no hubiera sido mejor seguir mirando esos labios, porque ahora...

«Basta. Basta».

Enumeró en su interior las razones que tenía para detener ese torrente de pensamientos.

Primero: no sabía si a ella le gustaban las chicas. Esta era la más importante, pues aunque ella lo tenía claro desde siempre, muchas no lo sabían. O solo querían experimentar.

Segundo: solo fue un beso por un estúpido juego de la botella, meses atrás.

Tercero: ahora eran compañeras de trabajo.

Cuarto:

«¿Por qué huele tan bien?».

En ese momento se percató de que la chica llevaba algún tiempo explicándole algo de un club de lectura y que iba a ser esa tarde.

—Perdona. Estoy un poco nerviosa —dijo la morena.

Estaban de pie, ante una de las escalinatas de caracol. Sofía ladeó la cabeza de forma adorable y su melena rubia le cayó por la mitad de la cara. Sonrió. Sus ojos sonreían con ella. Puede parecer una tontería, pero de verdad que hay personas que sonríen con los ojos.

—No te preocupes, hablo muy deprisa. Me lo dicen constantemente. Fíjate que cuando mando audios parece que ya vayan de por sí acelerados...

—Me estabas hablando de un club o...

—¡Sí! Hace algún tiempo organizamos unos clubs de lectura muy chulos, pero claro, requieren de organización y eso añade carga de trabajo. A veces incluso hacemos presentaciones en ellos, aparte de las que organizamos de forma independiente.

—¡Guau! Hacéis muchas cosas.

—Ahora ya lo sabes. Aparte de colocar libros, hacer cuentas, devolver otros... una de tus funciones será ayudarme con esto. Antes lo hacía mi hermano.

Patricia abrió mucho los ojos y ella soltó una risita.

—Ay, qué mal ha sonado, ¿verdad? Mi hermano está bien, pero necesita más tiempo para los estudios y solo ayuda de vez en cuando.

—Entiendo —respondió Patricia sin saber bien qué decir.

Llegaron al final de la escalera y la rubia la condujo a través de las estanterías —qué maravilla, era como meter la nariz entre las páginas de un libro— y llegaron a una parte de la librería que hizo que a la más joven se le abriera la boca de sorpresa.

A su lado el orgullo se reflejó en los ojos verdes de Sofía.

Mediante las estanterías aquella zona quedaba separada de lo demás, pero daba a unas ventanas en semicírculo que terminaban en unos cómodos bancos con cojines mullidos. Había una mesita en el centro y sillones cómodos alrededor. También observó que en un lateral, semioculta había una zona para preparar bebidas. Una pequeña nevera, cafetera, hervidor de agua...

—¿Todo esto lo has preparado tú? —La sorpresa se reflejó en su voz.

—No es para tanto. —Sofía se encogió de hombros.

«Quiero casarme con ella».

Se rio de su propia broma.

—¿De qué te ríes?

—¡Esto es maravilloso! —exclamó Patricia caminando hacia allí.

—Me alegro de que te guste. Hoy no tenemos ninguna presentación, pero este fin de semana vendrá la autora y haremos una merienda. Me gusta que cuando vengan la ambientación les recuerde a su obra. —Le tendió un libro—. La mayoría son autopublicados y... creo que es bonito hacer esto. Por eso si te da tiempo échale un ojo y así entre las dos ideamos cómo prepararlo.

—¿Ya lo has leído?

—Claro —le guiñó un ojo—, y ya tengo algunas ideas.

Patricia acarició la portada con interés.

Country Horror, de Carolina Florensa —leyó en un susurro.

—Zombis, pero como nunca los has visto. Créeme, es una pasada.

Patricia se guardó el libro y Sofía pasó a las tareas del día. Hoy llegarían libros, tendrían que colocarlos y aunque la más mayor lo decía con cierto fastidio —no dejaba de ser un trabajo repetitivo— la morena tenía los ojos brillantes de emoción.

«¿Qué hay mejor que trabajar con libros?».

Las páginas de una historia de amorWhere stories live. Discover now