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Sofía

Cuando llegó a la librería —tarde, como bien le había recalcado su madre—, le habían informado de que al día siguiente entraría a trabajar con ellos una chica de diecinueve años llamada Patricia. Esto alivió a Sofía.

Durante los dos últimos años, la librería había empezado a llevar a cabo presentaciones, varios clubs de lectura y algunas actividades más. Al ser la única del pueblo, la gente había acogido las actividades con gusto y habían empezado a acudir por las tardes cada vez más, e incluso personas de otros pueblos cercanos, atraídos tanto por la estética como por todo lo que ofrecía. Todo ello había sido idea de Sofía, apoyada por Lucas cuando trabajaba con ellos, hasta que había decidido que debía centrarse en los estudios. Durante el verano, les había echado una mano cuando había podido, pero como debía recuperar varias asignaturas, había sido en momentos contados.

Estaba ansiosa por conocer a la nueva dependienta. Si, como ella, amaba leer, sería genial tener por fin a alguien con quien compartir lecturas. Su círculo de amigos leía más bien poco. Uno de ellos, Gonzalo, el que más solía acudir a la librería, sí leía manga, pero era algo que a ella no le atraía. Lucas, que también era un gran lector, desde que tenía novia y tantas ocupaciones le dedicaba menos tiempo y hacía meses que no charlaban de libros como antes. Tenía una amiga virtual, Marta, con la que comentaba todo tipo de historias y con la que ahora compartía una gran amistad —incluso le había contado lo de Fin de Año—, pero lo malo era que Marta vivía lejos.

Preparó todo para la presentación de aquella tarde. En la planta de arriba tenían un espacio preparado para ello, con sillas, algunas mesas bajas y plantas para dar color y sensación hogareña. Dispuso los libros de autora que iría a hablar de su novela, una distopía llamada Casa de sueño y pesadilla —recomendada por su amiga Marta— que llamaba mucho su atención y un roll up procurado por Silvia P. Martín que colocó tras la que sería su silla y la de su acompañante. Dos botellas de agua. Contempló su trabajo con aprobación. Hizo una foto que colgó en la red social de la librería.

—Tienes madera para estas cosas, hija —le dijo su madre con orgullo.

Aunque les gustaría que Sofía continuara con el legado familiar, apoyaban su sueño de convertirse en editora.

La presentación, a pesar de ser de una autora autopublicada y desconocida, fue todo un éxito. Los asistentes mostraron gran interés y fueron varios los que se llevaron un libro firmado. Sofía no pudo resistirse y, cuando finalizó todo, se acercó a ella con un ejemplar. Sin embargo, Silvia sacó uno de su bolso y se lo entregó.

—En agradecimiento por haberme acogido —le dijo con su acento sevillano.

Estaba firmado, dedicado para sus padres y ella.

Sofía se abrazó con emoción al libro.

—Muchas gracias. ¡En cuanto termine el que estoy leyendo, me pondré con él!

La escritora sonrió agradecida y fue a hablar con los padres de la joven para hacer la liquidación. Mientras, la rubia se hizo una foto con él y la subió a su propia cuenta. Así, aparte de dar visibilidad con la librería, lo hacía ella misma. No tenía muchos seguidores, pero no le importaba. Muchos de ellos eran lectores que se animaban con algunas de las lecturas que recomendaba.

¿Qué tal ha ido la presentación?

Mensaje de Marta nada más ver la foto.

Genial, Silvia es súper maja. ¡Y el libro tiene una pinta tremenda!

Ya te lo dije. Te va a encantar. Tiene un rollo...

¡Calla! No quiero spoilers, que te conozco.

Pero si no iba a decir nada, loca.

Sofía soltó una risilla guardando el móvil.

Cuando las dos mujeres se marcharon, recogieron, limpiaron y Félix mientras hizo caja. Llegaron a casa agotados, pero contentos. El día siguiente prometía ser tranquilo, algo que los ayudaría a enseñar a la nueva todo lo que necesitaba saber. Amparo ya le había dejado claro a Sofía que sería ella la principal encargada de instruir a Patricia.

Por la mañana, su madre no dejó que remoloneara en la cama. Tocaba hacer inventario como cada final de mes, y debían preparar las liquidaciones para las distribuidoras que trabajaban a depósito, aparte de las devoluciones de aquellos libros que ya hubieran cumplido un cupo máximo de tiempo y no hicieran más que coger polvo.

Todavía estaba enredada entre libros en la planta de arriba cuando escuchó la puerta. Supuso que se trataría de algún lector, olvidando que la nueva dependienta acudiría a primera hora de la tarde.

—¡Sofía!

La voz de su padre la llamó desde abajo. Ella dejó los tomos a un lado y se incorporó. Al apoyarse en la barandilla de madera para dirigirse a las escaleras, se topó con unos ojos marrones y unos labios que la hicieron estremecer.

Las páginas de una historia de amorWhere stories live. Discover now